Perfil
MODO FONTEVECCHIA
REFERENTE HISTÓRICO

Murió Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética

El ganador del premio Nobel de la Paz falleció a los 91 años en Moscú. Los detalles de su trayectoria política, la comparación con otros dirigentes de Rusia y su vínculo con Vladimir Putin.

Murió Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética
Murió Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética | Télam

En 1987, Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos, clamó desde las Puertas de Brandeburgo, con el Muro de Berlín a sus espaldas: “Señor Gorbachov, venga a estas puertas. Señor Gorbachov, ¡abra estas puertas! Señor Gorbachov ¡tire abajo este muro!”. El muro cayó dos años después y con él se desplomó dos años después la Unión Soviética. Ayer murió su último líder, Mikhail Gorbachov, en el Hospital Central de Moscú. Tenía 91 años.

En 1990 recibió el premio Nobel de la Paz. Gorbachov había vivido como propia la tragedia de Chernobyl en 1986 y la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán en 1989, así como el aterrizaje en Plaza Roja de un Cessna 172 pilotado por un muchacho alemán, Mathias Rust. Señal de la endeblez de los controles de una superpotencia en decadencia.

Gorbachov, apartado de la política, se convirtió en un virtuoso conferencista que rendía culto a la moderación. Un reformista profundo, como él mismo se hacía llamar, al que le tocó encarar un proceso de cambio que pretendió poner fin a la Guerra Fría e inauguró una era de transformaciones tanto en Rusia como en las otras 14 naciones que conformaban la extinta Unión Soviética.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Mikhail Gorbachov, el "arquitecto de la perestroika" que protagonizó la caída del imperio soviético

Había nacido el 2 de marzo de 1931 en el pequeño pueblo de Privolnoye, al sur de Rusia y al norte del Cáucaso. Dicen que su primer trabajo fue conducir un tractor. Era desde joven un comunista convencido y, gracias a ello, logró algo prácticamente imposible para un hijo de granjeros: estudiar derecho y agronomía en la Universidad del Estado de Moscú.

En 1971, a los 40 años, comenzó a ascender en el palo enjabonado del Comité Central del Partido Comunista, dominado por la gerontocracia. Bajo a la mirada de uno de sus padrinos, Yuri Andropov, jefe durante casi una década de los servicios secretos de la Unión Soviética, la KGB, donde también transitó Vladimir Putin, se convirtió en secretario de agricultura de Leonid Brezhnev, presidente entre 1964 y 1982.

Gorbachov y Putin

En un contexto en el cual Reagan y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, encarnaban la revolución conservadora, Gorbachov lograba diferenciarse de sus antecesores desde Lenin y Stalin tanto por sus ideas como por su humor y su aspecto. En 1985 fue nombrado secretario general del Partido Comunista. Tres años después se convirtió en el último presidente de la Unión Soviética. Un amigo terminó siendo su crítico más acérrimo, Boris Yeltsin, su sucesor en 1991.

Dos palabras grabaron el legado de Gorbachov: glásnot, que significa apertura, transparencia, y perestroika, igual a reconstrucción. Consistieron en la práctica en mayor libertad religiosa y de prensa y en el desarrollo de la propiedad privada.

La relación entre el "destacado estadista" Gorbachov y el "arrogante" Vladimir Putin

El colapso soviético no era el objetivo de Gorbachov, pero puede ser su mayor legado. Puso fin a un experimento de siete décadas nacido del idealismo utópico que condujo a uno de los períodos más oscuros del siglo XX.

En 1992, durante su única visita a Argentina, le preguntaron en tono de broma si la mancha de nacimiento en su frente, de color rojizo, era un ingrato recuerdo de las palomas de la Plaza Roja. La miró a Raisa, su mujer, fallecida en 1999. Compartían una peculiar complicidad, algo así como la aprobación o la reprobación en un pestañeo. Ensayó una sonrisa de cortesía.

Los Gorbachov saludaban en círculo a los invitados, estrechándoles las manos o, con cierto reparo, respondiendo a los besos fáciles de los argentinos en sus mejillas. Bon appétit!, repetían, inclinándose levemente. Era mi turno. Le pregunté sin rodeos qué llevaba en los bolsillos, como suelo hacerlo con los presidentes y expresidentes. Miró de nuevo a Raisa, pero, ahora, no esperó su aprobación o reprobación. “Lo imprescindible”, soltó, resuelto, doblado por el intérprete.

JL PAR