Treinta siglos separan a Homero de Truman Capote. Pero el épico griego y el novelista norteamericano coinciden, inesperadamente, en un concepto tan abstracto como el de la vocación. Tema que me obsesiona porque involucra un Misterio.
En la Ilíada (siglo VIII a.C.) se lee en el Canto III: “Los dones amables de la dorada Afrodita no me reproches, pues no conviene rechazar los altos regalos que los dioses mismos nos conceden”. En Música para camaleones (1980), el prólogo advierte: “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. En ambos fragmentos hay tres conceptos que llaman la atención por aparecer juntos en citas tan breves. Son: Dios, el don y el castigo.
Los dioses de Homero no son los de Capote, pero equivalen. En cambio, ¿de qué dones hablan uno y otro? En la Ilíada, que canta la guerra de Troya, los versos son la justificación de Paris por haber huido de su rival Menelao. Este es el favorito de Ares, dios de la guerra. El pobre Paris es el favorito de Afrodita, y por tanto sólo tiene la belleza. Paris responde a los insultos que su belleza es regalo de los dioses y debe honrar ese don. En el otro fragmento, el don al que Capote se refiere es la vocación. Ni la belleza ni la vocación se eligen, más bien se traen. Por eso digo que los dones tienen que ver con el Misterio.
Nadie me enseñó a escribir. Tuve la necesidad de contar historias antes de ser alfabetizado. Cuando todavía no conocía las letras, dibujaba historietas mudas. A esto me refiero con lo enigmático de la vocación: viene no se sabe de dónde y se impone como una segunda naturaleza.
Gracias al poder de la escritura logré no sólo ganarme la vida sino vivir en otros mundos cada vez que el mío se pone difícil. Mis mundos paralelos son bien diversos. El último año publiqué una novela gótica (El club de los vampiros), estrené dos obras de teatro en verso (Tarascones y Sangre, sudor & siliconas) y escribí un policial romántico para televisión con Erika Halvorsen que acaba de salir al aire (Amar después de amar-ADDA). La novela gótica me exigió viajar al Buenos Aires de mediados del siglo XIX, más concretamente a los últimos seis meses del largo gobierno de Rosas. Tuve que estudiar hasta los mapas de la ciudad de la época, porque quería transitar sus calles como lo haría mi protagonista, un tenor inglés travesti y testigo de un crimen. Nada que ver con Tarascones, comedia de living escrita en versos medidos, como los del teatro del Siglo de Oro, pero que hablan de Camparis y de caniches. Sus protagonistas son mujeres hartas que practican el deporte del despellejamiento. A diferencia de la narrativa, el teatro permite al autor compartir directamente con su público la revelación de su obra. La satisfacción es enorme cuando los personajes cobran vida, en este caso gracias a cuatro magníficas actrices como son Alejandra Flechner, Paola Barrientos, Eugenia Guerty y Susana Pampín (dirigidas por Ciro Zorzoli). La pieza, que escribí en un bar, se repondrá a mediados de mes en el Teatro Nacional Cervantes con sus creadoras, se estrenará en Uruguay en marzo por la Comedia Nacional de Montevideo, y se ofrecerá en España y, traducida al portugués, en Brasil. También este año se retomará en Francia mi obra Deshonorée, ofrecida en Buenos Aires como Deshonrada, con la que Alejandra Radano y Marcos Montes, bajo la dirección de Alfredo Arias, se consagraron en París, aplaudidos por el presidente Hollande. Todo esto lo tomo como un premio a ser consecuente con mi imaginario, a no rechazar el regalo de los dioses, y al trabajo duro (el látigo). Quizá, el más duro de todos, sea la telenovela. Este género, dificilísimo por lo convencional, me reveló un mundo nuevo. Se lo debo a Erika Halvorsen, quien me invitó a compartirlo. Amar después de amar exigió más de un año de escritura, cumplida mucho antes de salir al aire. Que haya sido tan bien recibida por una audiencia hoy adicta a las series extranjeras es, al menos en parte, por haberla escrito con la misma pasión y honestidad con la que cada uno de los dos escribimos nuestros proyectos más personales.
Por último, otra cita. En las Apostillas al nombre de la rosa (1985), Umberto Eco confiesa el secreto motivo de su famosa novela: “Comencé a escribir en marzo de 1978 movido por una idea seminal. Tenía ganas de envenenar a un monje”. He aquí el castigo que espera a un contador de historias que no se decide a contarlas: vivirlas. Convertirse en asesino.
*Escritor. Guionista en ADDA (Telefe) y dramaturgo de Tarascones (reestreno el 17 de febrero en el Teatro Nacional Cervantes). Con Romina Paula estrenará la miniserie El maestro (Pol-ka) con Julio Chávez, y en abril, la obra Juegos de amor y de guerra (Centro Cultural de la Cooperación), con Luciano Castro y Andrea Bonelli.