Esta es una comedia diferente” sostiene Guillermo Francella. Se refiere a Mi obra maestra, su próximo estreno en el cine, otra de las películas argentinas del Agostoplotation que busca lograr un número grande de espectadores. Tiene razón: su Arturo Silva, un galerista con décadas encima (con más fama de cabotaje) y mucho Palermo en la actualidad, es amigo y, al menos a la hora de las ventas, víctima de Renzo Nervi, el figurativo pintor insurrecto que interpreta Luis Brandoni. Juntos, como casi nunca en el cine nacional y en esta nueva película de Gastón Duprat (El ciudadano ilustre), generan una dupla que mezcla esa cosa italiana que adora cierta cinefilia emotiva argentina y son dueños de un timing a lo Walter Matthau/ Jack Lemmon. Es decir, Mi obra maestra es una película popular, una que muerde, claro, fiel al estilo de Duprat y Cohn, esos reconfiguradores de lo popular en Argentina. Francella la define así: “Es una película que queremos mucho y donde hay ironía, hay sarcasmo, hay comedia. Fue un proceso muy lindo: los ensayos, el rodaje. Fue crear un vínculo muy lindo con Mariano Cohn y Gastón Duprat, a quienes no conocía, y, bueno, con Beto (Brandoni) con quien ya hicimos dos programas de televisión.”
—En la película los personajes viven una situación donde están a punto de realizar un crimen para conservar su status quo: ¿pensás que hay mucho de eso en el mundo de hoy?
—Es que no sé. La película habla por sobre todas las cosas de un vínculo. Un artista que era vedette en los 80 y al que el tiempo hizo que deje de interesar, no convoca, no vende. Esa descalificación inmediata no se da solo en el arte. Se da en todo. Esto puede darse en un mundo médico, de abogados, de actores, del deporte. Aquí se habla de la incondicionalidad en la amistad, de lo heterogéneas que son las personas y del auténtico amor que existe.
—¿Cómo ves al cine argentino considerando la experiencia en la cartelera del estreno de “Animal” y ahora el estreno de “Mi obra maestra”, junto a otras cuatro películas grandes argentinas, estrenadas de a una por semana?
—Este agosto es bravo. Cuatro películas argentinas y con contenidos distintos entre sí. Para mí hacer Animal con Armando Bó, y ésta con Duprat me permite tocar cuerdas diferentes. Me deja buscar cosas nuevas y me es muy útil como actor.
—¿Sentís que volviste a la comedia como en ninguna de tus otras películas? Hay mucho de ping-pong de actuación entre vos y Brandoni.
—En eso sí. En las otras películas no tuve eso. Sí en televisión con Juan José Campanella. Me ha tocado hacer comedia, pero ésta es distinta. Pero no me interesan las lecciones. O esas definiciones. Cuando empecé a tener la carrera cinematográfica que yo quería tener, con directores diferentes, con contenidos diferentes, eso me permitió conocerme, buscar otros roles. Yo me siento pleno buscando cosas nuevas. No se trata de dar lecciones. Se trata de personajes: de hacer de gente execrable como en el El clan o gente querida como en Corazón de león, o Animal, con un hombre común empujado al límite y viendo la realidad de quienes lo rodean.
—¿Qué es lo que te empuja entonces: cuál es el núcleo común de lo que hacés como actor considerando toda tu carrera?
—No hay un contenido trazado. Pero todos los contenidos son importantes. Yo empecé haciendo un cine muy popular, muy infantil, películas aptas para todo público, películas blancas con un contenido no tan profundo, pero que eran populares y gustaban. Después hubo un giro importante en cuanto a temáticas y eso me gustó a mí. Nada me vino de taco. Yo fui muy feliz haciendo Casado con hijos como lo fui haciendo Animal o Mi obra maestra. Esa cosa heterogénea entre los contenidos era algo que buscaba, que pedí en voz alta, y, por suerte, los resultados fueron óptimos.
—Pocos actores han logrado ese abanico: ir desde la sitcom más famosa de la Argentina a un cine distinto. Aun así, siempre buscás lo popular, querés ser popular. Nunca viste eso como una mala palabra.
—Eso es la popularidad: identificación. Lo popular es lograr la identificación. Que vos como espectador veas y sientas algo con qué identificarte. Que algo que yo estuve realizando no te dé la espalda. Continuar con roles diferentes es clave para eso, roles que no quedan cómodos de entrada. Que me elijan, público y directores, que elijan a las películas, algunas más y otras menos. A veces lo popular es denostado. Lo popular no tiene que estar reñido con la calidad.
—¿Qué es para vos entonces la calidad?
—Si yo logro una emoción legítima de una escena que te humedece los ojos, aunque para otros es cursi, pero a vos te provoco algo, eso es algo que enaltece. De golpe quizás que es un lugar común para un crítico o para un determinado espectador, pero lograr que carcajees, algo que pude corroborar dirigiendo Perfectos desconocidos en el teatro, es hermoso. Igual que sentir una ola de sensaciones, sea en un silencio o una pausa o comedia. Me sentí pleno volcando el timing, la pausa, el vínculo, la sensación de espiar a un grupo de amigos. Como director fue algo adictivo generar emociones, algo que me fascinó.
—¿Por qué te interesa generar emociones? ¿Es algo que apareció ahora?
—Desde siempre, desde antes de vivir de la profesión. A veces se pregunta si lo que tenés es innato o adquirido. Yo no lo puedo precisar. Yo adquirí mucho oficio, mucho que aprendí de técnica estudiando y trabajando con los años. Pero es más algo que llevo conmigo. Entonces, ¿cómo no me va a interesar emocionarte con un parlamento o lograr que carcajees y que pueda eso en vos atenuar un mal momento que estás viviendo? Si yo te puedo dar a través de un texto o una interpretación algo nuevo, algo que te genere a vos algo lindo, y salgas del cine o teatro con una energía que no entraste, misión cumplida.
—¿Cómo ves a la Argentina en este momento y ésta particular semana?
—Hubo varios temas esta semana. Pero la Argentina siempre ha sido un país muy convulsionado, muy agitado, muy de antagonismos, muy de opiniones. Pero últimamente eso está muy subrayado y eso se hace muy cuesta arriba para el vínculo, cuando es algo tan marcado, de cualquier pensamiento o idea que se propone, que haya un blanco y negro tan estricto, tan subrayado.
El mundo 2.0
—La película sale con los tapones de punta contra cierta idea del mundo del arte, del crítico, de modos de venta, de consumo y de valorizar. ¿Qué opinión te merece a vos esa forma de ver el arte de la cual la película hace uso?
—Sí, sí, sí, es cierto hace eso. Gracias a Dios fue un universo que transitamos con gente que sabía mucho del palo. Entonces eso también nos ayudaba a entender el advenimiento del arte contemporáneo contra aquellos pintores que por ejemplo eran estrellas en una década, pero después por el cambio de las modas y los gustos quedaron en otro lugar. El personaje de Brandoni es un hombre hosco que no se quiere aggiornar, que casi no quiere nada. Y a mí, en mi personaje de galerista, se me hace muy cuesta arriba ayudarlo. El mismo boicotea lo que hace, hasta su propia muestra.
—¿Alguna vez a vos se te hizo cuesta arriba por la moda del momento?
—No, no, pero adaptarme obligatoriamente a los cambios, al avance de la tecnología, la idea de que te quedás en el tiempo si no participás en este mundo virtual, este mundo de redes. Uno sería un necio si dice que la tecnología es inútil. Pero hay pasos tan agigantados que uno no sabe si suma o resta. Y no por decir que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero a la hora de las relaciones cara a cara ese mundo resta. Veo que se perdió el mano a mano, la mirada a los ojos, la ausencia de intimidad, la moda de ventilar lo que uno tiene. Yo estoy en las antípodas de esa forma de pensar. De esa vanidad, de esta cosa ególatra de autofotografiarte y esperar el qué dicen. Estar esperanzado por un “Me Gusta” y mostrar hasta la comida que comés, la intimidad con un hijito o de un viaje. En mí conspira todo lo que es eso. Todo el día mirar abajo sin mirar a la otra persona; a veces me da la sensación que es de una inutilidad absoluta.