Decir “dolor” no es lo mismo si es expresado por alguien que está sufriendo que por quien no. Porque si bien las palabras tienen un significado en sí mismas, hablan desde ellas, también tienen un significado de acuerdo a las vivencias particulares de las personas y/o de los pueblos.
A menudo se usan las palabras “holocausto” o “genocidio” con cierta liviandad, pero estos vocablos pueden poseer un peso diferente, acaso más profundo y entrañable, si se es judío o armenio, por ejemplo.
Lo mismo ocurre con “desaparecidos”. Su representación mental no será igual para los europeos que para los argentinos. Nuestra historia ha impregnado a la palabra de una realidad cruel, fruto de los crímenes de la dictadura.
Hablar de “derechos humanos” también conlleva esa significancia que hay entre lo objetivo y lo subjetivo. En la Argentina está inmediatamente ligado a las atrocidades cometidas por la dictadura cívico.militar de 1976 y concluida en 1983, aunque en 1975 ya había centros clandestinos de detención.
Sin embargo, decir DD.HH. nos obliga no solo a tener memoria sino también a pensarlos en presente. Desde esa memoria comprender que las causas más comunes de las violaciones a los DD.HH. tienen que ver con la impunidad. Aquellos que detentan el poder, sin instituciones que lo equilibren, son más propensos a ir eliminando garantías constitucionales y avasallando a los otros poderes y, más rápido o más lento, generan normas a su propio favor que derivan en la indemnidad. Esto puede verse con claridad en algunos gobiernos provinciales, sobre todo durante la pandemia.
Cuando no hay ley o hay leyes dirigidas al grupo de poder, se pierde, consecuentemente, la igualdad ante las normas, el derecho humano primario, y se corre el riesgo inmediato de resignar la dignidad, la libertad y demás garantías.
Todo individuo tiene, de acuerdo a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, entre otros, el derecho a la vida. El “no matarás” parece claro en la normativa de todos los países. El acto de matar es un punto preciso para el derecho penal: había vida y alguien le pone fin. Pero hay otras formas no tan evidentes, ni tan drásticas, de ir privando de la vida. La trata de personas, la inseguridad, la desnutrición, la falta de acceso a la salud, las malas condiciones de vivienda, la persecución por formas de pensar, son modos sutiles de ir matando, de acortar la vida. Incluso el cuidado del ambiente habla de nuestra vida presente, pero es, también, el derecho a la vida de las generaciones venideras.
La Argentina posee una normativa de lo más avanzada en materia de DD.HH., pero es menester decir que no parecemos tener instituciones que garanticen equitativamente esos derechos.
Cuando los gobernantes de distintas épocas pretenden, para perpetuarse, apropiarse del Estado con fines partidarios, se lo va vaciando como herramienta útil a la sociedad y garante de derechos. Las leyes son condición necesaria pero no suficiente para el respeto de los derechos. Hace falta un Estado activo, inteligente, equilibrado y eficaz, con mirada social.
Con instituciones acéfalas, mutiladas, cooptadas, restringidas, con funciones confusas y superpuestas se nos dificulta el cumplimiento de los DD.HH. más elementales. Cuando cada organismo, cuando cada poder se convierte, de modo exclusivo, en territorio de disputa para los partidos y, a la vez, tiene por único objetivo el reparto compensatorio entre fuerzas, las necesidades humanas van pasando a otro plano y es el pueblo el que pierde derechos, y es a la democracia a la que hacemos trastabillar.
Las palabras tienen un significado en sí mismas, las pronunciamos, con ellas nos comunicamos y, al decirlas, en parte, decimos quiénes somos. A veces parece que en el momento de explicitar derechos estamos hablando en una lengua desconocida, en un idioma ajeno y sin traducción. Va siendo hora de ser claros.
*Secretario general Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general Organización de Trabajadores Radicales (OTR CABA).