CULTURA
Sintonia experimental

Lamborghini y Capusotto, territorio fértil

Poco antes de morir, Osvaldo Lamborghini (1940-1985) comenzó a escribir “Tadeys”. Inconclusa y publicada de manera póstuma en 1994, la novela fue adaptada por Analía Couceyro y Albertina Carri para ser estrenada en abril en el Teatro Nacional Cervantes, con Diego Capusotto como protagonista. Arte, feminismo y literatura en esta entrevista exclusiva con el camaleónico actor.

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Diego Capusotto enfrenta el desafío de encarnar a uno de los personajes más revulsivos, y al tiempo atrayentes, inspirados por la literatura de Osvaldo Lamborghini. | cedoc

Obra inconclusa, escrita en Barcelona durante 1983 y publicada póstumamente, Tadeys fue definida por la editorial Mondadori como el intento más consecuente de Osvaldo Lamborghini por elaborar un relato que calzara con las leyes narrativas convencionales. A través de múltiples borradores de resonancias folletinescas, el autor crea un espacio ficcional, La Comarca, cuya superficie supera a la de China. Allí, en la tierra de los tadeys, se encuentran los barcos de “amujerar”, en los que, como la palabra sugiere, tiene lugar un punzante proceso de cambios físicos y mentales en los especímenes masculinos.

Lejos del registro cómico con el que se lució a nivel popular en televisión durante los últimos años, Diego Capusotto enfrenta el desafío de encarnar a uno de los personajes más revulsivos, y al tiempo atrayentes, inspirados por la literatura del autor de El fiord: La Araña Ky, un psiquiatra capaz de experimentar biológicamente con adolescentes conflictivos a fin de disciplinarlos de manera definitiva.

—¿Cómo le llegó la propuesta de hacer “Tadeys”?

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—Me llamó Analía Couceyro para proponerme formar parte de una adaptación teatral de Tadeys, un trabajo que tiene una sintonía impresionante con ciertas situaciones del presente que, evidentemente, Lamborghini vislumbró de alguna forma en la década del 80, cuando la escribió. Es lo último que hizo antes de morir, y plantea un escenario complejo, fragmentado, con cosas de ciencia ficción, coloquialismos combinados con frases complicadas; en fin, algo para nada complaciente en ningún sentido. Analía, quien es, laburando, una persona muy encantadora por su amabilidad y calidez, algo que ayuda mucho a la hora de ganar entusiasmo por lo que estás haciendo, tenía el proyecto en mente desde hace tiempo y también tenía pensado, curiosamente, hacer el papel que voy a interpretar yo. Dentro de lo que es la obra, también hay un audiovisual que dirige Albertina Carri y que estamos filmando estos días. Se va a dar en el Salón Dorado del Teatro Cervantes, que es un espacio que tiene una vinculación estética y tal vez emotiva con la obra.  

—¿Cómo es su personaje?

—Es un psiquiatra con un nombre llamativo, La Araña Ky, que trabaja en conjunto con otro personaje al que llaman Comandante Jones, ocupado fundamentalmente de reprimir. Ambos habitan lo que Lamborghini llamó La Comarca y llevan adelante una suerte de experimento que se denomina, sin metaforización alguna, “Método para dulcificar las costumbres del adolescente violento”. Toman a los violentos y los convierten en mujeres, damas de compañía o geishas. En el mismo contexto de esa Comarca, están los tadeys, que son como animales cuyas pieles, por ejemplo, se comercian generando ingresos, y que no cesan de ser sodomizados. La justificación de este proyecto de aplacamiento de energías indeseables mediante la mutación hacia lo femenino está a cargo de mi personaje, junto con Jones, que opera como una fuerza de choque, a cargo de la represión, mientras que el otro –o yo– (risas) es el que, por decirlo de alguna manera, fundamenta teórica o conceptualmente el proyecto que, como decía antes, se sitúa, al menos en el marco de esta adaptación teatral, dentro de esta embarcación.

—Es un texto evidentemente muy difícil...

—Sí. Estoy bastante obsesivo porque la letra es muy compleja, muy enrevesada, muy llena de sentidos diversos, tiene esa cosa propia de él de mezclar un estilo clásico y por momentos de cierta pretendida erudición con lo más vulgar, lo más soez, y darle cuerpo a eso es interesante, pero nada fácil. Pensá que esta es una época bastante signada por el uso expresivo de las redes sociales donde uno está, pero en realidad no está, presente, hay como un desvanecimiento del cuerpo, y el teatro sigue siendo un lugar donde poner el cuerpo es lo principal. Esa cuestión de poner el cuerpo me resulta muy interesante, me gusta, la disfruto y la respeto en los demás. Es algo que desde ya no se limita al ámbito artístico o teatral y se vincula a lo político, a poner el cuerpo en la calle y esas cosas...

—Esto me lleva a preguntarle por su opinión sobre el feminismo, que copa las calles como no lo había hecho antes...

—Para mí, las reivindicaciones de lo femenino dentro de lo que entendemos como justicia social son centrales, por supuesto las respeto y valoro mucho, y no solo porque se ponga el cuerpo en la calle, sino porque son necesarias. Podría agregar que además me preocupa un estado actual de cosas más generalizado, donde hay un escenario bastante obsceno en cuanto a los derechos de las mujeres, pero también de los hombres y de los niños. Esto no implica una desvalorización de pedidos encarnados por los colectivos de mujeres como la despenalización del aborto, que es fundamental, aunque en lo personal no lo veo como el único tema central en este momento, porque me siento muy interpelado por la miseria que se expande y que no solo afecta a las mujeres. Vos fijate, por ejemplo, en una idea que puede ser juzgada de misógina, o al menos machista, como la del “macho proveedor”: en la medida en que no haya con qué proveer, se cae, y de ninguna manera esta caída puede ser saludada con alegría porque tiene que ver, básicamente, con la pérdida del trabajo, entre otros problemas... Hoy proveer se está haciendo muy complejo, independientemente de tu pertenencia a un género u otro. Hay un grupo de hombres y mujeres cuyas políticas se orientan de desclasar a otro grupo (muchos más numeroso) de hombres y mujeres. Y creo que, cuando se apunta por ejemplo al neoliberalismo, es mucho más potente y eficaz la unión entre hombres y mujeres en un objetivo común. Me da la sensación de que, en la medida en que la situación política, económica y social se complica, la idea del mutuo respeto entre hombres y mujeres se aleja y las relaciones interpersonales se van a complicar cada vez más.   

—En alguna entrevista habló de la calle como un lugar de expresión primigenio en su vida...

—La calle es el primer territorio de pertenencia elegido que algunos tenemos. Un lugar mucho más misterioso que la propia casa, donde uno sabe que hay cierta protección. En mi caso, la esquina como escenario de juego, pero también de, valga la cacofonía, puesta en escena de la personalidad, fue muy importante. Tenía algo de territorialidad casi sagrada: el barrio era de todos, pero la esquina era nuestra. Y sí, naturalmente me salía armarme de personajes y de historias frente a los otros. Empecé a salir de niño, pero te diría que a los 15 o 16 la esquina ya era eso de sentarse ahí y esperar que el mundo pasara, y había algo muy intenso en ese hecho tan simple de sentarse ahí. Incluso aburrirse era intenso porque la calle estaba alejada de la idea de autoridad, era un lugar en el que todo podía suceder. Y ahí se iban estableciendo roles, a partir del ocio compartido.

—¿En ese desarrollo de la personalidad también influía el hecho de tener un hermano más grande?

—Claro que sí, era algo que me daba ciertos conocimientos que otros pibes no tenían. Recordar a mi viejo echando a patadas a algún amigo de mi hermano medio dado vuelta, o una melomanía que se me pegó y que me hizo posible escuchar cosas que mis amigos no conocían... Ahora me junto a veces con amigos de mi hermano que, pese a ser mayores que yo, son como pares, nos vemos y es como si siempre hubiésemos estado pateando juntos.

—Y de esa experiencia tan común para mucha gente de su generación –me refiero a la esquina, los pibes, etc.– salta al teatro unos años después...

—Sí, un amigo en un bar me aseguró que me veía pasta para actuar.

—Lo descubrieron como a una modelo...

—Exacto. (Risas) Es real que yo tenía ganas de hacer algo porque, ante la situación de no haber jugado al fútbol profesionalmente ni haber tenido una banda de rock, que eran las cosas que me interesaban en esos años, la idea de meterme en el teatro como para ver qué es lo que había allí me tentó. Además, todo lo que el teatro prometía me daba la casi certeza de estar orientándome hacia un espacio de cierta trascendencia personal que de ninguna manera iba a conseguir con otro tipo de trabajos o actividades. Me daba cuenta de que hacer reír a los compañeros de teatro no era lo mismo que hacer reír a mis amigotes de la esquina. Uno va a una clase de teatro a aprender, eso lo tenía claro.

—¿Alguna vez usó sus dotes actorales para seducir mujeres?

—No. La primera actuación genuina que yo tuve probablemente haya sido en la primaria, después de haber hecho alguna cagada, poniendo cara de “yo no fui”. Mi relación con la actuación también ha tenido que ver con contener una situación que está desbordada, como me pasó hace poco tiempo, cuando asaltaron una farmacia en la que estaba comprando y yo desaparecí de escena. Es una actuación que no voy a repetir, pero existió, porque estás “haciendo de”. En la colimba también explotaba esa clase de, por decirlo de alguna forma, procedimiento mimético o actoral. Pero no se me cruzó, por ejemplo, algo así como hacerme el loco para no hacerla.

—Hace un rato hablaba de las redes sociales y su relación con cierto desvanecimiento del cuerpo. Usted no las usa ni las usó antes...

—No porque siento que sería una manera de traicionar lo que hacés para darle protagonismo a tu propia figura. Por eso no me engancho en cuestiones donde aparece Diego Capusotto. Lo que puede ser interesante para alguien es lo que hace Capusotto, no él en sí mismo. Para mí lo único que queda vivo es lo que hiciste, le doy sacralidad a lo que hago, sea una obra de teatro, una película o un programa de televisión. Mi persona, por decirlo de alguna forma, es mucho menos valiosa para otro.

—Pero hoy mucha gente comienza por las redes sociales para llegar a otros espacios como la televisión, la radio, el cine, lo que fuera...

—Puede que sea algo generacional. Cuando yo empecé a actuar, la televisión me parecía un medio lejano al que, básicamente, accedías por acomodo o algo por el estilo. Sin embargo, por una serie de avatares, llegamos a la televisión y continuamos en ella porque al público le gustó lo que ofrecimos, primero con De la cabeza o Chachachá, luego con Todo por dos pesos y más tarde con Peter Capusotto, así que en ese periplo la red social como medio de expresión no cuadra demasiado. Es cierto que ahora podés agarrar una camarita y hacer algo sin la necesidad de ir a un medio como la televisión, que ya está bastante deshilachada. En cualquier caso, lo que a mí me parece realmente importante es tener algo para decir. Comparando los años en los que yo empecé, con la apertura democrática, siento que había mucho para decir y se decían cosas interesantes y también porquerías, pero en todo eso había un grito que estaba presente, fruto de la necesidad de hacer algo, de las ganas de despertarse de la siesta. Ahora la vida tiene mucho más que ver con permanecer más tiempo en tu casa, porque las nuevas tecnologías lo facilitan y también hacen posible que haya mucha comunicación, quizá demasiada... es como si estuviéramos en una gran oficina llena de datos, independientemente de lo que hagas... También hay mucha circulación de cosas que supuestamente marcan novedades estéticas y que, en muchos casos, son cosas que en realidad no presentan ningún tiempo de innovación concreta, ni revisten un gran interés, ni tienen demasiada explicación o razón de ser. Hay cosas de internet, sobre todo, que pretenden tener un lenguaje que para mí es inexistente. De todas formas, de ninguna manera puedo asegurar haber visto ni siquiera una parte mínima de lo que circula por internet. Por supuesto que debo estar perdiéndome cosas interesantes, pero es imposible abarcarlo todo.  

—A lo largo de su trayectoria hizo, literalmente, centenares de personajes. ¿Hay favoritos?

—Siempre veo esas cosas más relacionadas con el momento y el proyecto, y puedo hacer un juicio sobre un personaje a la distancia. No puedo tener favoritos. Pero te podría decir que, por ejemplo, Irma Jusid me gustó mucho porque me permitió tener una relación con el público que no había tenido antes. Hay un momento un poco epifánico para el actor del que en general salís como un perrito mojado. Es muy común terminar de hacer un personaje y quedar verdaderamente agotado o vaciado y sentirte mal. Violencia Rivas también me dio mucha alegría.

—¿Es decir que es capaz de ver algo que hizo en el pasado y reírse?

—Sí, en el momento de hacer algo la relación que tengo es más neurótica, pero a la distancia me puedo reír como si el que estuviera en la pantalla no fuera yo.  

—Volviendo a “Tadey”, ¿cuál fue el factor más tentador a la hora de aceptar interpretar ese personaje?

—Lo que más me interesó es que es una obra que me pone en un lugar, digamos, menos cómodo del que tengo para actuar. Es horrible recurrir a la frase hecha “es un desafío”, pero lo es. Por otra parte, hace muchos años que no hago teatro. Independientemente de lo personal; por otra parte, me parece que es un interesantísimo desafío colectivo (no olvidemos que finalmente el teatro se trata de eso) el hecho de adaptar un texto tan literario, con un lenguaje de lo más sofisticado, que oscila entre el barroquismo y la cosa aporteñada, callejera y barrial. Por otra parte, hay algo que aseguran siempre muchos actores y que no por reiterado deja de ser cierto, y es eso de que la actuación en teatro es en alguna medida más genuina que otras formas de actuar como las que proponen el cine o la televisión, siempre subordinados a la edición y el montaje. En el teatro, hay una poética que resulta o surge del actor, del movimiento, del cuerpo ahí andando como un fantasma por un mundo distinto en el que nada lo detiene.

—¿Tiene algunas líneas favoritas dentro del texto que le tocará llevar adelante?

—Pueden ser estas: “Los actores de la diferencia y la diferencia pura, jamás coinciden, creen con seriedad en los problemas del mundo, siendo que el mundo tiene de serio un tic que dura milésimas de segundos. ¡Mientras el verdugo, un gil en la neblina, tic! frunce el entrecejo. El hilo perdido lo tenemos en un puño, el verdugo corta el puño de un solo hachazo”.

—Para cerrar: hizo cine, teatro, televisión, ¿qué es lo mejor de todo eso?

—Te voy a contestar algo que puede remitir a la idea de la muerte, pero no es porque piense que me va llegar mañana, sino porque no descarto que pueda llegarme en cualquier momento, como le pasa a todo el mundo. Lo mejor tiene que ver con la idea de haber pasado por el mundo habiendo hecho algo que te encantó, por un lado, y de haber dejado algo que te trasciende, porque llegó a otros, cobró vida en otros, y en esa llegada al otro, de alguna manera, persiste y cobra otro sentido tu propia vida.

 


 

Pasar al acto, Omar Genovese

Vindicación. De eso se trata. Que una obra de teatro se construya sobre Tadeys, de Osvaldo Lamborghini, es una secuela extraña en esta nada que se entiende como cultura macrista, vale decir: rista utsumi. Palabras sin significado en nuestra lengua, pero que al untarlas de banalización conforman un mac combo siniestro: el macrismo construyó una forma cultural de ignorar la historia, tercerizar la miseria y sonreír al hacerlo. Y en eso son stalinistas. Tan suntuosos como los comunistas de country que supimos tener, pioneros ellos, como ningunos.

Rebelión. De eso se trata. El tadey es hijo de una tradición animal que Borges supo inaugurar (hacia el pasado, como todo él) con su libro con Margarita Guerrero: Libros de los seres imaginarios. Y en eso estamos atrapados en su laberinto, que no tiene salida más que en la escritura, como lo entendió Lamborghini.

Ideas. El tema es que no se puede construir el universo si no es con imaginación, riesgo, rebelión y cierta agitación de una forma oblonga, inasible, indeterminada, que en el estilo literario desajusta toda visión de lo contingente, como si no formara parte de lo real mediado por la locura. Pero que a la vez lo interpela (al loco y sus enfermeros), lo da vuelta como a una media: de tanto caminar lo real, algo queda, tal vez la mugre misma, rezago del destino…

Mi interpretación sobre Tadeys, la gran novela argentina de todos estos años (y de los por venir), se modificó radicalmente con la visión del film Qué difícil es ser un dios, basado en la novela homónima de los hermanos Arkady y Boris Strugatsky (autores de Picnic extraterrestre, adaptada por Tarkovsky en Stalker). En él lo sucio, lo bajo, ejecutan una coreografía del abandono de la civilización. La cámara es German registrando esa fluctuación de lo escatológico. En Tadeys, Lamborghini es esa cámara criminal, dice que sin ideas la literatura es imposible. El escritor debe poner el cuerpo, arriesgarse, para que el estilo literario construya la fantasía de un pequeño dios olvidado, que es resistencia a la deriva de otro tipo de lengua, la de la sumisión: siempre mediada por la ley y sin deseo.

“En el pecado encontrarás tu penitencia”. Es el látigo con que el conductor del carruaje azota a los personajes, también al lector para que no acepte fantasías sin secuelas, para que busque los textos que producen la deriva infinita, aquellos que consagran el goce de la lectura a contramano de la normativa de una especie tan criminal como injusta. Tadeys puede ser una serie de alguna plataforma, el tema es: ¿qué capitales soportarían el cuestionamiento radical de su propia existencia?

 

El nombre de una especie, César Aira

La historia sucede en La Comarca o LacOmar, país imaginario vagamente situado en Europa oriental, si bien su extensión (diez millones de kilómetros cuadrados, un poco más que la China) hace difícil encontrarle lugar en cualquier mapa.

La economía de La Comarca se basa en la explotación del tadey, animal de carne exquisita que solo puede criarse en su territorio, de inquietante parecido con los humanos, y de hábitos sexuales peculiares, que dan en buena medida la tónica de la vida sexual de los “comarquíes”.

Los tadeys habían aparecido en la obra de Lamborghini en 1974, en el poema de ese nombre. Por entonces, eran una especie de pequeños roedores “hediondos”, quizás anfibios, asociados a rituales imperiales. El autor afirmaba que el nombre, “tadey”, se le había ocurrido de la nada, porque sí. Lamborghini conoció a una familia, vecina de su casa, de apellido Tadey (en efecto, el apellido existe). Más aún, un miembro de esa familia, Mary Tadey, habría sido gran amiga de la madre de Osvaldo, mencionada con frecuencia y durante muchos años en la casa. Quizá fue de modo subliminal que la palabra le volvió al autor, y el sonido del nombre de la vecina (“la mari tadey”) sugirió la conducta sodomítica de la especie.

En la saga, los tadeys fueron descubiertos (“en las montañas desérticas” e inexploradas de La Comarca) por el monje Maker. Esto habría sucedido en la Edad Media. En el siglo XVII el militar y aristócrata comarquí Taxio Vomir publica una obra que aclara definitivamente la naturaleza del tadey, la publicación le cuesta la vida pues las autoridades lo queman en la hoguera.

(Fragmento “Nota del compilador”, Tadeys, octubre 2005, Editorial Sudamericana).