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Tecnologías

El desafío de educar con datos sintéticos

Frente al avance desmedido de la inteligencia artificial, surge la necesidad de redefinir el propósito de la educación con las nuevas herramientas.

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Rafael. El pintor italiano inmortalizó la escuela de Atenas, con Platón en el centro, ejemplo de la enseñanza a través de conversaciones y reflexiones. | cedoc

Es probable que Sócrates, al compartir su sabiduría en la Antigua Grecia, no haya podido vislumbrar que el futuro de la educación cambiaría tanto como hasta hoy. Casi seguro no imaginó que el conocimiento acumulado en toda la historia de la Humanidad pudiera llegar a alojarse en la palma de nuestras manos.

En aquellos tiempos, aprender era cuestión de conversaciones directas y reflexiones profundas, mientras que ahora, vivimos en una era en la que el conocimiento circula a gran velocidad y por circuitos digitales. Las pantallas y los dispositivos móviles nos enfrentan a la sobreabundancia de información, desafiándonos constantemente a desarrollar nuevas habilidades para aprender, interpretar y gobernar este aluvión de datos.

Con la llegada de la Inteligencia Artificial Generativa (IAGen) el proceso de aprendizaje disrumpe alocadamente. La posibilidad de que programas de computación como ChatGPT o Gemini generen datos sintéticos (imágenes, audios, videos y textos completamente artificiales) promueve un fenómeno que avanza sobre el propósito de la enseñanza.

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Por eso, cuando vemos que estas herramientas empiezan a ser adoptadas para generar o validar contenido educativo, recibimos un llamado que nos invita a debatir sobre lo que realmente pretendemos del factor humano y el tecnológico en el proceso pedagógico.

El primero se presenta como un elemento insustituible, ya que engloba condiciones inalienables de las personas. En los docentes deberíamos encontrar la empatía, el juicio crítico, la adaptabilidad y la capacidad de proveer contexto y significado más allá de los datos objetivos que pueden ofrecer las máquinas.

También, quienes enseñan ponen en juego la invaluable experiencia para interpretar y sobrellevar las necesidades emocionales y cognitivas del alumnado, fomentando el pensamiento y la capacidad de aplicar el conocimiento a situaciones nuevas, complejas o extraordinarias. Únicamente las personas pueden inculcar valores, enseñar habilidades blandas o brindar una comprensión más profunda de los contenidos de una currícula.

En segundo lugar, tenemos la capacidad que tiene la IA para crear contenido multidisciplinario a gran escala, personalizar un temario simplificadamente, ajustar requerimientos curriculares con pocas indicaciones, evacuar necesidades individuales de manera instantánea, promover el acompañamiento en base a un perfil, etc.

Por ejemplo, en Estados Unidos abundan los sistemas que se emplean para la tutoría pedagógica, colaborando con el análisis del rendimiento estudiantil en tiempo real, proporcionando una retroalimentación docente inmediata y brindando recomendaciones efectivas para obtener progreso académico.

Ahora bien. Aunque estos tipos de inteligencia puedan convivir en un aula, esto no significa que la intervención de la persona humana pierda protagonismo, todo lo contrario. El complemento descrito obliga a una reconversión del rol docente como resultado de la inclusión de herramientas tecnológicas -llamadas LLM, los grandes modelos de lenguaje natural- que obliga a enfocar el propósito de la educación en la orientación, precisión y validación de la información que se recibe a través de la tecnología. Al mismo tiempo, corresponde velar por las interacciones humanas que se registran en los entornos de aprendizaje (físicos, telemáticos o inmersivos) porque si bien cada uno presenta distintas variables en su forma, el toque humano siempre es trascendente.

Como vemos, la tarea es monumental: el personal de la educación debe armonizar el valor agregado que tiene el Ser Humano con las potencialidades que ofrece la IAGen para que la ecuación arroje el resultado esperado: que la tecnología termine humanizando. Este es el punto relevante que destaca la Unesco en “Generative AI and the Future of Education”, documento directriz firmado en julio pasado por la responsable del área educativa de esa organización.

Es decir, contrario a la idea del reemplazo o la sustitución de la persona por la máquina, este nuevo paradigma persigue la creación de entornos que encuentren sus cimientos en las máquinas pero que se edifiquen para solventar las necesidades emocionales y cognitivas de las personas. Sólo respetando esta regla podremos llegar a obtener una educación que sea inclusiva, equitativa y emocionalmente profunda.

Sin lugar a dudas, esta idea subraya la vigencia del método socrático porque, aún cuando las personas puedan mostrarse eficientes en la búsqueda o creación de los contenidos, esto no bastará para generar pensamientos críticos, comportarse responsablemente o promover vínculos pedagógicos afectivos en un mundo cada vez más virtual. En la era del diálogo con las máquinas, podemos volvernos autómatas de la automatización si no fomentamos el discernimiento y la reflexión personal más allá de las respuestas que nos provee la tecnología.

Por todo ello, educar en la era de la IAGen representa un desafío más que complejo. Hay que reinventar el proceso de educación de manera que la tecnología conviva en armonía, complementándose con las personas para enriquecer la experiencia de aprendizaje. Este es el desafío que nos invita a reflexionar y, sobre todo, a no perder de vista lo que hace a la educación esencialmente humana.

*Abogado experto en nuevas tecnologías.