Se han dicho muchas cosas de la vida de Ernest Hemingway (1899-1961), que vivía y después escribía, que la literatura experimental de James Joyce fue un faro para él, que en clases de boxeo con el poeta Ezra Pound depuró su escritura, que se levantaba muy temprano y escribía de pie durante seis horas, que lo dieron por muerto a mediados de los 50 cuando su avioneta chocó contra un cable telegráfico en Africa, muchas de ellas son ciertas, otros son mitos que él o los medios se encargaron de alimentar o agrandar. Esta primera traducción al castellano –sin ediciones, es decir íntegra– de su primer libro de narrativa, En nuestro tiempo (Lumen), ofrece la oportunidad para olvidar un poco su biografía y centrarnos en su obra.
En el prólogo fechado unos meses antes de su muerte, Ricardo Piglia observa que como Joyce había demostrado un gran virtuosismo para escribir “con todas las palabras de la lengua inglesa”, Hemingway intuyó que “no había que copiar de Joyce esa gran capacidad verbal, sino que era necesario empezar de nuevo, con un inglés coloquial, de palabras concretas, de pocas sílabas y frases cortas”. Esto a nivel de la prosa, pero a nivel de la historia desarrolla la famosa teoría del iceberg, donde lo visible es lo más pequeño, y esto lo logra al poner un narrador “que no quiere decirse a sí mismo lo que ya sabe”. Sobre todo en sus cuentos –y En nuestro tiempo es un libro de cuentos– hay una lógica de la omisión, de no decir. Según Piglia, con esto Hemingway, al igual que lo habían hecho antes Maupassant y Chéjov, renovó las formas breves. El primer cuento que escribió bajo esta premisa fue ‘Fuera de temporada’, incluido en este volumen, y donde omitió el verdadero final, “basándome”, como él mismo explicó, “en mi teoría de que se puede omitir cualquier cosa si se sabe qué omitir y que la parte omitida refuerza la historia y hace al lector sentir algo más de lo que ha comprendido”.
Cuentos que son novela. Si bien los relatos pueden leerse por separado, también como narrativa o incluso como novela más que de cuentos, porque hay un concepto que da unidad. De hecho los relatos están separados por unidades en quince capítulos, antes de cada uno hay un microcuento que tiene que ver con imágenes o vivencias de la guerra. Por ejemplo en ‘Un cuento muy corto’ Hemingway inaugura toda una serie narrativa vinculada con la guerra: Fiesta, su primera novela, pero más derechamente con Adiós a las armas y en A través de los ríos y entre los árboles, que es como su continuación. Precisamente en Adiós… aparece Catherine Barkley, el personaje inspirado en la enfermera Agnes von Kurowsky que lo cuidó en el Hospital de Milán tras ser herido en una pierna. Esa herida ya le había servido en ‘Fiesta para retratar a Jake’, un personaje que es impotente, porque en la guerra le habían disparado en los testículos. En ‘Un cuento muy corto’, sin embargo, está la historia condensada entre la enfermera y él y su posterior separación. Lo sorprendente de todas las historias de En nuestro tiempo es la habilidad que a los 26 años demostraba para los finales, que en algunos casos raya la perfección y que recuerda al viejo Hemingway: ‘El médico y su mujer’, ‘El luchador’, ‘Fuera de temporada’. En el segundo, por ejemplo, que trata de un chico que es lanzado de un tren y camina por las vías hasta que divisa una fogata, en la que a su alrededor encuentra a un personaje que lo invita a comer, pero a medida que pasa el tiempo se va dando cuenta de que está loco, de hecho quiere golpearlo. Todo culmina con una especie de “aquí no ha pasado nada”, porque la imagen de la fogata inicial se vuelve a reiterar, cuando el protagonista mira para atrás, como si observara la historia o la nada. Más que, como se ha dicho livianamente, viviera y luego escribiera, cosa que hizo, es evidente que la biografía de Hemingway está unida a algunas historias de sus novelas, en este punto más que hacer autoficción indaga en cómo convertir la experiencia de la vida en experiencia literaria: “De las cosas que sucedieron y de las cosas tal como son y de todas las cosas que uno sabe y de las que uno no sabe, el escritor trata de hacer, de inventar algo nuevo, algo que no sea una representación sino algo totalmente nuevo, tan verdadero como todo lo verdadero y vivo”. Si bien se caracterizó por la simplicidad de su escritura, donde, como escribe Piglia, “no hay casi metáforas, ni comparaciones, ni oraciones subordinadas”, su nouvelle El viejo y el mar es una gran metáfora de cómo un escritor sale a buscar una gran historia y cómo al tratar de escribirla termina con los restos de ella, aunque en apariencia trate de un pescador que atrapa un gran pez y a medida que se va acercando a la orilla al pez se lo van comiendo pequeños tiburones, y en la playa solo quedan los huesos.
Hemingway llega al hueso de la historia cuando escribe cuentos, como en ‘Los asesinos’, donde lleva más alto su estilo al suprimir buena parte de la historia que había escrito en un principio. En nuestro tiempo, escrito cuando vivía en París, está el joven Hemingway y a la vez el viejo “Hem” que desarrolló un estilo casi con perfección. Por último, la traducción de Rolando Costa Picazzo va en concordancia con la importancia de la obra del autor estadounidense, convirtiendo al libro en una muy cuidada edición.