Hace tiempo que se sabe que el rojo dejó de ser un color primario. El sistema de síntesis sustractiva de color, el que hace que se formen por pigmentos y tintes, lo destronó del disco de Newton, de las consideraciones de Goethe en su Teoría de los colores y lo puso en un plano secundario. Para obtener rojo hay que mezclar magenta y amarillo que, junto al cian, son la nueva trinidad de los colores llamados primarios. Nada queda del reinado aprendido a fuerza de mezclar rojo, azul y amarillo.
Sin embargo, este conocimiento importa muy poco para su prosapia en el arte y la cultura de uno de los colores más fuertemente connotados por las fuerzas de la pasión, el peligro, la rabia, el coraje, la religión y la revolución, por mencionar algunas de sus adhesiones semiológicas. Para seguir configurando sentidos en relación con el color, ROJO(S), la exposición que reúne 40 obras de artistas en la galería Jorge Mara - La Ruche, se propone darle algunos más.
Si bien los autores de esas obras son de estilos y hasta fechas de producción bastante diferentes, pensarlos juntos desde una misma inclinación cromática los potencia. Basta repasar la lista: Carmelo Arden Quin, Carlos Arnaiz, Estrada, Antonio Fernández-Muro, Sarah Grilo, Juan Lecuona, Macaparana, Kveta Pacovská, Cesar Paternosto, Gustavo Torner, Ana Sacerdote, Fidel Sclavo y Eduardo Stupía, para adivinar que el rojo se deja ver en casi todas las versiones posibles. El color plano, neto, como si su presencia fuera mera contingencia para pensar una forma en Arden Quin o Macaparana o Sclavo. Sin embargo, en estas obras la pregnancia de ese tono en la retina es definitiva.
Algo de lo que pasa en el sistema que construye Pacovská, la ilustradora checa bien conocida por su actividad en la literatura infantil y menos por sus obras de pintura y escultura. Sus cuadros son una especie de señalética que indica las posibilidades de interpretativas de las líneas bermellón que los atraviesan: como índices, como íconos, como signos. También, Grilo y Stupía lo usan para “iluminar” sus cuadros con breves, pero contundentes pinceladas, que hacen que los ojos se detengan como si fueran escalones para tomar aliento. Ana Sacerdote hace del rojo su religión. Con el manejo de las tonalidades y de la geometría, inventa tableros que se difuminan y alcanzan toda la expresividad sin necesitar apelar al referente.
Carlos Arnaiz dibuja rojo sobre rojo para dar vida a una figura extraordinaria, fuera de lo corriente, aunque con restos de representación figurativa. “Chorrea” una especie de par de piernas que se deslizan, como río o como venas, sobre el espeso rojo de fondo. Una obra impactante que confirma que el rojo pega con todo es la de Juan Lecuona. Tanto en el sentido de la composición tan delicada como en la utilización del grabado para diseñar pequeños ramilletes que se escarban a la intensidad de las pinceladas de base. Estrada y Torner vienen de lejos, de España, y el primero con obra en papel y el segundo con chapa, madera y piedra. Gustavo Torner, a su vez, es representante de la escuela conquense, la originada en Cuenca en la década del 60 para hacer entrar a la madre patria a las corrientes del arte moderno. Por lo tanto, decimos: es rojo y no, colorado. Al menos desde el siglo XV en la lengua española, según el sabio y memorioso Joan Corominas. Y antes fue “bermejo” y “encarnado”. Desde siempre está en la sangre y en los toros de las cuevas de Altamira.
Rojo(s)
Jorge Mara - La Ruche
Paraná 1133. Hasta el 6 de marzo
lunes a viernes de 11 a 13:30 y de 15 a 19:30.