OPINIóN
Elegía

Carlos García González, el escultor del mascarón de proa de la Fragata Libertad

A sesenta años de haber creado el mascarón de proa del buque escuela insignia de la Armada Argentina, falleció el escultor español Carlos García González, radicado en Mar del Plata. ¿Quién fue la musa inspiradora de esa obra de arte icónica para el país?

Fragata Libertad
Fragata Libertad | Argentina.Gob

Es el sábado 26 de agosto por la mañana, Mar del Plata amaneció lentamente, como no queriendo. No estuve allí, pero puedo imaginar que crujen las maderas de la casa de Carlos y Nelly, ese hogar que los cobijó durante tantos años. Carlos García González, escultor del mascarón de proa de la Fragata Libertad, nos dejó físicamente y motiva en mí este necesario recuerdo. 

Imagino que se escucha el silencio, que no llueve. Su último suspiro atraviesa la sala y se despide de Nelly, su gran compañera de acero y amor. Hace una pausa y recuerda a sus hijos y familiares. Baja por la escalera como antes, antes del bastón. Escapa por la ventana, esa que da al jardín, hacia el mar. Pero antes pasa revista a su guardia pretoriana de esculturas y pinturas. Borges lo observa mientras acomoda un bronce de dos piezas. Resiste un poco más; lazos de cariño intentan retenerlo… Carlos tampoco quiere irse. 

Son 96 años rodeado de afectos, cercanos y lejanos. Su arte también talló, en él mismo, a un caballero. Ya es tarde aunque amanezca: gubias herrumbradas y pinceles endurecidos yacen inertes, ya no verán mejores días… o acaso sí, en las manos de sus seres queridos. 

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El mascarón de la Fragata Libertad viste de luto. Carlos logró que en su fantástica obra se viera representado el nombre del barco. Sería quien siempre estaría cubriendo la guardia, sin importar si era de día o de noche, mar calmo o embravecido, la ventisca helada o el calor abrasador. Esos ojos del barco que escrutan horizontes velan por una navegación segura. No hoy: la nave está amarrada en Panamá, lejos de casa, con sus ojos nublados.

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Un poco de noble historia. Fue el Capitán de Fragata Atilio Santiago Porretti, quien tuvo a su cargo buscar redefinir el mascarón de proa de nuestra Fragata Libertad. Siguiendo los consejos de otro de los grandes artistas de nuestra Armada, el pintor marinista Emilio Biggieri, se contactó con el escultor Carlos García González. 

 

Carlos García González y el mascarón de proa de la Fragata Libertad

Se diría que la química entre aquel comandante de nuestro buque escuela y el escultor fue instantánea. Carlos nos contó que luego de los saludos de rigor, el diálogo fue directo. “Usted me va a construir el mascarón de proa o lo cuelgo del palo mayor…”, le dijo Porretti “amablemente”. A lo que Carlos respondió: “no le voy a dar el gusto de llevarme hasta allí: la Fragata Libertad tendrá mi mascarón”.

Carlos García González contaba con orgullo que había nacido en Vigo, España, el 14 de diciembre de 1926, y prefería que lo llamaran “gallego”, porque, según él, “serlo equivale a ser dos veces español”. Tras los estudios cursados en el Colegio del Salvador de Mondarizy, en el Instituto Nacional de Vigo, arribó a la Argentina en 1943. Dos años después, habilitó su propio taller, y en 1948 realizó su primera exposición en la Galería Sintonía, participando en el Salón Nacional. Allí obtuvo su Primer Premio. Todo expresado con el recato y modestia de los grandes.

Nos decía que expuso luego en San Pablo, la Habana y Barcelona. En 1949 en el salón Nacional de Bellas Artes de la Provincia de Santa Fe, fue galardonado con el premio Dirección General de Bellas Artes y ese mismo año se trasladó a Europa para continuar sus estudios con los maestros escultores Saupique y Janiot, en París. 

En 1951, llevó sus obras al salón de la Royal Academy en Londres y estudió con el profesor Frank Dobson del Royal College of Arts. Ya regresado a la Ciudad Luz, en 1952, participó de una muestra exclusiva para artistas españoles, y al año siguiente en la misma capital, expuso su obra en París Place de la Vendôme Galería Mirador

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Recordaba con una felicidad especial que un 14 de diciembre de 1955 contrajo matrimonio con Úrsula María Salzmann, su temprano amor, cuya figura protagonizaría un hecho conmovedor. Pero eso sería años más tarde. Fue entonces que casi de inmediato todos advirtieron su calidez y su profundo calado humano. 

Un día del mes de agosto de 1962 la Secretaría de Marina Argentina lo contrató para que esculpiera el mascarón de proa, aún sabiendo que no estaría listo para el primer viaje de instrucción por los tiempos que demandaría tan compleja obra de arte. Eso fue un día de agosto, hace tiempo, como el agosto que lo vio partir.

Ya en febrero de 1963 cuando se hizo la selección del modelo que honraría nuestra fragata de entre los tres mascarones por él presentados, surgió entonces el tema de las facciones que debía llevar la figura de la pieza, que debían responder, según lo estipulado, al estilo grecorromano. 

Pero cuando la comisión evaluadora analizaba los modelos puestos a consideración, se produjo este sugerente diálogo: “Pero Carlos, ese perfil no se parece a los de los griegos ni a los romanos, fueron los primeros comentarios; hasta que alguien perspicaz dijo: “¿es que acaso…?” Nos interrumpió, y con una mirada cómplice, confirmó nuestras sospechas: ese mascarón era el vivo rostro de su amada Úrsula

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Pero el artista también exigió una cláusula muy particular, su mascarón nunca podría ser utilizado como ornamento fúnebre en un cementerio. No sólo los marinos tenemos rigurosas cábalas y supersticiones…

En marzo de 1963 se compró la madera para encarar la obra que viste de arte, de mística y misterio a un buque. Se eligió el cedro paraguayo, comenzando su aserrado para que el artista volcara sobre él toda su creatividad.

Carlos avanzó apasionadamente en su trabajo con apoyo del Arsenal Naval Buenos Aires. Le llevó casi un año terminarlo, tiempo durante el cual, su Úrsula enfermó gravemente, aunque seguía desde su lecho el avance de la magnífica obra.

“Carlos ¿qué son esos trazos de tiza que se ven en la madera?” Le preguntaron un día mientras trabajaba. “Son mis marcas, para corregirla” dijo, aunque la imagen no parecía necesitar modificación alguna: “¡Qué bella es! ¡Aun así, en madera cruda!” recuerdan varios que quedaron subyugados por la delicadeza y el estilo del trabajo. Durante aquel encuentro se reflexionó sobre lo que el artista consideraba que era la belleza y dijo: “La belleza va con el sentimiento”, aunque advirtió: “cuidado, que lo feo también. No dejes espacio en el corazón para nada feo.”

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Al escultor le llevó casi un año terminar su obra, pero desgraciadamente su amada Úrsula falleció el 14 de abril de 1963: Carlos había dejado ese rostro adorado vigente para siempre en la proa del gran buque escuela. La Fragata Libertad, a su vez, envió una guardia de honor para despedir a su compañera de la vida, madre de sus hijos y musa inspiradora. 

El 28 de marzo de 1964, último día de trabajo, fue la oportunidad elegida por Carlos para dedicar la magnífica obra a su esposa. Talló entonces sobre la estela de estribor, una leyenda que la recuerda con un sencillo “Carlos, a Niké. G. G.”

 “Niké”, el apodo de su esposa Úrsula, refería a la diosa helénica de la Victoria, hija del titán Palante y de la oceánide Estigia. Suele representársela sosteniendo en sus manos una palma de laureles, que es el árbol de los augurios, símbolo de la victoria. Combinaba muy bien para un buque escuela. 

El Comandante del buque, Capitán de Fragata Enrique Germán Martínez, recibió y agradeció la obra. El mascarón representa a la Libertad que surcará los mares del mundo, llevando un mensaje de paz y fraternidad y tuvo su bautismo de mar el 4 de abril de 1964 durante el segundo viaje de instrucción.

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Se había logrado algo que llevaba ya sus postergaciones. Pues cabe recordar que el mascarón de proa de la Libertad estaba pendiente, tras un fallido intento. Se le había encargado en una primera instancia al gran escultor argentino Luis Perlotti, que lo había realizado en bronce, con la figura de la República. Pero nunca llegó a instalarse, pues su efigie miraba hacia el agua. 

No es menor el dato de aquel primer intento escultórico, que requiere una explicación. Por el contrario, como en esos sabios recodos del destino, el hecho desplaza lo fortuito para imponer lo premonitorio: es que, en la tradición naval, un mascarón nunca puede mirar hacia abajo. Las razones son tan simbólicas como obvias: nada que navegue merece mirar al fondo, sino al horizonte, al destino abierto, optimismo del marino. Esto motivó el rechazo del comité a cargo del proyecto. La pieza inicial de Perlotti –hoy exhibida en el Museo Naval de Tigre– fue desestimada, no por demérito artístico, desde luego, sino por contradecir las antiguas tradiciones marineras.

Así, finalmente, el buque escuela mayor de la Patria, conserva hoy en su proa la mirada luminosa de la buena fortuna, forjada por las manos de un gran hombre y artista que interpretó a la perfección su espíritu, el del “encanto que va en el sentimiento” ¿qué otra cosa puede sentir un marino que ama realmente la navegación sino belleza en ese horizonte abierto que le proponen la Patria, la Historia, el Destino?

El maestro Carlos García González sentía un inmenso orgullo por su obra, que, como todos sabemos no perecerá porque tiene destino de grandeza. Con su proverbial bonhomía nos decía, en reunión de camaradas “Ja! Soy el último mascaronero y mi dicha es que mi Libertad navega por todos los mares del mundo y si la Armada construye otro buque y necesita un mascarón, aquí estoy, avísenme, que con gusto lo haré”

Gracias Carlos, muchas gracias a ti y a tu familia ¡Siempre te recordaremos!

Arde la noble madera, madera que no conocerá tus manos. Se apaga la última llama, quedan cenizas. Cenizas al viento, cenizas al mar, cenizas de Libertad.

Este triste agosto de 2023, en Mar del Plata, un grupo de marinos de la Escuela de Buceo de la Armada fueron los que se acercaron a despedirlo. 

Es que Carlos, además, era un marino cabal, era uno de los nuestros.


*Contraalmirante; Director General de Educación de la Armada