Luego de cuatro décadas, el contexto de juicios a represores y de grandes cambios en materia de derechos humanos plantea la posibilidad de seguir indagando en nuevas rutas de reflexión sobre la década del 70 en Argentina.
En los últimos tiempos surgieron interesantes publicaciones con distintos puntos de vista que, lejos de clausurar sentido, ofrecen en varios casos enfoques que plantean la necesidad en quienes vivieron aquella época de volver a interrogarse (o responderse) sobre los paradigmas que los movilizaron:
¿Qué cosas aún falta preguntarse? ¿Hasta dónde nos hemos contestado?
Un breve repaso por varios libros de reciente aparición y opiniones de autores que publicaron sobre el tema con anterioridad puede ayudar a reflexionar.
“Pertenezco a una generación que creyó posible instaurar un orden definitivamente justo. En aras de esa creencia mató y murió. Murió mucho más de lo que mató”.
Así comienza Usos del pasado. Qué hacemos hoy con los setenta, de Claudia Hilb (Siglo XXI), un libro de reciente publicación. La escritora –licenciada en Sociología, doctora en Ciencias Sociales, profesora de Teoría Política e investigadora del Conicet– en sus artículos escritos entre 2000 y 2012 se pregunta, entre otras cosas, por la responsabilidad política de quienes hicieron de la violencia armada el medio para la persecución de un fin político. En este punto aclara que no se trata de hacer un juicio moral en nombre de la afirmación abstracta de la no violencia, sino de interrogarse acerca del carácter antipolítico del uso de la violencia.
Hilb hace una distinción entre distintas nociones de violencia: “reactiva”, “espontánea” y “racionalizada”. En cuanto a esta última dice que se diferencia de las restantes ya que aparece como un medio para la obtención de un fin. Y agrega: “La violencia racionalizada, instrumental, se propone como sustituto de la política”.
—¿Qué barrera se estaría atravesando al preguntarse en la actualidad por la responsabilidad política que tuvieron en los 70 al intentar alcanzar un ideal político a través de la lucha armada?
—Diría que hay que atravesar una barrera de “justificación por los fines”, que justifica por “hacia dónde se iba”, y una barrera de “explicación histórica”, que justifica por el contexto, por “desde dónde se venía”. Ambas tienden a desresponsabilizar a quienes participamos de esos acontecimientos. En ambos casos, se suele poner en primer plano la bondad de los ideales: la lucha contra la injusticia, o la búsqueda de un mundo mejor, ambos en un contexto de movimientos revolucionarios exitosos. Los ideales eran buenos, se equivocaron los medios, o se sufrió una derrota. O también: si todo es resultado de una historia, de un contexto, etc., entonces todos somos el simple producto de esa historia, nadie es realmente actor responsable.
—¿Hay alguna diferencia entre asumir alguna responsabilidad en cuanto a los métodos llevados a cabo por la militancia y en concluir que con ello se contribuyó a “convocar el círculo de violencia que favoreció el advenimiento de la catástrofe”?
—Ante todo, yo separo netamente la catástrofe, esto es la barbarie del régimen 1976-83, de la violencia política y de los métodos de la violencia política que ejercieron las organizaciones insurrecionales armadas. Considero que la barbarie que se desató en 1976 no sólo es incomparable, sino que no puede explicarse causalmente de ninguna manera. Sí creo, en cambio, que debemos pensar en cómo el ejercicio de la violencia por parte de las fuerzas insurreccionales (sobre todo en contexto de régimen constitucional) contribuyó por un lado a banalizar el uso de la violencia en asuntos políticos, y a hacer que una buena parte de la población estuviera dispuesta a mirar hacia otro lado después de 1976 con tal de que se terminara la sensación de disolución política y social que se percibía en 1975 (esto sería no una causa de la barbarie, pero sí uno de los elementos que concurren a su estallido). Lo cual, para volver a la primera pregunta, nos pone frente a otra barrera a atravesar: la de la autocomplacencia moral.
—Usted menciona la necesidad de desmontar las distintas figuras a través de las cuales se encontró explicación a los hechos ocurridos durante la dictadura (“inocentes y culpables”; “teoría de los dos demonios”; “los buenos y los malos”) y pide un análisis más complejo. ¿En qué se agotan estas definiciones?
—Por un lado, creo que cualquier relato que intente dar sentido al pasado sedimenta inevitablemente en figuras que lo vuelven comprensible. Pero creo también que toda sedimentación de sentido, por más necesaria que sea, produce distorsiones y erosiones de la memoria. Yo me atengo a una barrera, el Nunca más; entiendo que esa barrera es una adquisición de la comunidad política argentina, y que todas nuestras formas de enfrentar lo que sucedió deben chocar contra esa barrera sin ponerla en cuestión. Es la barrera que separa una comunidad política del horror. Pero a partir de ese legado común, yo intento “des-sedimentar” las figuras que mencionás, para contribuir a una reflexión más compleja. La figura de “los dos demonios” ya señalé recién por qué me parece improcedente; la figura “buenos y malos” salva los fines de las fuerzas insurreccionales, e incluso sus métodos; y la figura de “inocentes y culpables” exime a los actores de las fuerzas insurreccionales de toda responsabilidad. Considero que los clichés nos sirven sobre todo para ponernos a salvo de pensar los fenómenos, y que es bueno contribuir a que proliferen los relatos que, en su diversidad, puedan ayudarnos a pensar mejor aquello que sucedió y no debió suceder.
Otras miradas. En Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años 70, (Siglo XXI, que acaba de reeditarse este mes en una edición revisada y ampliada), Pilar Calveiro sostiene que el rechazo a la teoría de los dos demonios no puede dejar de permitirnos entrar en zonas más complejas, “pero ineludibles”.
La autora, también con un pasado militante en organizaciones armadas, menciona la responsabilidad de los actores políticos nacionales: partidos, sindicatos y organizaciones. En este sentido rechaza la idea de realizar un mea culpa, sino que propone entender el pasado para abrir un presente.
Calveiro (doctora en Ciencias Políticas, actual profesora e investigadora, en 1977 secuestrada ilegalmente durante un año y medio en varios centros clandestinos de detención) plantea en su libro realizar un ejercicio de la memoria para el cual advierte que, si se pretende analizar los actos de aquellos años desde los referentes de sentido actualmente predominantes, los mismos participantes de los grupos guerrilleros verían sus actos incomprensibles. Propone entonces tender un puente entre nuestra mirada actual y la de entonces, teniendo en cuenta que no hay una verdadera y otra falsa.
Distinto a este enfoque y a la vez con un texto que se enlaza en lo testimonial, el libro Furia ideológica y violencia en la Argentina de los 70, escrito por Daniel Muchnik y Daniel Pérez (Ariel), da cuenta de dos ópticas –según cada uno de los autores– en las que relatan su experiencia personal de aquellos años y hacen un análisis de las consecuencias que el relato marxista y los paradigmas de izquierda tuvieron sobre aquellas generaciones. Para ambos, Daniel Muchnik (periodista, licenciado en Historia y docente universitario), que no fue militante pero fue contemporáneo a ellos y también amigo y compañero en muchos casos, y Daniel Pérez (periodista, diseñador y especialista en arte), quien de joven se fue de Argentina inspirado por Fidel y el Che Guevara a un periplo que lo tuvo como militante entrenado en Teoponte, Bolivia, la revolución cubana fue el principal desencadenante de “la ola de violencia” guerrillera de los países de Sudamérica en aquellos años.
“Aunque podría parecer una anomalía –dice Pérez en el libro–, el imán de la gloria guerrera es un ingrediente infaltable en la historia de la humanidad, que reaparece de tanto en tanto bajo enunciados tan resbaladizos como ‘liberación’, ‘patria’, ‘revolución’ o ‘imperialismo’, para extenderse como una borrachera colectiva que anula la racionalidad, produce un bloqueo generalizado de la capacidad de análisis y arrastra las conciencias con la fuerza de un incontenible aluvión”.
Otros protagonistas, otras opiniones. ¿Las explicaciones que nos estamos dando como sociedad se ajustan a los hechos? Para Graciela Fernández Meijide (autora de Eran humanos, no héroes, Sudamericana), “el tema de los derechos humanos del pasado reciente en la Argentina –años 70– no ha sido suficientemente aclarado. Porque todo lo que se sabe hoy proviene de declaraciones testimoniales de víctimas –familiares, sobrevivientes– y poco o nada del lado de los victimarios. Porque no existen autocríticas institucionales del lado de las organizaciones guerrilleras y tampoco de las Fuerzas Armadas y de Seguridad”.
Alejandro Guerrero (autor de El peronismo armado, Editorial Norma) cree que “hablar de análisis que se hace ‘como sociedad’ es una premisa falsa. Los análisis históricos derivan de intereses de clase casi siempre contrapuestos e irreconciliables”.
Ariel Hendler (autor de La guerrilla invisible, Vergara) subraya que “explicarse los hechos del pasado reciente ‘como sociedad’ hasta ahora sólo fue posible en forma de confrontación entre discursos hegemónicos y contrahegemónicos. Más que errores de interpretación, hay posiciones fundadas en relaciones de fuerza”.
María Matilde Ollier (autora de La creencia y la pasión, Ariel, y De la revolución a la democracia, Siglo XXI), advierte que “la sociedad está fuera de este debate. La primera responsabilidad les cabe a los que participaron, tanto desde los grupos armados de la sociedad civil como desde el Estado, entre 1973 y 1983. El tema en el medio académico se ha analizado bastante, lo que falta es un debate entre aquellos que o bien ejercieron o bien apoyaron la violencia. Por ahora el debate es endógeno. Es decir, algunos ex militantes debaten entre ellos y algunos ex militares hacen lo propio también entre ellos. Y los políticos que vivieron aquellos años, y tuvieron responsabilidades de todo tipo, están bastante callados”.
A la senadora Norma Morandini, periodista y con dos hermanos desaparecidos –autora de De la culpa al perdón (Sudamericana)–, no le gusta “la peronización de la historia que se hace desde el poder, porque es sesgada y busca una intencionalidad política para el presente. El debate público es el único que nos puede hacer crecer como sociedad”.
El dilema entre justicia y verdad
Claudia Hilb compara los juicios a represores argentinos con la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica. Aquí, dice, pesó más la justicia, con cierta pérdida de verdad, y en Sudáfrica fue en términos inversos. Hilb advierte que “no hay salida perfecta de los regímenes de terror. Creo que los juicios a las juntas en 1985 son un hito absolutamente extraordinario. A la luz del caso sudafricano, planteo que la insistencia en la justicia supone una pérdida en verdad, sobre todo en verdad dicha por los ‘perpetradores’. Trato de pensar qué habría sucedido si a partir de la reapertura de los juicios se hubiera ideado una forma de intercambio de verdad a cambio de reducción de penas y por qué esto resulta tan inaceptable en el debate político actual. Propongo pensar si el hecho de que no se pueda siquiera pensar en esto no estará ligado a que es más fácil mantenerse estrictamente en las cristalizaciones de sentido; que se teme que si los victimarios hablaran puedan surgir nuevas preguntas, ponerse en riesgo las respuestas cristalizadas. Por mi parte, creo que –siempre manteniendo la barrera del Nunca más– sería bueno que pudieran suscitarse nuevas preguntas, y que sería muy importante para muchas familias que necesitan poder cerrar sus historias conociendo la verdad, que pudiera introducirse en el escenario argentino una figura legal que permitiera favorecer esta posibilidad, de que los perpetradores tuvieran interés en decir todo lo que saben.