OPINIóN
Irregularidades

El otro lío de los setenta

28_11_2021_logo_ideas_Perfil_Cordoba
. | Cedoc Perfil

Uno de los ejes de la polémica histórico-política entre el kirchnerismo y el anti-kirchnerismo remite a los revisitados años setenta. Sea para exaltarlos en una variante estilizada, o para condenarlos inapelablemente, han sido frecuentemente invocados en el debate público. Lo más traído a colación suele ser el fenómeno de la irregularidad armada, cuya espectacularidad dio el tono distintivo a aquella época. Claro que en los años setenta ocurrieron muchas otras cosas, y no todos los actores se dedicaron entonces a apretar gatillos y a detonar bombas. De hecho, aunque por razones obvias, resultaron bien ruidosas, los partisanos de distinto signo fueron minorías.

Por un momento el atentado contra la vicepresidenta amenazó con hacer realidad los fantasmas que se invocaban retóricamente, quizá porque nadie sospechaba un pasaje al acto, según dirían los psicoanalistas. Antes que un paralelismo podría trazarse un contraste entre una Brenda Uliarte y un Fernando Sabag Montiel con una Norma Arrostito y un Roberto Mario Santucho. Éste se hace más evidente en el caso de otros cuadros político-militares más sofisticados, como Carlos Olmedo, el ideólogo marxista de inclinaciones populistas que fundó las Fuerzas Armadas Revolucionarias, fusionadas con Montoneros en 1973. Olmedo era también un personaje singular, aunque por razones bien distintas a las de Montiel. Nacido en Paraguay llegó a graduarse en la Sorbona y conoció de primera mano al filósofo Louis Althusser. Antes de pasar a la clandestinidad en 1970 no era un vendedor trucho de copitos de azúcar; había ocupado un cargo como directivo creativo de la empresa Gillette. En razón de tal desempeño ganó un premio al “Joven sobresaliente” de 1967, lo que al año siguiente lo llevó a sentarse a la mesa en uno de los almuerzos del recién iniciado ciclo televisivo conducido por Mirtha Legrand.

Más allá de cierto tufillo intolerante y antisistémico en el discurso, tampoco Jonathan Morel y su Revolución Federal parecen parangonables con los jóvenes filo-fascistas de Tacuara, quienes además de concitar adhesiones más numerosas entre la militancia juvenil, eran lectores y productores de folletos que pivoteaban entre el corporativismo, el catolicismo y el revisionismo histórico. Las huestes del sacerdote ultranacionalista Alberto Ezcurra Uriburu se dividieron durante el primer lustro de la década del sesenta en varias agrupaciones de orientaciones disímiles, y en una de ellas, se contaron personajes como Joe Baxter y José Luis Nell, cuyas derivas no desprovistas de criminalidad se daban en el marco de unos itinerarios de un espesor político e intelectual incomparable con el de los mencionados activistas del presente.

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Por lo tanto, quizá la comparación histórica con los años setenta resulte más ilustrativa buscarla en otros procesos paralelos al de la guerrilla. Aún en una sociedad que presentaba muchas diferencias con la actual, sobre todo en los guarismos relativos a los índices de empleo y salario, el escenario inflacionario y las recientes huelgas comandadas por la izquierda clasista nos remiten a lo que en verdad, aunque sus consecuencias resultaran en lo inmediato menos trágicas, quizá representó finalmente un escollo más difícil de sortear para las administraciones justicialistas del período 1973-1976, que, como las de ahora, también contaron con distintas líneas internas. En un libro clásico que en 1983 publicó el sociólogo Juan Carlos Torre, titulado El gigante invertebrado. Los sindicatos en el gobierno, Argentina 1973-1976, se advierte cómo los dirigentes sindicales peronistas, presionados por las bases obreras y la competencia de unos activistas de izquierda con presencia sobre todo en las comisiones internas, no pudieron abandonar totalmente su papel de defensores de los intereses sectoriales que estaban llamados a representar. La paradoja de entonces fue que la escalada de reclamos salariales no derivó en una dinámica económica que pueda considerarse favorable a los intereses de los trabajadores, sino más bien lo contrario. Lo que ocurrirá en el futuro inmediato está, desde luego, aún por verse.

*Doctor en Historia. Instituto Ravignani (UBA/Conicet).