Antonio Horacio Stiuso. Aldo Stiles. Jaime. O Jaimito. El Ingeniero.
Nombre real y apodos de un espía. Del mejor y el peor de todos los espías. Que trabajó de espía del Estado desde diciembre de 1972. Que lo hizo toda la vida. Que fue un factor fundamental, desde las cloacas de la Nación, de una herramienta de poder formidable y secreta, con códigos nunca escritos, códigos que fueron y que son su marca. El código Stiuso. Al servicio de los Presidentes. De presidentes de la dictadura y democráticos. De presidentes radicales, peronistas, de ideologías de las más variadas o sin ideologías. (...)
Por ahora alcanza con saber que Jaime estaba al lado o adelante o detrás de Nisman. Al menos desde hacía diez años. ¿Hablaron en esas horas de vértigo y locura? Hay al menos dos llamados de Nisman hacia él. Dos llamados desde el Nextel de Nisman hacia el Nextel de Jaime. Dos llamados que tal vez hubiesen cambiado la historia.
Pero ya está. Lo que pudo haber pasado no cuenta. El cuerpo de Nisman está bajo la tierra. Nos queda razonar hacia atrás. Buscar allí, en la historia de Jaime y en la historia del organismo que lo convirtió en lo que es, la Secretaría de Inteligencia.
O la SIDE, o como quieran llamarla. Porque las cloacas todavía mandan. Porque la Argentina todavía se gobierna desde allí, desde el poder de lo que no se muestra. Razonar hacia atrás es, ahora, la única manera de acercarnosa la verdad. Las dos personas que conocen el secreto no van a ayudarnos. Uno porque ya no existe; el otro porque es invisible. (...)
Seguro que fueron los servicios. Y sí, siempre le echamos la culpa a ellos. A los agentes de inteligencia. Antes a los de las Fuerzas Armadas; desde hace treinta años a los de la SIDE.
Cada vez que en la Argentina ocurre algo para lo que no encontramos una explicación razonable, salvamos el problema con los servicios. Seguro que fueron ellos. El argumento perfecto para comprender todo lo que no podríamos explicar de otro modo. Como en la religión, aunque sin milagros. Creer o reventar.
Este libro es hijo de la duda. De la duda sobre los complots que recorren la historia reciente de los argentinos, sobre aquellas operaciones que parecen haber modificado el rumbo de las cosas. ¿Existieron realmente? ¿Pueden seguir ocurriendo? ¿Hay algún límite en el territorio de la confabulación?
Llevo casi veinte años hablando con agentes de la SIDE. Agentes de La Casa, como le dicen ellos. Primero por mi labor cotidiana como periodista, luego intentando contestar las preguntas que me hice antes y durante la escritura de este libro. Salvo pocas excepciones, a ninguno de ellos les compraría ni una postal. Parece tonto, pero no lo es si se considera el lugar de privilegio que ocupan estas personas dentro del Estado.
Los agentes de inteligencia están acostumbrados a moverse en la desconfianza, a caminar sobre verdades que nunca lo son tanto y mentiras que siempre tienen algo de cierto. Los agentes de inteligencia piensan mal de todos, están convencidos de que nada es lo que parece y preguntan mucho más de lo que responden. Algunos son muy inteligentes. O quizá demasiado astutos. Todos son definitivamente amorales. Lo que hay que hacer, se hace. A la mierda con el resto. (...)
Desde 2005, Nisman vivía rodeado de miedo. Convivía con él. Las amenazas eran permanentes. Amenazas a la Unidad Fiscal, amenazas a su teléfono o a su correo electrónico. Ocurría cada tanto, cuando aparecía en los medios o hacía alguna presentación. De inmediato llegaban mensajes anónimos, cobardes, generalmente racistas, donde lo acusaban de jugar el juego de la CIA y el Mossad, donde lo insultaban y lo llamaban malnacido, donde le advertían por su salud o la de sus hijas. Es cierto que la mayoría de las amenazas no pensaban ser ejecutadas jamás. Pero, ¿se puede estar totalmente seguro? ¿Podía él, que estaba parado sobre 85 cadáveres?
El miedo también venía de lejos. Poco después de pedir la captura de los iraníes, a Nisman le llegó la información de que el líder supremo de ese país, el religioso Alí Khamenei, había firmado su condena a muerte, una Fetuá o Fatwa, como se la conoce en Occidente, una decisión similar a la que persiguió por años y por todo el planeta al escritor Salman Rushdie. ¿Significaba eso que podía ser asesinado de un momento a otro por un fanático islámico? Nadie podía saberlo, pero a nadie le gustaría estar en esas listas de la muerte. Y Nisman estaba o eso creía o eso le habían hecho creer. (...)
El 21 de febrero, el Senado de la Nación aprobó el memorándum propuesto por Cristina con 39 votos a favor y 31 en contra. El 27 de febrero, luego de catorce horas de discusión, la Cámara de Diputados lo aprobó en otra reñida votación, por 131 a favor contra 113 en contra. El memorándum de entendimiento con Irán quedaba así convertido en ley. Una ley de la Nación. Al principio, Nisman no dijo nada. Se guardó por un tiempo.
Probablemente dudó o tal vez decidió dejarlo en manos de Jaime. Porque él sí hizo. O iba a hacer. A partir de ese momento, Jaime hizo lo que nunca había hecho: se volvió en enemigo del gobierno de turno. Se convirtió en un blanco de Inteligencia. (...)
“Las cosas suceden y punto. Lo demás es alegórico”, había escrito Nisman horas antes. En realidad, somos nosotros los que hacemos que las cosas sucedan. Cada uno de nosotros. O al menos ayudamos a que ocurran. Salvo lo inexorable, donde no podemos hacer nada. Y una muerte temprana no es inexorable. ¿Qué es lo alegórico en este caso? Lo alegórico es el cadáver de Nisman. La alegoría es la representación de algo que no puede ser representado. Es una imagen de lo que no tiene imagen. Ahí está la alegoría: el cadáver tendido dentro de un baño silencioso. Un cadáver repleto de secretos que nunca podremos revelar. En un mundo que se ha vuelto demasiado peligroso e indescifrable. La alegoría de un país que se ha convertido en los poderes invisibles que lo gobiernan.
La muerte de Nisman nos sumergió a los argentinos en un estado de profunda conmoción. No podíamos creer lo que había pasado. (...) Para agregar confusión (o para agregar oscuridad), Cristina terminó de embarrarlo todo: “A mí no me vengan con lo del suicidio”, escribió horas más tarde.