Ricardo Forster pone el foco en los factores internacionales que posibilitan el crecimiento de la extrema derecha. En el caso de Milei, hace una interpretación que lo ubica en el plano de una respuesta reaccionaria al auge de los feminismos. “Hay algo del resentimiento de la masculinidad que se expresa en el crecimiento de extremas derechas en muchas partes del mundo”, expresó en Modo Fontevecchia, por Net TV y Radio Perfil (FM 101.9).
Vos señalás que la derechización de Juntos por el Cambio es respuesta al crecimiento de Milei, ¿y el crecimiento de Milei es respuesta a qué?
Es una buena pregunta. Yo creo que hay que salir un poco de la mirada provinciana y muy ombliguista que solemos tener en Argentina imaginando que lo que nos pasa a nosotros es una excepcionalidad absoluta.
Hay que mirar un poco más ampliamente no solo la región sino también el mundo occidental, porque son fenómenos que se están reproduciendo en Europa Occidental, en Estados Unidos, en una parte de América Latina y que tienen que ver con un crisis muy profunda de los sistemas democráticos de representación, y un agotamiento de la relación entre economía global de mercado y democracia, que durante 40 años le permitió, básicamente, al movimiento más potente de la hegemonía neoliberal contemporánea hacer de la vida democrática parte de sus recursos o instrumentos para seguir expandiéndose en términos de legitimación electoral y de representación política.
Me parece que hoy estamos en un momento de fuerte crisis, donde una parte importante de la sociedad, de las clases medias, medias bajas y sectores populares, se sienten sin horizontes y sin futuro, atravesados por sentimientos que mezclan la ira, el miedo, el resentimiento, la pérdida de horizontes, la preocupación, el rencor, y todo eso sin canalizaciones muy claras, especialmente en términos de lo que antes podía ser una suerte de alternancia entre sectores de centro liberal y centro izquierda que podían reemplazarse dentro de una lógica compartida en términos de la forma de lo democrático.
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El crecimiento de las extremas derechas, los neofascismos, como queramos llamarlos, empieza en Europa Oriental, llega a Estados Unidos y baja hasta Sudamérica.
La experiencia Bolsonaro en Brasil es elocuente, no solamente sus cuatro años de presidencia, sino la elección que hizo, perdiendo por muy poco contra Lula, o la recuperación en Chile de la extrema derecha como fuerza política hegemónica del escenario político después de las elecciones a la Nueva Asamblea Constituyente.
Con esto quiero decir que, en la Argentina, pasan una cantidad de cosas que replican, bajo la forma propia de nuestro país, aquellas circunstancias del sistema de economía global, de las formas de representación, a lo que habría que agregarle también, y para nada menor, el papel de las nuevas tecnologías de la comunicación, las redes sociales, los cambios en el interior de la vida cotidiana, que influyen, en términos de una suerte de individualismo hiperbólico, de mirada puramente autorreferencial.
Son muchos elementos. Yo entiendo que ponerlos en lista puede generar más complejidad que aclaración, pero es imposible analizar un fenómeno novedoso como es, por ejemplo en la Argentina, que haya una expresión política de extrema derecha con caudal electoral aparentemente importante y que pueda disputar la entrada al balotaje a las dos fuerzas que, hasta antes de ayer, ocupaban el 80% o 90% de la escena electoral argentina. Esto es novedoso y por lo tanto hay que tratar de pensarlo.
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Me parece que la respuesta que se dio a la crisis del liberalismo de los años 20, que empezó manifestarse de forma brutal con el crack de la Bolsa de Nueva York y que le dio forma también a la posibilidad cierta de que el nazismo llegara en el 33 a gobernar Alemania, tuvo distintas respuestas.
Por un lado, la perspectiva anti burguesa, anti ilustrada y anti capitalista tenía formas de extrema derecha, que eran las formas propias del nazismo y del fascismo, y también asumió la forma de la revolución social de octubre, hasta la oleada que llegó a la Revolución Cubana y un poco más allá.
Todo eso ponía en evidencia que todavía las matrices ideológicas del siglo XIX, lo heredado de la Revolución Francesa, era lo que se disputaba en sociedades fragilizadas, en crisis, con crisis profundas de identidad, y donde la democracia era un bien escaso que tardó mucho en recuperarse.
Se recupera, sobre todo, a partir de la segunda posguerra, a partir de un acuerdo de tres partes. El Estado, lo que llamaríamos los representantes de los grandes grupos económicos, y el fuerte movimiento obrero sindicalizado, que generó lo que se llamó "Estado de Bienestar", el "New Deal", las políticas keynesianas y los 30 gloriosos en Europa.
Eso entró en crisis en la década del '70 y, a partir de allí, dominó durante casi 40 años el modelo de la economía global de mercado, la idea del fin de la historia de Fukuyama, la crisis y la caída de la Unión Soviética y del bloque socialista, que fue un impacto muy duro, sobre todo, para una de las tramas ideológicas de la modernizada.
Con lo que, en parte, las izquierdas quedaron anacrónicas, sin una lengua ligada a lo que históricamente las había representado, que eran los movimientos de vanguardia, la innovación, la rebeldía. Si uno piensa en las vanguardias estéticas de los años '10, '20 o '30 del siglo pasado, piensa en izquierda, hoy no es así. Las izquierdas, en general, también sufrieron el desgaste, la crisis y les falta re acomodarse a nuevas demandas de la vida social contemporánea.
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Algunas lo hacen incorporando la dimensión ambiental, la dimensión de los feminismos, la diversidad sexual, pero obviamente no alcanza, en el contexto de una época que requiere nuevas audacias, nuevas invenciones, nuevas creaciones, nuevas formas de representación política, frente a la fragmentación, frente a las tecnologías digitales, frente a las redes sociales, frente también a la concentración brutal del poder económico, porque convengamos que una de las consecuencias de 40 años de hegemonía del neoliberalismo.
El 1% de la sociedad hoy es infinitamente más poderoso, en términos de riqueza, que hace 40 años atrás. Eso implica también dispositivos de gobierno y de poder.
Pensemos en la comunidad europea. Las grandes decisiones económicas que toma la comunidad europea se toman en el interior de organismos que tienen muy poco que ver con las representaciones políticas. Todo eso golpea sobre la sociedad, hay una parte de la sociedad que no se siente representada, que se siente, más bien, huérfana.
Francia es un ejemplo arquetípico. Hasta ahora funcionó el chantaje de que el sistema político democrático le hace a la sociedad, cada siete años, cuando se vota presidente. Les dice: “miren que el contrincante es un neofascista, de extrema derecha, se llama Le Pen, por lo tanto votemos al mal menor”.
Bueno, Macron, en su segunda vuelta, logró lo que antes logró Chirac, que es, frente al peligro de la extrema derecha, hacer que los sectores de izquierda y progresistas, más allá de las críticas, terminen votando a Macron, y eso va debilitando al propio sistema democrático, porque es falsa la oposición entre un supuesto centro liberal y una extrema derecha, porque hay otros actores de la vida política, social y cultural.
Lo cierto es que la promesa que antes el capitalismo le daba, real y concreta, sobre todo a los sectores medios y populares ascendentes, de que el futuro iba a ser mejor que el presente y que los hijos iban a vivir mejor que los poderes ya no se cumple.
No se cumple hace mucho tiempo incluso en los países desarrollados. Cualquiera que haga un mínimo análisis de la realidad económica social de Estados Unidos, de Francia, de Gran Bretaña, Italia o España, sabe que la línea es descendente en términos de poder adquisitivo de los salarios, de las clases medias para abajo, y que es ascendente en términos de concentración en pocas manos de la riqueza que se produce socialmente en esos países. Creo que ahí también hay una lectura.
La otra lectura es la complejidad de la vida contemporánea. La sensación de angustia que supone la fragmentación de la vida social, la pérdida de los valores tradicionales, la crisis ambiental, el cambio climático, la emergencia de los nuevos sujetos ligados a las múltiples diversidades culturales y sexuales, los cambios en las estructuras de familia, la hipérbole individualista que generan las redes sociales, que permiten que un individuo se sienta centro del universo y pierda las referencias de vínculos identitarios y de solidaridad que podían tener sus padres o sus abuelos.
Te agrego una cantidad de cosas, porque creo que es imposible analizar la sociedad del presente sin todos estos elementos, pero hay que tratar de traducirlo en política, sobre todo, en la pregunta inquietante de cómo hacemos para sostener, defender y profundizar lo que hasta ahora es el único sistema de convivencialidad, que es la democracia. Que hoy está debilitada y muy desinflada.
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¿Los cambios en los hábitos que produce el cambio tecnológico acelerado pueden estar generando un ciudadano más hedonista e individualista?
Sí, probablemente. Primero, hay que desmitificar la propia idea de democracia. Desesencializarla. La democracia no es algo dado per se, es una construcción, una enorme y fabulosa invención de la cultura humana en un contexto histórico determinado. Por lo tanto, tiene sus procesos de transformación, de renovación y crisis.
La democracia es un sistema vital, un sistema vivo. Cuando sólo se reproduce como si fuera una esencia intocable, indiscutible, es cuando más se debilita. Eso, las extremas derechas, lo saben muy bien. La usan cuando les viene bien, cuando la necesitan, y cuando logran capturar gran parte del poder, la desechan como un trasto viejo.
Hoy se trata de ser capaces de estar a la altura de la reinvención permanente de la vida democrática. Creo que hay elementos de reinvención en los últimos años. Te diría uno que es claro y evidente, que tiene que ver con los feminismos y con los cambios capilares que se han dado en la vida de las sociedades a partir, justamente, de lo que implica ese enorme movimiento tan diverso y complejo, pero que le dio a las mujeres un rol completamente diferente al que tuvieron durante muchísimo tiempo. Eso implica cambios en el lenguaje, en las costumbres cotidianas, cambios intergeneracionales.
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¿Esto explica el choque que representa la deconstrucción masculina? ¿Justifica el hecho de que en el caso de los votantes de Milei haya mayoría de jóvenes y varones?
Sin dudas. Eso se ve en movimientos de extrema derecha en todas partes del mundo. El caso del bolsonarismo en Brasil es arquetípico, pero en Argentina es bien interesante.
Cuando se analizan los posibles votantes de Milei, la mayoría son hombres. Las mujeres han sido poco permeables al discurso de Milei, porque no nos olvidemos que, entre otras cosas, tiene un discurso que parece rebelde, pero sin embargo es profundamente reaccionario en términos de valores tradicionales.
Defiende, entre comillas, una "familia tradicional", está en contra de la Ley IVE, tiene una mirada patriarcal de la política, no ha hecho declaraciones homofóbicas, pero me imagino que hay algo de trama homofóbica en ese movimiento, hay algo de la masculinidad que está en juego, del resentimiento de la masculinidad que se expresa en el crecimiento de extremas derechas en muchas partes del mundo.
Está en el discurso de Donald Trump, en la extrema derecha chilena, es un elemento que hay que tomar en cuenta, porque hoy el papel democratizador y ampliador de derecho de los movimientos feministas es extremadamente importante para cualquier proyecto de defensa de la vida democrática y de la vida en común en términos de diversidad. Hay muchas cosas en juego.
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Hay otro elemento que es importante, y es prácticamente la desaparición del lenguaje argumentativo como un lenguaje validado en términos sociales. Milei puede pronunciar frases que son dinamita pura, o que son de una simplificación salvaje de la complejidad de la vida social, y esas frases entran directamente en la zona afectiva de la vida contemporánea, mientras que, si uno intenta argumentar, queda fuera de juego o es rechazado por intelectualismo.
Esto implica que yo puedo decir que el camino es la dolarización, y, como eso tiene un efecto inmediato, y una persona común y corriente no conoce los intrincados pasadizos de la economía, dice “claro, el dólar es una moneda fuerte y estable, si tuviéramos dólares estaríamos mucho mejor”. No hay un análisis, no hay ni siquiera asumir que la mayoría de los economistas, sean de la tendencia que sean, ponen en evidencia que el fenómeno de la dolarización tiene consecuencias dramáticas en términos de la vida económico-social. Sin embargo, hay una parte de la sociedad que, a su angustia de vivir en una inflación desbocada y con salarios que no alcanzan, cree que hay una salida mágica.
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¿Cómo se podría trasladar este componente, de interpretar el proceso de rebeldía a la deconstrucción masculina en el caso de una candidata mujer que hace, como diría Thatcher, de mujer de hierro?
No necesariamente todos los corrimientos hacia la derecha se expresan a partir de una crisis de la masculinidad, un resentimiento de los hombres ante la pérdida de su poder.
¿Podría ser también de las mujeres el deseo de ese tipo de masculinidad?
También, lo que a veces se llama las mujeres fálicas o ese modo de describirlas.
Pero hay un elemento interesante de lo que está pasando con Patricia Bullrich, que está claro que el problema que hoy tiene en su competencia con Horacio Rodríguez Larreta, es que quien más votos le quita a Bullrich es Milei. Los votos de Juntos que van hacia a Milei, son votos más posibles de Bullrich que de Rodríguez Larreta.
Si tomábamos este fenómeno meses atrás cuando era el momento de crecimiento expansivo de Patricia, e incluso parecía que estaba por encima de Larreta, veíamos que todavía no se había perfilado el fenómeno de una derechización del arco político hacia los reclamos, las demandas y los posicionamientos de Milei.
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Queda claro que hoy hay una parte de esos votantes que hoy se sienten más representados por Milei que por Bullrich.
El problema que tiene Patricia es que ha quedado en un lugar incómodo. Su extrema radicalización por derecha la aproxima a Milei. Casi que se va destiñendo su especificidad, y una parte de los votantes dice “vayamos por el que grita más”, y ese es todavía Milei, porque mal que bien, Bullrich pertenece a un espacio político que debería manejarse con ciertas racionalidades y lógicas que no son propias de un espacio como el de Milei, y que no responde a las formas tradicionales de la organización política.
Entonces, ese lugar de Bullrich es complejo y a su vez, es mujer, con lo que una parte del electorado masculino que podría votarla, al ser portador de ese resentimiento, vota a Milei.
MVB FM