ESPECTACULOS
Scorsese - De Niro - Spielberg - Pacino

Más allá del bien y del mal

Promedian 75 años, y no tienen pruritos en enfrentarse a grandes empresas como Disney o Netflix, a las que los más jóvenes obedecen, o en insultar en público al presidente de los Estados Unidos. Una generación que surgió de la rebeldía en los 70 y que se niega a perder lucidez.

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Bajo protesta. Martín Scorsese, Steven Spielberg y Robert De Niro a su edad se mantienen rebeldes frente a la corrección política de los jóvenes actores de Hollywood. | cedoc

Primera escena: la entrevista iba por los derroteros habituales. El director Martin Scorsese hablaba de la presentación en sociedad de The Irishman, su último film, y el periodista de la revista Empire le preguntaba lo que suele preguntar, cuando se hace mal el periodismo de espectáculos, un conjunto de banalidades dirigidas en forma ordinaria a promocionar un producto. Sin embargo, surgió lo imprevisto: “¿Qué le parecen las películas de Marvel?”, quiso saber el periodista, probablemente sin saber que iba a desatar un tsunami. A sus 76 años, el director respondió:

—La verdad que no las vi. Lo intenté, ¿sabés? El tema es que eso no es cine. Honestamente, lo más cercano que puedo pensar en relación con esa clase de películas, con lo bien hechas que están, con actores que intentan poner lo mejor de su parte en las circunstancias en las que les toca trabajar, es que son parques temáticos. Pero no es cine, en el sentido del cine que hace un ser humano que intenta transmitir emociones y experiencias psicológicas a otro ser humano.

Obviamente, quienes hicieron esas películas salieron a responder esas críticas. Con una mezcla de indignación y dolor, como si nadie hasta entonces se hubiera encargado de indicarles que lo que estaban haciendo podía ser un éxito y recaudar miles de millones de dólares, pero que la distancia entre eso y una obra de arte no estaba necesariamente zanjada.

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Segunda escena: a principios de este año, Netflix lanzaba una abrumadora campaña para que la película Roma se alzara con el Oscar. ITV News le preguntó al director Steven Spielberg qué pensaba al respecto, y el artista de 72 años dijo, muy suelto de cuerpo:

—Si vos hacés algo para exhibirlo en un formato televisivo, lo que hiciste es una película de televisión. No hablo de calidad. Ciertamente, si es una buena película de televisión, merecés que te premien con un Emmy, que son los premios que se les dan a las producciones de televisión, pero no con un Oscar, que son los premios que se les dan a las producciones de cine. No creo que películas que se estrenan en unas pocas salas por menos de una semana, solo para calificarse, merezcan ser calificadas para una nominación de la Academia.

Como es natural, quienes hacen películas para Netflix salieron a responderle al realizador, al fin y al cabo defendían sus salarios (ya que no su arte). Una vez más, en sus palabras había una combinación de enfado y desencanto ante quien había osado decir lo obvio.

Tercera escena (y cuarta): entrega de los Premios Tony. Robert De Niro debía presentar un número musical de Bruce Springsteen. Entró al escenario, se acercó al micrófono y habló:

—Solo quiero decir una cosa: Fuck Trump.

Cabe aclarar que en ocasiones públicas anteriores, el genial actor había utilizado, para referirse al presidente de los Estados Unidos, palabras como: “estafador”, “cerdo” y “perro”.

Hace pocos días, en una entrevista en la CNN, le preguntaron al artista de 76 años qué pensaba acerca de cómo lo habían criticado en Fox News (ultraderechista) por insultar al presidente, y respondió al aire:

—Que se vayan a cagar (Fuck them).

Pocos pelos.  La psicología señala que, en la vejez, la persona comienza a perder inhibiciones. Esto no se relaciona con la senilidad, más bien todo lo contrario: el individuo continúa lúcido (si lo fue antes, por supuesto), pero comienza a perder la paciencia ante la falta de lucidez ajena.

Setentones, Scorsese, Spielberg y De Niro, en las escenas citadas, hicieron gala de esa falta de pudores. Dijeron lo que muchos no se animaban a pronunciar. Fuck them.

Y lo dijeron con voz autorizada. Ellos, junto con otros, reformularon/fundaron el cine de autor norteamericano en la década del 70. Ellos supieron plantarse frente a los estudios para hacer las cosas a su modo. Ellos supieron encarnar, con distintos grados, la rebeldía de ir por fuera de las convenciones de la industria. Y hoy, con canas, con menos pelo, con menos movilidad, lo siguen haciendo.

Tanto lo hacen que a la hora de encarar The Irishman, Scorsese, De Niro y Pacino se plantaron ante Universal, que hasta entonces iba a producir el film, para explicarle que si bien la película abarcaba varias décadas y los personajes surcaban distintas edades, los interpretarían siempre De Niro y Pacino, y que buena parte del presupuesto se iba a ir en efectos especiales: digitalizar las imágenes de los actores para que luzcan más jóvenes. Y otro detalle: dejaron claro que no se iban a dejar llevar por las reglas de mercado, y que el film duraría casi cuatro horas (lo cual constituye un sacrilegio contable, porque permite menos exhibiciones por día y, por tanto, menos recaudación). Universal les dijo que no, y recalaron en Netflix, que con tal de contar con esos nombres estaba dispuesto a gastar cualquier cosa. Cualquier cosa fueron US$ 160 millones. Y la película, que despertó ovaciones en el último Festival de Nueva York, se hizo. Tal como ellos dijeron. Tal como ellos quisieron.

Cuando muchos ansiosos por eliminar a los tótems indicaban que Spielberg ya no funcionaba en la taquilla, el creador de ET hizo Ready Player One y les tapó la boca. Y de paso, en el film se burlaba de la lógica de los ejecutivos (esa combinación letal para el intelecto entre abogados y contadores), a los que con frecuencia debe enfrentar para llevar adelante sus proyectos.

Lo curioso, si se quiere, no es –o no debería ser– que estos genios de la dirección o la actuación sean rebeldes a su edad, o que digan lo que quieran o sientan. Lo llamativo es que el resto no lo haga, cuando se supone que la rebeldía es una característica juvenil, y hoy los directores y actores jóvenes –de Hollywood y de muchas partes del mundo– parecen más interesados en emplear la obsecuencia para facturar, en obedecer el manual que les pasan sus representantes de prensa, antes que en hacer algo nuevo o digno.

Lo triste es que, en cierto sentido, el panorama actual pareciera indicar que ellos son los últimos mohicanos, y que cuando ya no estén la intrascendencia de la corrección política se llevará los Oscars sin nadie que se oponga o critique o se burle, y los reyes se pasearán desnudos a sus anchas, ante la cobardía o la simple estupidez de quienes debieran decir algo y en cambio prefieren mirarse el ombligo.

 

Otros viejitos vivaces

Los nombres de artistas en el mundillo de Hollywood que continúan vigentes pese a su edad avanzada y que no temen decir en público lo que piensan no se agota en los mencionados en la nota.

Harrison Ford, a sus 77 años, se permitió hablar hace pocas semanas en un congreso donde se abordaba el calentamiento global. Con el rostro visiblemente enojado y tono duro, señaló desde el atril que “en este país (Estados Unidos) enfrentamos un momento sin precedentes; hoy el mayor desafío no es el cambio climático, ni la polución, ni el hambre o los incendios; hoy el mayor desafío que tenemos es que tenemos gente a cargo que debería ocuparse de todos estos asuntos de mierda (sic) y que no cree en la ciencia, políticos y empresarios solo interesados en sí mismos que se dedican a denigrar el resultado de los estudios científicos… ¡Por el amor de Dios, por favor dejen de votar a líderes que no creen en la ciencia! ¡O peor: líderes que pretenden no creer en la ciencia por motivos políticos o económicos!”.

En el espectro ideológico opuesto, Clint Eastwood, quien hoy tiene 89 y no deja de filmar al menos de una película por año, al mismo tiempo es uno de los republicanos más famosos de los Estados Unidos, y se permitió escandalizar a sus propios compañeros de partido político cuando, años atrás, en una convención, aprovechó su tiempo para hablar para crear una entrevista imaginaria al entonces presidente Barack Obama, poniéndolo en ridículo y utilizando palabras de grueso calibre.