OPINIóN
Siempre polémico

Sergio Berni o la cultura de la amenaza

¿Qué mensajes esconde el último video del Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires?

Spot de Sergio Berni.
Spot de Sergio Berni. | Captura Twitter Sergio Berni

46 segundos de fondo negro a fondo negro. El último video del Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires encierra ciertos mensajes entre líneas, algunos textuales, otros menos sutiles. El resultado es una amenaza a la libertad. No a la individual, a la exclusiva, a la de elegir o expresarse, a la de votar y otras más, tan variadas como necesarias. La amenaza es contra la libertad como bien absoluto de lo humano. Veamos qué tópicos culturales utiliza para hacerla.

Nadie puede dudar de la trayectoria de Berni. Supo tener con rienda firme a la Gendarmería, al punto que contó con gendarmes caranchos, una tropa de elite líder en simulación de accidentes viales. Un visionario. Lo demostró, cómo que no, si con ver una puerta de un baño ya infirió el suicidio de un fiscal federal. Esto, también, engendra suspicacias respecto a su vínculo esotérico, tal vez lo guía un espíritu de cierta logia conectado con el cabo suicidado de apellido López Rega.

Pero todo lo que hizo siempre estuvo sazonado con cierto aire de rebeldía. Malandrín. Pillo. Bucanero. Con esa figura transgresora del orden social pero que en su fondo existencial garantiza el mismo orden, o mejor, lo representa para que no pueda ser ocupado por otro, tal vez más malvado o con otras intenciones, como cambiar las condiciones de vida de la población.

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Desde ese banco de gimnasta solitario (nunca llanero), encarnación misma del sacrificado guerrero émulo de Leónidas (el de 300, o su actor inglés haciendo de griego por dinero), Berni lanza una catarata de interrogantes con astucia singular: ¿a quién le habla? ¿A todos y todas?

No señor. Sí señor. A ver quién tiene el cascabel del gato. Por esa cuestión patriarcal, porque en este video no aparece mujer alguna. Como si la fuerza policial careciera de ellas, o como si los efectivos a su orden fueran producto de un repollo, o como si no tuvieran esposas, novias, hermanas, primas o hijas. Porque una fuerza a su orden carece de femineidad, qué piensan, ¿eh?

¿Esto es misógino o un mensaje de exclusividad para una fiesta que promete? ¿Dónde está la puerta del closet? Qué emoción, qué suspenso. Supongamos que el susodicho nació de un repollo nacional y popular, ¿la sustracción de lo femenino es para no explicarle a una madre sobre el destino de su hijo? No hay peor lugar que el de una madre preguntando por su hijo desaparecido.

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El virus es flojito. Medio cagón también. Vamos, el virus entiende el idiolecto conurbano. Ajá. Se lo combate con abdominales, tirando golpes al vacío, a lo Bruce Lee en Érase una vez en Hollywood. Pobre Tarantino, lo han denigrado. Pero, ahora, sí, ya mismo. ¿A quién le habla Berni? A múltiples escuchas, pero, más que nada, a su propia tropa, a los que pueden alquilar su tropa, a la fuerza política que lo avala… Y, finalmente, al pibe chorro (libre o preso) que no tiene códigos.

Porque este mensaje, en el lenguaje en que se elabora y vuelve sobre lo real, es puramente mafioso. Repitan tomados de la mano: mafioso. Empodera a los suyos. Les dice que él es de ellos, uno más, pero no cualquiera. Berni les dice que es el nuevo líder. Los idealiza en el campo de Marte del simbólico Rambo. Con el culto al cuerpo, al valiente todo terreno, comando 4 x 4. Y no es un chiste: en patota es más fácil, nadie se resiste.

Entre gaucho, jinete, tractorista y resero. Viene ahora el aire campechano, lo gauchesco de la tradición conurbana, un bien de frontera, de cuando todo era un terreno baldío que jamás volverá. Berni es un Robocop maula, atrevido, hablando la lengua del tablón del culto barrabrava. Por eso de a 4 es más fácil, nunca solo.

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En su ejercicio de patio penitenciario también emula al viejo recluso, ése que impone el orden entre los jóvenes díscolos, la jerarquía del gallinero carcelario, especie de combo poliladron a lo Suar con sordina, imitando a esa vida loca e impredecible de Mel Gibson en Arma Mortal, gran ídolo en eso de no respetar códigos con el código en la mano. Así, parece que todo vale.

¿Vale todo? Este huevo de la serpiente, muy mediático, toma forma de José Barrita sin tribuna pero con una 12 uniformada y armada hasta los dientes. Con sed de sangre, dispuesta a garantizar la circulación de todo tipo de bienes: de origen industrial al consumo marginal, de la tradicional explotación sexual a las substancias adictivas. Este aduanero de una nueva normalidad por venir advierte: negociemos.

Matar al mensajero es tan efectivo como desaparecerlo. Al abismo del pozo envió Leónidas al enviado persa, tal vez al cangrejal fue el cuerpo del pibe molesto, con la naturaleza que obra en su sabiduría eterna. Lo natural, así, es del orden del génesis, genético, hereditario: el soldado del siglo XXI encarna una misión divina, santa federación, designado profeta con mangrullo con vista a la pampa bárbara en HD 4K.

No por nada el desaparecido se llama Facundo. Un pibe, un guacho, un don nadie, que nunca será héroe y menos caudillo. Como tampoco lo será ése malón de pobres harapientos y marginales que amenazan al estado de todas las cosas. Esos subproductos, o residuos, de la injusticia social no podrán cuestionar este tipo de nueva obediencia debida.

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Berni dice dar batalla. Y ahí está la profunda síntesis de su motivo esencial. Invoca el estado de guerra contra un enemigo de guachos invisibles, sin códigos, la reencarnación misma de los simples subversivos apátridas sin nombre ni derechos. Un enemigo que fue demasiado lejos en su pobreza estructural y antológica, y que hoy amenaza al hogar, y en todos los lugares donde debe reinar la paz social. Porque sólo él podrá salvarnos de este nuevo aluvión zoológico de zombies de lo abyecto.

Con una imagen de líder sano (o sanándose, “sal virus de mí, sal demonio”), el ejemplo de esta nueva raza ya es más que bandera, gorro y cachiporra. Él le da nueva imagen social al policía de la provincia de Buenos Aires. Lo rescata del patrullero destrozado, sin nafta, atado con alambre. Él lo guía al apuntar el arma que se traba con balas vencidas. Él lo guía en la narcótica excursión contra los nativos pobres que viven donde el mismo policía vive como pobre.

Luego las siglas. Fuerza Buenos Aires, o FBA. Casi PFA. O mejor: FBI. Da lo mismo. La sigla es la sigla, hace al trapo en la tribuna. Por eso va en cámara lenta por el pasillo mal iluminado, cual Terminator que llega para quedarse entre nosotros como un salvador: ven conmigo si quieres vivir. Pero no olvidemos que también es Robocop. O Robo, después Cop. Que traducido a la jerga de potrero no es más que “robo, soy cana”.

Oh, nuestro pequeño Führer, que pinta con Tik Tok el paisaje de una ciudad estado conurbana donde a nadie le importará dónde está su hijo ahora porque no habrá hijo, o joven, que no pueda desaparecer como corresponde. Así se muestra la serpiente, pero el tema es el huevo que anida en su interior. Primero irá el justiciero por los que no tienen códigos, ¿y después? ¿Quién sigue? Bertolt Brecht…

Berni amenaza a toda la sociedad (no solo a la provincial), porque se proyecta, se lanza hacia el futuro con premura y firmeza. Suena su clarín llamando a la guerra santa contra los que nada respetan. ¿Acaso no es evidente su insurrección para justificar lo injustificable? ¿Qué es esta actitud de “pasar la gorra” en vez de pedir pizza para el comisario? ¿Desde cuándo un funcionario de segunda línea de una provincia contrata a una agencia de publicidad para enviar mensajes? ¿De dónde provienen esos fondos? ¿Quién financia esta puesta en escena? ¿Tan bien paga es su función que él mismo solventa su mini campaña promocional? O mejor, vayamos a lo básico, ¿qué función cumple?