Muchos no lo saben, pero el Nahuel Huapi es el parque nacional más antiguo que existe en suelo argentino. Fue creado casi un siglo atrás, el 8 de abril de 1922, y abarca 717.261 hectáreas. Como tantos otros espacios de conservación, este vio sus orígenes en una donación de tierras: la que hizo el científico Francisco Pascasio “Perito” Moreno. Con él, la Argentina se convirtió en el tercer país de América (tras Estados Unidos y Canadá) en establecer una red de parques nacionales.
Ese fue el puntapié inicial de un largo recorrido, que hoy encuentra al país con 47 áreas nacionales protegidas, que suman unas 4,5 millones de hectáreas (1,19% del territorio), según el Informe del estado del ambiente 2017 que la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable dio a conocer días atrás. A ellas se suman las 483 áreas naturales protegidas cuya administración es provincial o municipal, que acumulan 366.851,81 km2 terrestres y 2.404.000 km2 marítimos. Ahora bien, estos espacios no solo tienen relevancia por la protección que confieren a la flora y la fauna que allí habita, sino también por los beneficios económicos que generan. Solo un dato: entre 2003 y 2014, según cifras del Banco Mundial, en el país, estos registraron un 88% más de visitantes, con su consecuente contribución al Turismo, un sector que representa el 10% del PBI y más del 5% de los empleos. No es poco.
La propia Administración de Parques Nacionales (APN) argentina se posiciona a sí misma “entre los primeros impulsores de la actividad turística en el país”. Y los números la respaldan: en la primera mitad de 2018, las visitas a estos espacios totalizaron 2.466.958. Y allí donde van los turistas, las oportunidades se multiplican, en particular, en lo que a creación de empleo –local y genuino– se refiere.
Recuerdo que, en 2013, al recorrer parajes vecinos a lo que hoy es el Parque Nacional El Impenetrable, en el Chaco, los pobladores aguardaban con esperanza que el parque dejase de ser un proyecto para convertirse en una realidad. Ya entonces podían percibir la promesa incipiente de un mayor desarrollo: la ruta de tierra convertida en acceso seguro de ripio, la llegada de la luz, mejoras en el almacenamiento de agua de lluvia, alguna línea regular de ómnibus y todo lo que vendría con el aumento de los visitantes. Desde entonces, ya están trabajando en el desarrollo de artesanías y más de uno se capacita en la prestación de servicios. Todo ello sin mencionar los puestos que se generan dentro de la APN y a través de contratistas para construir, alambrar y mantener infraestructura o mejorar caminos. Hoy, el sitio está adquiriendo forma y, en julio, contó solo 307 visitantes. Pero, en el horizonte, como ejemplo y modelo a seguir, se erige el Parque Nacional Cataratas del Iguazú, un sitio icónico fronteras adentro y afuera del país, destino de 186.213 de las 343.086 visitas que los parques recibieron en dicho mes.
Tal es su relevancia que Puerto Iguazú, la ciudad más cercana, vibra al ritmo del turismo. Su infraestructura se forjó y creció a su alrededor. Hotelería, restaurantes y comercios son las principales fuentes de empleo. Y otros atractivos fueron tomando forma con el influjo de visitantes.
A modo de referencia, para tener una idea de hacia dónde puede llegar el efecto dominó en empleo que propicia la creación de un parque: en 2015, las ramas características del turismo empleaban 660.301 personas. Solo a nivel establecimientos hoteleros y parahoteleros, la actividad era responsable de 62.532 puestos. A ello se suma que 4.282.180 puestos privados dependían, entonces, del comercio y los servicios asociados al turismo.
Este es el espejo en el que hoy se mira el Impenetrable, aunque su realidad esté lejos de la abundancia que existe en las Cataratas del Iguazú. Pero la promesa, el potencial de desarrollo, se sostiene en el horizonte, y hacia allí habría que caminar.
*Presidente de Fundación CLT.