El papa Francisco ofició ayer una multitudinaria misa al término de una corta visita a Marsella, en la costa francesa del Mediterráneo, desde donde llamó a Europa a la “responsabilidad” con los migrantes y denunció el “fanatismo de la indiferencia”.
A bordo de su papamóvil, el pontífice argentino fue acogido entre aplausos de los miles de fieles presentes –la organización esperaba casi 60 mil– y gritos de “Papa Francisco”, a su llegada al Estadio Velódromo tras recorrer las calles de la ciudad.
“Buenos días Marsella, buenos días Francia”, dijo el Papa a los presentes, entre ellos el presidente francés, Emmanuel Macron, su esposa, Brigitte, y la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde.
En su mensaje, destacó que “la experiencia de la fe genera sobre todo un salto ante la vida. Es lo contrario de un corazón aburrido, insensible a todo y a todos, aun al trágico descarte de la vida humana, que hoy es rechazada en tantas personas que emigran, en tantos niños no nacidos y en tantos ancianos abandonados”.
Francisco pidió a los asistentes preguntarse “con sinceridad” si consideran que “Dios está obrando” en su vida. “¿Creemos que el Señor, de manera escondida y a menudo imprevisible, actúa en la historia, realiza maravillas y está obrando también en nuestras sociedades marcadas por el secularismo mundano y por una cierta indiferencia religiosa?”, cuestionó.
Subrayó que Dios “visita con frecuencia a través de los encuentros humanos” y cuando el corazón “no permanece indiferente e insensible ante las heridas del que es más frágil”, cuando “algo se mueve dentro”.
La liturgia, en la que se leyeron plegarias en varias lenguas, entre ellas español, armenio y árabe, concluyó un viaje del Papa de dos días a la segunda ciudad de Francia, con motivo de la clausura de los Encuentros Mediterráneos entre jóvenes y obispos de los países ribereños.
Ante este foro, el líder de 1.300 millones de católicos pidió “responsabilidad europea” para enfrentar el “fenómeno migratorio” tras denunciar la víspera el “fanatismo de la indiferencia” hacia los migrantes. “Quien arriesga su vida en el mar no invade, busca acogida”, reiteró.
Unos 8.500 migrantes llegaron días atrás a la pequeña isla italiana de Lampedusa tras cruzar el Mediterráneo, donde más de 28 mil desaparecieron desde 2014 en su intento de alcanzar Europa desde África, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Desde su elección como sumo pontífice en 2013, una de las prioridades de Francisco ha sido alertar sobre las tragedias de los migrantes, desde el Mediterráneo a Centroamérica o Venezuela, pasando por África, Medio Oriente, Europa o Estados Unidos, y pedir su acogida.
Sus nuevos llamados se producen en un contexto cada vez más hostil para estos exiliados en Europa. Ejemplo de ello, Francia advirtió, a través de su ministro del Interior Gérald Darmanin, que “no acogerá” a ninguno de Lampedusa.
Durante un encuentro de media hora, el presidente francés evocó la cuestión migratoria con Francisco, a quien expuso también sus planes sobre la ayuda activa a morir que debe presentar “en las próximas semanas”, indicó la presidencia francesa. El Papa había advertido poco antes contra la “perspectiva falsamente digna de una muerte dulce”.
“Esperanza”. Su 44º viaje apostólico al extranjero y el primero a Marsella de un papa desde 1533 suscitó un gran interés, pese al declive del catolicismo en Francia, país laico desde 1905 y donde las acusaciones de abusos sexuales en la Iglesia aceleraron la crisis.
Como en cada uno de sus desplazamientos, Francisco contó con varios momentos simbólicos, como el homenaje a los migrantes desaparecidos en el mar o el desayuno con personas necesitadas de varios países como Albania, Armenia y Colombia en el barrio de Saint Mauront, uno de los más pobres de Marsella.
Por su compromiso con los migrantes, la ONG SOS Méditerranée le obsequió con uno de los salvavidas que utilizaron para salvar a “cientos de bebés y niños” en el mar y que sirvió “hasta hace pocas semanas”, indicó el grupo.
Pero su visita también vino acompañada de polémica en Francia. La oposición de izquierda criticó la presencia de Macron en la misa, al considerar que “pisotea” la neutralidad religiosa. “Yo considero que mi lugar es asistir. No iré como católico, sino como presidente”, se defendió la semana pasada el mandatario centrista, que fue el primero desde Valéry Giscard d’Estaing en 1980 en asistir a una misa papal.
Macron, bautizado como católico a los 12 años y educado por los jesuitas, es un presidente sensible a la espiritualidad y se define actualmente como agnóstico.