Ana Katz es una directora joven, talentosa, activa y con reconocimiento internacional para sus películas. Finalmente, después de las dilaciones que impuso la pandemia, El perro que no calla se puede ver en la Argentina: 19 y 20 de noviembre se programó en la Competencia Latinoamericana del 36º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y del 25 al 28 de este mismo mes está en el cine Gaumont, en un por ahora escueto tiempo de proyección. Antes de eso, ya pasó por Sundance, por International Film Festival Rotterdam y por Havana Film Festival de Nueva York, donde ganó el premio al Mejor Guion. La historia, escrita por la propia Katz con Gonzalo Delgado, está interpretada por Daniel Katz, Valeria Lois, Julieta Zylberberg y Carlos Portaluppi, entre otros.
—¿Qué afecto especial te despierta esta película?
—Cada película tiene detrás un trabajo tan colectivo, de tantos años y con tanto amor, que, cuando surge, es una especie de criatura que ya parece autónoma. Esta es cine independiente, ese que queremos tanto y queremos cuidar. Es el que muchas veces responde a temáticas o expresiones que son espejo de nuestra identidad y que no necesariamente responden a leyes del mercado, pero sí a una sensibilidad más inconsciente. Por eso es tan importante la gestión cultural de un Estado que pueda dejar ver lo que está pasando en su lugar, en su momento.
—¿Y cómo te preparás para el estreno local?
—El perro que no calla tuvo un recorrido precioso afuera, incluso en el contexto de pandemia. Pero estoy muy deseosa y ansiosa de estrenar acá: hace mucho que estoy esperando esa noche de ver la película con el equipo y los actores. No la vi nunca en pantalla grande. En el viaje a Nueva York, decidí no verla. Realmente espero la función de Mar del Plata y la función de estreno.
—¿Cómo caracterizás a su protagonista?
—El personaje de Sebastián representa a un varón con una sensibilidad que le permite cuidar a una planta, su perro, una persona. Tiene distintos trabajos donde se describe su escucha, su adaptación. Son todas características que, en general, la sociedad rechaza en los hombres. A mí me interesa ese tema porque creo que un montón de varones pagan un precio muy alto por ser humanos. Al varón se le piden otras cosas: ser ambicioso, crecer en lo económico, no ser dependiente. Para mí fue la primera vez en que, como narradora, me dediqué excluyentemente en una peli a un personaje masculino. La experiencia fue muy rica.
—¿Cómo trabajás para que situaciones que parecen menores revelen conflictos subyacentes, como ya se veía en tu primera película: “El juego de la silla”?
—Son hilos, pistas, como los hilos de una torta de casamiento, que te llevan y hacen que te pueda tocar el anillo o no. Ese juego vale como ejemplo de lo que sucede. Hay una narración clásica que se estructura de una manera, que también me encanta –yo soy muy amante de los clásicos en la literatura y en el cine–, que a veces hace que los espectadores quedemos automatizados por una cantidad enorme de consumo, y nos volvemos un poco indolentes: sabemos cuándo reírnos, cuándo llorar, qué sentir. Con El perro que no calla, sentí la necesidad de desarmar el juego de convenciones, para conectar con una escucha más cinematográfica, con el uso de la elipsis, trabajar con dibujos, con la música. A través de las redes y publicidades de películas y series, hay un consumo de imágenes que no necesariamente nos conmueven. En cambio, yo quería que esta película se comunicase con los espectadores a través de los sentimientos.
—¿Tiene que ver con esto la decisión de que la película es en blanco y negro?
—Como siento que hay mucho ruido a nivel comunicacional, traté de deshacerme de todo aquello que no parecía imprescindible. Yo amo los colores, pero sentí que el blanco y negro me permitía concentrarme en lo que quería contar. La dirección de fotografía la hicieron artistas gigantes que tenemos en nuestro país y que son un lujo [Gustavo Biazzi, Guillermo Nieto, Fernando Blanc, Joaquín Neira].
—Estás trabajando también en la serie “Supernova”, que en algún tiempo se verá en Canal 9.
—Sí, forma parte del Grupo Octubre. Supernova está en etapa de montaje. Es una serie de la productora Kapow para la plataforma Amazon. Terminamos el rodaje supervertiginoso; ahora estoy trabajando en la edición. Es una serie de personajes. Se trata de acompañar a personajes en un momento de quiebre y de crisis, de explosión –por eso el título–, en sus treinta y pico de años, porque no se sienten cómodos o formando parte de un espacio que les sea propio. La serie habla de la relación de las personas con sus cuerpos y sus relaciones afectivas. Tuvimos actores muy deliciosos: Johanna Chiefo, Ruggero Pasquarelli, Carolina Kopeliof (como parte del equipo también), Inés Estévez, Nancy Dupláa.
—Asimismo, “Terapia alternativa”, otra de tus creaciones, se ve en Star+. ¿Cómo encarás diferentes formatos de producción?
—Terapia alternativa está siendo supervista también en otros países. Es algo con lo que, a priori, no me daba cuenta si me iba a poder sentir identificada, pero estoy orgullosa. En mi camino, he probado y pruebo diferentes diseños de producción, porque encuentro el interés expresivo en distintos espacios. No lo pienso estratégicamente, sino que busco una conexión íntima con la mirada de los espectadores, que se identifiquen, no con la convención de cómo somos, sino con algo más verdadero y real. Creo que lo necesitamos. No es lo mismo vivir en Latinoamérica. Tenemos características de identidad que está bueno contar: no hagamos como si diera lo mismo vivir en cualquier parte del mundo. Está buenísimo poder dar espacio para retratar eso.
—¿Qué mirada tenés sobre el Incaa?
—El proyecto de todas y todos es reunirse y proteger la autarquía del Incaa, porque eso va a proteger al cine, para que se pueda hacer películas vinculadas al arte y no solamente al mercado. Hay películas que pueden funcionar en ambos canales, pero hay otras (documentales, animación, cortometrajes) que tienen otra misión, que es sensibilizar, despertar, hacer ver cosas que no son las que más venden. Esas películas son las que más debemos defender. Por eso, cuidar la autarquía del Incaa, cuya ley vence el año que viene, es la tarea más importante en la que nos tenemos que encontrar los periodistas, la crítica, los cineastas, los actores, actrices, técnicos, técnicas. Las cosas no se defienden solas, y ahí tenemos que estar todos. Esa es la tarea más inmediata, para cuidar algo que caracterizó al cine de nuestro país, diverso y reconocido en el mundo.
Pequeños grandes heroísmos
—Tomando este estreno y otras películas tuyas, como “Mi amiga del parque”, con historias aparentemente pequeñas que se ubican en un contexto de idiosincrasia nacional, ¿qué lugar tienen para el heroísmo?
—El héroe y la heroína se instalan en una dinámica moral que tiene que ver con valores culturales. Héroe y heroína cambian a lo largo del tiempo y se van cuestionando. En Mi amiga del parque, Liz es una madre primeriza que se atreve a desafiar los mandatos que dicen que las madres no pueden articular la palabra aventura con maternidad y crianza. Ella se atreve a abrir un mundo de otra clase, para entenderse y generar una red. En Sueño Florianópolis, una pareja se atreve a deconstruir amorosamente su pareja de tantos años y dar lugar a preguntas en torno a la sexualidad y a explorar una sensualidad que no conocían, pero tienen el amor y la confianza para compartirla. Y Sebastián, en El perro que no calla, es un hombre que se atreve a no escuchar las leyes del mercado, que le dicen que, si tiene problemas con el perro, lo tiene que regalar; busca un trabajo que le permita adaptarse a sus creencias. Hay pequeñas batallas con respecto a mandatos sociales o económicos. Los personajes se vuelve héroes o heroínas, desde mi punto de vista, en tanto libran esas batallas, para conseguir un espacio de la libertad, que tienen que ver con la existencia y con la libertad. Actualmente, la palabra libertad está mal entendida, porque parece que significa hacer solo lo que me importa a mí. Libertad es una palabra que hay que defender desde su uso colectivo.