Carles Puigdemont escapa hacia delante. Luego de que el gobierno español lo cesó de su cargo, el presidente de la Generalitat catalana dejó ayer claro que no se da por destituido y que intentará resistir a la intervención de Cataluña. Puigdemont llamó a los catalanes a ejercer una “oposición democrática” contra la aplicación del artículo 155 de la Constitución de España, activada anteayer por el presidente Mariano Rajoy luego de que el Parlament catalán declarara la independencia.
En un mensaje televisivo de tres minutos que grabó desde Girona, donde pasó el día junto a su familia y amigos, el presidente cesado de la Generalitat y líder de la coalición independentista catalana buscó transmitir la imagen de que sigue al mando del Govern, pese a que Rajoy ya designó a su reemplazo: la vicepresidenta española, Soraya Sáenz de Santamaría (ver aparte). La número dos del gobierno español asumió formalmente la mayoría de las competencias del presidente de la Generalitat y tendrá un papel clave en la coordinación de la intervención central sobre Cataluña.
Puigdemont no anunció ninguna medida concreta ni explicó cómo hará su equipo para mantenerse en el poder. Tampoco aclaró si participará o no en las elecciones autonómicas decretadas por Rajoy para el próximo 21 de diciembre. Con las banderas de Cataluña y de la Unión Europea de Fondo, dedicó la mayor parte de su discurso a cuestionar la legitimidad de las medidas adoptadas por Rajoy y a pedir calma a los catalanes.
“La mejor manera de defender las conquistas logradas hasta hoy es la oposición democrática a la aplicación del artículo 155 –manifestó–. Tenemos que hacerlo preservándonos de la represión y las amenazas, sin abandonar nunca una conducta cívica y pacífica. No tenemos ni queremos la razón de la fuerza. Nosotros, no”. Su discurso estuvo a tono con la estrategia callejera de la coalición independentista, que se prepara para ejercer una “resistencia masiva y pasiva” contra la intervención del gobierno central y la eventual ocupación de los edificios del autogobierno catalán por parte de las fuerzas de seguridad.
Puigdemont tensa la cuerda porque tiene, al menos, un factor en su favor: el gobierno español prefiere evitar que la intervención transcurra por la vía de la represión y el uso de la fuerza. Para Rajoy sería indeseable que los medios de comunicación internacionales transmitieran otra vez imágenes de una golpiza policial contra manifestantes, como ya ocurrió durante el referéndum independentista del 1° de octubre.
Según la prensa española, La Moncloa apuesta a una intervención moderada y acotada, pero suficiente como para abortar el intento secesionista y garantizar la celebración de elecciones autonómicas dentro de dos meses. Esos comicios completan la estrategia política de Rajoy. Y plantean un dilema a la coalición independentista, que por estas horas lee encuestas que le auguran la revalidación de su actual mayoría en el Parlament en caso de ir a las urnas. Con excepción de algunos dirigentes del partido anticapitalista CUP, las fuerzas de la alianza secesionista aún no expresaron públicamente si participarán o no en las elecciones.
Los grupos independentistas tienen una semana para definir si acudirán o no a los comicios. Esa decisión podría resquebrajar la unidad de sus filas, donde coexisten fuerzas muy heterogéneas. Deben elegir entre convalidar unas elecciones de un Estado que no reconocen, lo que implica asumir que la declaración de la independencia fue simbólica; o quedar al margen del sistema institucional y dejar el nuevo Parlament en manos de los partidos unionistas.
Ayer, el gobierno de Rajoy afirmó que recibiría “con agrado” que Puigdemont participara en las elecciones. Pero el líder independentista ignoró el convite. “Nuestra voluntad es continuar trabajando para cumplir los mandatos democráticos y buscar la máxima estabilidad y tranquilidad”, insistió ayer desde Girona, cerca de su ciudad natal. Rodeado de cámaras, almorzó, bebió y paseó junto a su esposa y a una pareja de amigos. Se fotografió con decenas de personas que lo recibieron como a una estrella. Y dejó abierto el desenlace de la peor crisis en la historia reciente de España.
Los Mossos sí acatan
A diferencia de Carles Puigdemont, el jefe de los Mossos, el mayor Josep Lluis Trapero, sí acató la decisión del gobierno español de destituirlo de su cargo y se despidió ayer con una carta a sus ex subordinados en la que les pidió “lealtad y comprensión” hacia los nuevos mandos. Casi en simultáneo, la policía autonómica catalana procedió a retirarles la escolta a los consejeros cesados del Govern catalán, en una muestra clara de que obedecerá las directrices que emanen de Madrid.
Los Mossos han jugado un papel polémico en la crisis secesionista. Durante la represión contra el referéndum popular del 1° de octubre, muchos policías catalanes se negaron a intervenir contra los manifestantes, lo que provocó el enojo del Ministerio del Interior español. El control sobre las fuerzas de seguridad que operan en Cataluña es ahora crucial para los planes intervencionistas de La Moncloa.