Los ex presidentes en Estados Unidos abandonan la política el día que dejan el Salón Oval. Tengan la edad que tengan, no buscan otros cargos electivos. En cambio, pronuncian charlas ante empresarios, crean fundaciones y bibliotecas, y publican autobiografías. Esa tradición fue perpetuada por los antecesores que tuvieron uno o dos mandatos en la Casa Blanca.
Pero Donald Trump no será un ex presidente más. Su derrota en las elecciones; la denuncia sin pruebas de un fraude; la posterior instigación a la insurrección; y el segundo impeachment indican que no está dispuesto a irse en silencio a su mansión de Mar-a-Lago. Su sombra se extenderá, como en la apertura de House of Cards, sobre los símbolos de poder de Washington.
Desde que Trump irrumpió en política, postulando la insólita teoría del “birtherism” y lanzando su candidatura presidencial, catalizó y aglutinó el liderazgo de un movimiento político cuyas raíces pueden hallarse en el Tea Party. Ese mosaico de votantes conservadores, evangélicos, nacionalistas, populistas, y desclasados lo precedió y seguramente lo sobrevivirá. Ahora, dejarán las instituciones, pero no abandonarán el ring político, convencidos de que su “increíble travesía acaba de comenzar”, como les prometió su líder.
Hay señales que juegan a su favor. La polarización en Estados Unidos, el combustible del que se alimenta Trump, no desaparecerá. China, el retador geopolítico de Washington, continuará creciendo y acumulando poder. Y la semilla del despojo en las elecciones florecerá en el inconsciente colectivo de muchos de los 74 millones de votantes.
La cancelación de las big techs y el apuro por someterlo a un nuevo impeachment les regalaron a Trump y los suyos la carta de la victimización. Como señaló Esteban Actis, profesor de la Universidad Nacional de Rosario, la desmesurada “destrumpización” generará una fervorosa “retrumpización”.
Pero ese viento de cola y la inexistencia de rivales internos en el Partido Republicano no alcanzarán para retomar la Casa Blanca. En la historia de Estados Unidos, sólo un presidente perdió una elección y, luego, logró volver a la Casa Blanca: Grover Cleveland. Para imitarlo, Trump necesita que el Senado no lo inhabilite para ejercer cargos federales; que la reactivación de la economía no llegue a los bolsillos de los damnificados por la crisis; y que Biden no implemente una exitosa campaña de vacunación contra el Covid-19.
Regrese o no al poder, las bases materiales del Trumpismo continuarán intactas: un rechazo visceral a los demócratas globalistas y una lealtad ciega a su líder. Incluso si es inhabilitado o encarcelado, aún si deja la política y retoma la actividad empresarial, Trump podrá señalar a un heredero que devuelva el clan familiar al poder, al grito de “¡El rey no ha muerto, larga vida al rey!”.