DOMINGO
Libro

Profesión: puntero barrial

El “Robin Hood” de los carenciados.

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Los habitantes de la periferia urbana son expertos en combinar estrategias: recurren al trabajo formal e informal; cuentan con familiares, vecinos, punteros y funcionarios; emprendimientos ilícitos; fusionan la protesta en las calles con la participación en redes clientelares. | Juan Salatino

El pasacalle anuncia una promoción de $ 350 en el Hotel Mimos, con “nueva tecnología para más placer”. Abajo, en un poste de luz inclinado y herrumbroso, se acumulan los afiches de la reciente campaña electoral. En el colectivo nadie le presta mucha atención ni al pasacalle con sugerente promesa ni a la propaganda política. Se escucha el constante pasar de vendedores ambulantes: chipa, cables para el celular, alfajores, calendarios para apoyar a un centro de rehabilitación. Algunos pasajeros viajan sumergidos en sus teléfonos, wasapeando, mirando memes. Nos quedamos pensando si el pasacalle hubiese sido del gusto de Pocho. En 2000 la comisión que organizó la toma de tierras que dio origen al barrio reservó varios terrenos para espacios colectivos: la plaza, la escuela y el centro de salud. Pocho, por entonces miembro de la comisión, sumó otra iniciativa: quiso retener dos lotes para allí construir un “hotel para parejas”. Aún hoy, a 21 años de la toma, él conserva ese proyecto. Como nos contó en nuestra última conversación: “Quiero hacer un hotel y un centro comercial… acá en el barrio”.

Pocho fue, hasta hace poco, un indiscutido referente de La Matera. Junto a otras trece personas, fue arrestado a principios de 2018, acusado por tráfico de drogas ilícitas, y pasó dos años en una cárcel del Gran Buenos Aires, detenido sin condena y a disposición de un juez de garantías de la Provincia de Buenos Aires. 

En diciembre de 2020 fue liberado y está bajo la supervisión del Sistema Penitenciario hasta la fecha de su juicio, que mientras esto se escribe aún está pendiente. Sobre Pocho y la política en el barrio hablamos con Teresa, una vecina que coordina uno de los varios comedores populares de la zona. Entre mates y bizcochitos, Teresa nos dio detalles del incesante “trabajo político” de su vecino, de los planes sociales y subsidios a los que él solía tener acceso y distribuir entre los vecinos, de sus muchos seguidores y seguidoras, de sus varias amantes, de los rumores que circulaban sobre si él era o no “transa” –esto es, distribuidor de drogas ilícitas.

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“Solo somos buenos amigos”, dice Teresa. Un rato más tarde suena su celular: en la pantalla leemos “Gordo Amor”. Era Pocho llamando desde la cárcel. “Él se aburre ahí y me llama para ver cómo están las cosas en el barrio”. Esa fue la primera vez que Pocho accedió a conversar con nosotros por WhatsApp. Una hora y media más tarde cortamos con la promesa de otro encuentro.

Sofía volvería a conversar con él varias veces más en persona en el transcurso de nuestro trabajo de campo y Pocho aparecería como objeto de conversación (de crítica o de halago) en más de una oportunidad. En febrero de 2021, con él ya fuera de prisión y presente nuevamente en el barrio, Sofía charla con Valentina y Emilia, dos amigas y vecinas, sobre lo que Pocho pide a cambio de sus favores: Valentina: Emi, acá Sofía está haciendo un trabajo sobre La Matera y yo le conté un resumen de cómo era Pocho. Es mujeriego. ¿Viste que es regato? “Te ofrezco tal cosa o una posición mejor a cambio de”. ¿Por qué te pensás que yo ni en pedo me acerco, boluda? No, no quiero saber nada. Bueno, prepará la grabadora [risas].

Emi también lo conoce. Todos en algún momento dependieron de él, porque económicamente te sirve. Vas y le pedís un plan.

Emilia: Una vuelta fui a verlo. Yo estaba alquilando y necesitaba una casa, y él quería que yo fuera la mujer para darme una casa. 

Sofía: ¿Cómo te lo dijo? ¿Te acordás? Emilia: Me dijo “vos me tenés que dar otra cosa”, y me miró de arriba abajo… Yo le dije “no, gracias”, y me fui a la calle.

Valentina: Pero eso lo hizo con muchas chicas. Todas cuentan que a todas les hace eso.… Económicamente les sirve. El chabón te va a dar una posición o un puesto, o un trabajo como es una cooperativa, pero “pasá para el cuarto primero”. Es algo así. [Mucha gente va a pedirle cosas, trabajo, cooperativas. Pero ni en pedo voy. Yo le tengo idea. Por lo que cuenta ella y por lo que cuentan todos, ya le tengo idea. […] Dani (mi esposo) y Pocho se rehablan. Dani siempre iba atrás de él, porque él siempre prometía cosas que después no podía cumplir. Y Dani igual iba atrás como un boludo, bueno, como no tenía trabajo le servía. Iba a las marchas, a todos lados. A él le servía tenerlos como sus soldaditos, pero siempre fue regarca, siempre jugó con la gente, con la plata, con los sentimientos. Siempre jugó con eso de, bueno, “te prometo tal cosa”. Por eso nadie lo quiere. Y el tema de las mujeres ya te lo dice ella y vas a encontrar miles que te digan lo mismo. La verdad que es una cajita de sorpresas, ¿no? [...] Si le pidiéramos algo, Dani me diría “dejá que voy yo, pero vos no vayas”, porque él sabe cómo es el chabón. Sabe como hombre cómo es, no me lo va a decir, pero lo sabe. Y si yo le digo “¿por qué?” me va a decir “porque está lleno de vagos”. Él te dice eso, y yo sé que es por otra cosa. No soy boluda.

No sabemos cuántas amantes tiene “Gordo Amor” ni a cuántas mujeres les pidió sexo a cambio de recursos materiales o acceso a planes del Estado. Tampoco podemos asegurar si se dedicó, como dice la acusación penal, a la comercialización de drogas ilícitas (o si estas fueron plantadas por los propios agentes del orden en la redada llevada a cabo en el barrio, práctica bastante generalizada en la policía). Basándonos en extensas conversaciones con Pocho y con sus vecinos “algunos admiradores, otros críticos y varios con opiniones pendulares sobre su persona y sus logros y actividades”, este capítulo se adentra en su vida y su trayectoria en el barrio para profundizar en el papel que cumple la dominación política en las estrategias de subsistencia de los más necesitados.

Veremos que Pocho ilustra cómo, a la hora de resolver los problemas cotidianos, en La Matera, tanto vecinos como dirigentes barriales combinan distintas formas de acción. Recurren a la resolución individual por medio de contactos con actores estatales a cambio de apoyo político (lo que las ciencias sociales suelen llamar “arreglos clientelares”) y/o recurren a la acción colectiva más o menos disruptiva.

Indagar sobre el peregrinar de Pocho no solo nos alerta sobre esta combinación de “clientelismo” y “protesta”, sino que también ilumina la existencia de lo que, como describimos antes, Wacquant denomina “abuso horizontal y animosidad lateral”, dos realidades escasamente estudiadas por sociólogos y antropólogos debido a que contradicen la compartida “inclinación a valorizar un segmento menospreciado de la sociedad”. (…)

En el primer capítulo mencionábamos el trabajo fundacional de la antropóloga Larissa Lomnitz en Cerrada del Cóndor, un barrio pobre de unas doscientas viviendas en la periferia de la ciudad de México. Según Lomnitz, los únicos recursos con los que contaban “los marginados” para sobrevivir eran de naturaleza social: lazos de parentesco y amistad que generaban solidaridad social. Las “redes de intercambio recíproco” eran centrales en las estrategias de sobrevivencia de los marginados, a quienes el Estado prestaba casi nula atención. Los habitantes de Cerrada del Cóndor, en realidad, carecían por completo de contactos con actores estatales o del “conocimiento elemental del aparato estatal que estos contactos presuponen”. De acuerdo con Lomnitz, otros barrios pobres sí establecían lazos con el Estado por medio de líderes locales llamados “caciques”, mediadores entre “los marginados y la sociedad urbana moderna”. En otros barrios de México y de Latinoamérica esos mediadores políticos jugaban (y, como veremos a continuación, aún hoy juegan) un rol fundamental en la subsistencia de los marginados.

Tal era el caso de la villa del Conurbano en la que uno de nosotros realizó su trabajo de campo que dio origen al libro La política de los pobres. Los habitantes de Villa Paraíso recurrían a “punteros políticos” para resolver problemas cotidianos (acceso a comida y medicamentos) en un contexto de creciente desempleo y pobreza (mediados de los años noventa). A partir de esa resolución personalizada de problemas de sobrevivencia los “punteros” procuraban construir su capital político. La política de los pobres estudiaba la dinámica de este arreglo sociopolítico a la vez que cuestionaba la utilidad de la noción misma de “clientelismo” por su énfasis unívoco en el control y la manipulación.

La generalizada ausencia de estudios sobre el tema a la que el libro hacía referencia –y en la que la etnografía encontraba su justificación– hoy ya no es tal. El clientelismo y las máquinas políticas han despertado lo que Mariela Szwarcberg denominó un “inusitado interés”. Y así como se han multiplicado los estudios sobre la temática, también han proliferado las indagaciones sobre las distintas estrategias que se dan los más pobres para sobrevivir. Sociólogos y antropólogos han documentado y analizado cómo estos combinan distintas formas de resolver sus problemas más acuciantes.

Para acceder a un plan de asistencia estatal, para obtener “mercadería” con la que alimentar a su familia, para sostener un comedor comunitario, para lograr la apertura de una escuela o el pavimentado de una calle, a veces se acude a un acto partidario, otras se monta un corte en una avenida, otras se asiste a una marcha al municipio o se pinta una pared con el nombre de un dirigente local. Se haga lo que se haga (y casi siempre, para asegurarse recursos no se hace solamente una actividad, sino que se combinan acciones individuales y colectivas) siempre se termina pagando un tributo a “la política”, esa esfera de acción percibida como manipuladora y extorsiva, como bien lo ilustran Emilia y Valentina.

Los referentes barriales estudiados en La política de los pobres no solían recurrir a la protesta colectiva disruptiva. Los referentes de hoy, como Pocho, combinan y, al mismo tiempo, modifican diversas lógicas de acción. Así como los llamados “clientes”, los referentes también son bricoladores: fusionan la negociación individual con un funcionario, el “apriete” con un grupo reducido en una oficina municipal, el corte de calle, la movilización de sus seguidores (o su notoria ausencia) en un acto partidario, etc. Lo hacen para hacerse escuchar, posicionarse en el campo político y, simultáneamente, atender las demandas de individuos, grupos o barrios enteros. Este capítulo analiza las relaciones entre Pocho, sus seguidores y vecinos. Pero antes, un brevísimo desvío por el estado de la literatura sobre el tema.

Aunque con distintas metodologías, profundidad analítica, niveles de análisis y enfoques  empíricos, la mayoría de los estudios sobre el “clientelismo político” –entendido como el intercambio individualizado de bienes y servicios a cambio de apoyo político– comparten una secuencia microsociológica (más o menos explícita). La secuencia sería ésta: durante las campañas electorales, y a través de sus mediadores (“referentes barriales” o “punteros”), los patrones distribuyen bienes y servicios a los habitantes de comunidades generalmente pobres, quienes a cambio les dan apoyo (en la forma de asistencia a actos partidarios, por ejemplo) y votos. En este proceso de intercambio, los ciudadanos se vuelven “clientes políticos”. La “acción [clientelar]” –ocurre, en esta narrativa estándar, sobre todo durante tiempos electorales. Los llamados “clientes” hacen lo que hacen porque “retribuyen” los favores obtenidos y/o porque “les conviene para obtener recursos”–esto es, los clientes actúan por reciprocidad y/o por acción racional–. Lo que ocurre entre los períodos electorales, cuando la necesidad de conseguir votos o asistencia a actos partidarios no es tan dominante, y lo que ocurre cuando, aun pudiendo recibir más recursos de otros mediadores, los “clientes” permanecen en relaciones estrechas con sus referentes son asuntos que no entran en la órbita analítica de la mayoría de los estudios actuales sobre las formas contemporáneas de clientelismo político.

En las últimas dos décadas la literatura sobre este arreglo social y político ha girado desde lo que, en un trabajo ya clásico, Axel Weingrod llamó un “enfoque antropológico” hacia uno “politológico”. La perspectiva antropológica sobre el clientelismo se centraba en un “tipo particular de relación interpersonal”, con énfasis en la inequidad y la reciprocidad. En palabras de Weingrod: “[El] estudio del clientelismo, según lo expresaban los antropólogos, [es] el análisis de cómo personas con autoridad desigual,pero unidas por vínculos de intereses y amistad, manipulan sus relaciones con el fin de conseguir sus propósitos” (Weingrod) Mientras que la perspectiva antropológica examinaba el clientelismo como un tipo de relación social, el nuevo y ahora predominante enfoque politológico se centra en un “rasgo de gobierno” o en una característica de un partido político. Weingrod lo anticipó de manera visionaria: en los estudios de ciencias políticas sobre el clientelismo, los términos clave son “patrones” y “maquinarias políticas”. Desde esta perspectiva, estudiar al clientelismo es estudiar cómo los dirigentes de los partidos políticos tratan de utilizar a las instituciones y los recursos públicos para perseguir sus propios intereses y cómo se distribuyen favores para intentar capturar votos. La politóloga Rebecca Weitz-Shapiro capta muy bien este giro reciente cuando afirma: “Las antiguas definiciones de clientelismo en las ciencias sociales enfatizaban la imbricación de esta práctica en los tejidos sociales y comprendían el intercambio de una amplia gama de servicios y apoyos entre los patrones y sus clientes, que no eran necesariamente de naturaleza política [...…] Los incrementos en los niveles de urbanización y desarrollo económico, junto con la prominencia de políticas de competencia en la mayor parte del mundo en desarrollo, hicieron que los estudiosos volvieran la vista para examinar cómo funcionan esas relaciones de intercambio en el contexto de una política de competencia. Este giro en el énfasis analítico y en la perspectiva empírica tuvo un costo. Los conocimientos ganaron precisión, pero, al mismo tiempo, a) restringieron el ámbito del análisis más y más a tiemposelectorales, b) estrecharon el foco de atención a la venta del voto y/o a la compra de la participación electoral, y c) crearon una división tajante entre clientes y mediadores (necesaria para los modelos formales). Como resultado de la atención –ahora casi– exclusivamente prestada a los intercambios (y los incentivos y cálculos consecuentes) que tienen lugar antes y durante los comicios, la mayoría de los estudios suelen no profundizar en un aspecto del clientelismo que la investigación antropológica sobre este tema solía destacar: su enraizamiento en la vida cotidiana. En el momento en que la atención se centró en los tiempos electorales, el carácter rutinario y personal de esta ‘amistad desnivelada’ –según la célebre frase de Julian Pitt-Rivers (1954) (clave para comprender y explicar la eficacia y persistencia del clientelismo)– se perdió de vista hasta casi desaparecer. Los estudios actuales no solo pecan de estar abrumadoramente centrados en los tiempos electorales, sino que parten de una rígida dicotomía entre clientes y mediadores”. Esta separación tan tajante ignora el papel fundamental que desempeñan los círculos internos de seguidores de los mediadores (como Teresa y sus amigas alrededor de Pocho).

Estos actores, a la vez asistentes de los mediadores y sus clientes más leales, tienen un comportamiento que difícilmente pueda ser explicado con los argumentos usuales del cálculo racional o la reciprocidad. Quien mejor y con más detalle ha estudiado el tema en el Conurbano Bonaerense es Rodrigo Zarazaga (2014). En contraste con la realidad descripta por Lomnitz para México, Zarazaga sostiene que “[E]n los lugares de concentración de pobreza las necesidades básicas de los vecinos son muchas, y el Estado responde a algunas de ellas a través de la mediación de los punteros. En este sentido, los referentes barriales significan más que la ausencia del Estado, su presencia arbitraria” (énfasis nuestro). Los punteros o referentes distribuyen una gran diversidad de recursos: empleo municipal, planes sociales de empleo, alimentos, medicamentos, ropa, calzado, sillas de ruedas, ataúdes, útiles escolares, aparatos domésticos, ladrillos, chapas de zinc, dinero en efectivo, marihuana y otras drogas ilegales. En general, lo más codiciado por los seguidores más pobres son los puestos de trabajo en la municipalidad y los planes de empleo que aseguran un ingreso mensual.

De acuerdo con Zarazaga, por medio de esta distribución punteros o referentes “constituyen un Estado de bienestar minimalista en las áreas de pobreza. Minimalista porque los recursos son escasos y las soluciones, precarias”.

 

Datos sobre los autores

Javier Auyero es profesor de Sociología en la Universidad de Texas en Austin y profesor investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco.

Autores de diferentes obras como La política de los pobres, Vidas beligerantes, La zona gris y Pacientes del Estado.

Sofía Servián está cursando el tramo final de la licenciatura en Ciencias Antropológicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Su área de investigación es la percepción de la violencia y el riesgo en los márgenes del Conurbano Bonaerense.