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Brigitte, una mujer trans 'renacida' y rectora universitaria

Defensora de los derechos Lgbtiq, dirige una casa de altos estudios colombiana. Vivió décadas como hombre. Está casada y tiene dos hijas, que la llaman papá.

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Inspiradora. Brigitte Baptiste cuenta su historia buscando generar ecos en otras personas. | Gza. Brigitte Baptiste

Tengo que brindar una introducción a Brigitte Baptiste. Se me ocurren algunos epítetos contundentes y quizás trillados: “Brigitte Baptiste, la primera mujer transgénero rectora de una universidad en América Latina”; “defensora incansable de los derechos Lgbtiq, Brigitte Baptiste, asume la dirección de la Universidad EAN de Bogotá”.

En su Colombia natal las presentaciones sobran: a esta Doctora en Biología, referente internacional en cuestiones de medio ambiente y biodiversidad, la conoce todo el país. En la calle le piden fotos y hasta abrazos. Recuerda aquella vez en la que al salir de una verdulería una señora le agradeció “ser como era” porque gracias a ella que pudo entender lo que le pasaba a su propio hijo. En un continente donde los derechos de las personas transgénero están profundamente vulnerados y las estigmatizaciones corroen y lastiman, la vida y trayectoria de Brigitte Baptiste inspira a muchos. Desde Bogotá, PERFIL tuvo la oportunidad de entrevistarla.

—En septiembre se convirtió en la primera rectora transgénero de una universidad en todo el continente. ¿Qué le gustaría traer como mensaje en el cargo?

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—Inspiración para cambiar la universidad y para encontrar un nuevo camino. El mundo está pidiendo a gritos un cambio y tenemos que hacernos eco de esto. Se necesita otra forma de construir conocimiento y de compartirlo. Voy a priorizar el tema ambiental y el de la sustentabilidad. Esa es la tarea que nos corresponde a nuestra generación. Hay que encontrar caminos para solucionar la crisis del medio ambiente y estoy convencida que esto es lo que hay que hacer.

—¿En qué contexto nace Brigitte Baptiste?  

—Brigitte es una renacida. Yo nací hace 56 años con el nombre de Luis Guillermo y Brigitte nació hace 20 años. Aunque siempre supe quién era, solamente hace menos de la mitad de mi vida fui capaz de expresarlo y de asumirlo. En los 70 en Colombia no había referentes para las personas transgénero, era un país bastante cerrado y parroquial. En algunos aspectos lo sigue siendo. Vengo de una familia prototípica. Nací y crecí en Bogotá, estudié en un colegio muy sencillo y mis padres eran trabajadores de tiempo completo. Cada uno trataba de aportar a la casa. El vínculo con mi hermana fue fundamental para que Brigi-tte pueda nacer y ser. Siempre conté con su apoyo.

—Por mucho tiempo tuvo que ocultar su identidad, ¿cómo vivió esa experiencia?

—Fue muy duro, es un ejercicio de enmascaramiento permanente. Se viven vidas paralelas. Yo siempre me sentí mujer. A los siete años me maquillaba y me arreglaba con las cosas de mi mamá; el drama era limpiarse a tiempo antes de que ella llegara. Tenía terror a que se notara. En la escuela siempre estuve muy aislada y vivía con miedo, sin poder decirle nada a nadie. Una lleva un secreto dentro. Una piedra interna que te carcome. Unicamente mi hermana fue mi cómplice porque cuando en el secundario me quise revelar y mostrar un poco quién era, sufrí tal rechazo y tanto bullying por parte de mis compañeros que desistí. La época hippie había pasado y ya nadie quería romper los esquemas sociales, eran todos niños disciplinados, portándose bien y yo, en ese momento, no me animé a ser yo misma.

—¿Podríamos decir que Brigitte emerge mientras cursaba sus estudios de biología en la Universidad Pontificia Javeriana de Bogotá?

—Creo que Brigitte siempre estuvo presente, pero efectivamente, algo sucedió durante mis años universitarios que me permitió ser y expresarme. Me dediqué a la biología después de dar muchas vueltas en las que trataba de sobrevivir conmigo misma y entenderme. Ahí encontré mi vocación y me convertí en una ambientalista temprana. Todo lo que se relaciona con los temas de fauna, flora y las transformaciones ecológicas –como las lucha contra las represas– me interpelaron en lo más profundo. En la universidad era parte de un pequeño grupo e hice muy buenas amigas, habitábamos algo así como “el mundo de lo femenino”. En este espacio íntimo y de gente abierta me fui soltando y relajando. Empecé a confiar en algunas amigas y ellas a su vez confiaron en mí, me contaban sus temas, sus preocupaciones. Por paradójico que suene, en la universidad católica descubrí el mundo de la diversidad.

—Durante dos años vivió entre comunidades indígenas en la región Amazonía en el Departamento de Caquetá al sureste del país, ¿cómo influyó esta experiencia en su configuración personal?

—Fue un antes y un después. Esa vivencia fue muy importante porque me expuso a la verdadera diversidad cultural, no a la de manual. Entré en contacto directo con diferentes visiones del mundo. Me arrancó de la ciudad y me ubicó en la selva más remota. En ese momento, todavía seguía encerrada en mis vestimentas masculinas, pero allí tuve mucho tiempo para estar conmigo misma, para pensar, para viajar y para hacer trabajo de campo. Inmersa en la selva una siente que el “cuerpo urbano”, como era el mío, está en peligro. El contraste entre la femineidad y la masculinidad en esas distintas culturas logró abrir en mí la perspectiva de la identidad. Yo venía de las ciencias naturales –de la biología– y todos esos aspectos de la semiótica del cuerpo estaban muy atrapados en la tradición occidental. Me identificaba con la femineidad de los 70, con aquella a la que había aspirado al crecer. Un estereotipo que jugaba mucho con el erotismo de la revolución del feminismo primigenio, pero que poco a poco fue cooptada por la publicidad y el cine. Por eso hoy en día soy completamente consciente de que yo no me identifico como mujer en abstracto, sino como una mujer trans del año 2019.

—¿Cuáles fueron algunos de los desafíos que debió atravesar para llegar a este punto?

—Tuve que enfrentarme a la muerte de la persona que más me conocía, la de mi hermana. Murió a los 33 años de cáncer. Fue un drama familiar terrible. Quebró todo. En ese momento me pregunté qué estaba haciendo con mi vida. ¿Qué hacía ocultándome así, tratando de ser alguien que no era? Estaba totalmente abocada al estudio. Me había casado con mi primera esposa, una persona a la cual no le había dicho toda mi verdad, a pesar de que lo estábamos empezando a conversar. Ella fue muy solidaria, pero la relación no sobrevivió. La tragedia me obligó a replantearme mi vida. Me dije: “tengo la obligación de ser yo misma, de ser feliz”.

—¿Cuál fue el paso siguiente?

—Escribí un texto anónimo que envié a una revista gay que surgió durante los noventa en Bogotá y lo publicaron. La introducción de la revista decía: “Hemos recibido este texto y nos parece muy interesante. Por su calidad lo imprimimos, pero no sabemos quién lo envió”. Su título era “Libertad de género”. Empecé a participar en las marchas Lgbti con carteles que yo misma hacía y repartía entre las personas trans. Me ponía una peluca, me maquillaba, pero salía sola. Tenía 35 años cuando hice mi transición pública. En ese momento tuve que pensar qué tipo de mujer era en mi cabeza y en mi fuero interno; y qué tipo de mujer quería ser en el mundo real y concreto. Y ésta no es un decisión menor. Mi vida tal como la conocía había dejado de existir. Los cimientos habían colapsado: la muerte de mi hermana y el divorcio de mi primera esposa cambiaron todo.  

—¿Cómo define a la mujer que eligió ser?

—Tenía que ser totalmente arrolladora porque llevaba encima 35 años de frustración. Cuando conocí a mi actual esposa, Adriana, le dije desde el primer día quién era. Se lo dije con tanto énfasis, apertura y convicción, que ella me dijo: “Bueno, bueno, tranquila que yo también tengo lo mío: en las noches de Luna Llena me convierto en budista”. Para mí eso fue liberador y descomprimió mucho. Necesitaba empezar el vínculo sin mochilas y elegí ser lo más libre posible.  

—¿Algo así como “destapar todo lo que estaba tapado”?

—¡Absolutamente! Empecé a ser “yo” en mi máxima expresión, habían desaparecido las categorías y las prudencias. Por fin estaba viviendo todo lo que no había podido vivir antes. Cuando salíamos a la calle, por ejemplo, yo me ponía unos vestidos espectaculares, increíbles, exageradísimos, “way too much”. Me sentía feliz, pero a Adriana le preocupaba la mirada del otro. Oía lo que decía la gente y sus comentarios la lastimaban profundamente. A mí ya no me lastimaba nada porque ya estaba más allá de los prejuicios ajenos. Durante 35 años me traicioné a mí misma viviendo una mentira. Cuando una llega a la conclusión de que no vale la pena seguir viva si no se vive auténticamente, la opinión del resto te deja de importar.

—En el año 2001, al mes de llegar a Barcelona para estudiar su doctorado en la Universidad Autónoma, Adriana quedó embarazada. ¿Cómo vivió esa etapa?

—Todas nuestras ideas locas de viajar por el mundo quedaron atrás, en un abrir y cerrar de ojos nos convertimos en una familia “convencional” (se ríe). Para mí, el embarazo fue otra revelación de la femineidad. La maternidad fue espléndida. Nuestras hijas –Candelaria (18) y Juana Pasión (14)– nacieron cuando Brigitte ya existía plenamente. Me conocieron así, tal cual soy, desde el primer día de sus vidas.

—¿La de ustedes es una “doble maternidad”?

—No le ponemos ningún un título. Nos resistimos a eso. Candelaria y Juana Pasión me reconocen como su papá. Me llaman “papá” y esa es una palabra preciosa. A mí los roles no me importan porque sé que son construcciones culturales. Lo mismo sucede con el lenguaje: es tan incompleto y fragmentario que me rehúso a sufrir por sus limitaciones.

—En tiempos que invitan a deconstruir y repensar categorías estancas, ¿qué es para usted ‘lo femenino’?

—Para mí es la libertad, es algo muy personal que construyo a diario. Básicamente, la noción de femineidad es la capacidad de moverse a través del género. Y pienso que el género no debería ser una cosa tan seria, sino algo más vinculado al goce y a lo lúdico. Antes “lo femenino” era la sumisión, el rol secundario, pero hoy no es así. Gracias al movimiento feminista el concepto de “lo femenino” se ha liberado. Yo pienso que todo el mundo tiene que transformarse en mujer –“feminizarse”– porque es el ejercicio más liberador de todos. A mí todos estos cambios me ayudaron a hacer las paces con mi vida anterior como hombre. Durante años me sentí obligada a vivir como Luis Guillermo, a tener un carácter determinado y a llevar a cabo la performance masculina que la sociedad impone, exige y espera de los hombres. Hoy creo que mi voz es lo que más me identifica con mi parte masculina. El contraste entre mi voz y mi apariencia puede llegar a chocar y sorprender a los que nunca me escucharon. Pero me gusta que sea así, me gusta esa cosa inesperada, imperfecta, que descoloca y obliga a abrir la cabeza.  

—¿Por qué considera que su historia de vida resulta tan inspiradora?

—Porque finalmente pude hacer lo que quise y me animé a ser quien soy. A los 17 años a una se le derrumba el mundo mil veces. Sin ser psicóloga trato de escuchar a la gente y de transmitirles esa sensación de que no hay nada tan grave en el mundo que amerite dejar de estar vivos. Todo se siente grave y trascendental y, de golpe, escuchar el mensaje que transmito puede reconfortar y tiene la capacidad de liberar. Yo también estuve en la posición de esas personas, desesperada y desesperanzada. Creía que no tenía salida y que la vida no tenía nada para ofrecerme. Pero no es así. Algo pasó: mi hermana, mi familia, mis amigos siempre me acompañaron, me decían que no era tan grave, que me iban a seguir queriendo sea hombre o mujer. Y así fue. Algunos no han logrado llamarme Brigitte, después de 20 años todavía me dicen Luis Guillermo. Pero a mí eso no me molesta, pasa por otro lado, pasa por aceptarse plena y absolutamente.

*Desde Bogotá.

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