OPINIóN

El "verso" de la belleza impuesta

Si no aceptamos la diversidad no aceptamos ser humanos. El discurso uniforme, la belleza hegemónica y la verdad única son equilibrios falsos. La diferencia nos construye, nos hace singulares. Cuerpo y mente hablan a través de los síntomas, no los desestimemos

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Concursos. Los de belleza son sexistas porque representan un imaginario de belleza machista. | cedoc

Lo más interesante de ser humanos es la singularidad en la diversidad, no hay dos personas iguales, quizá parecidas, pero nunca idénticas. Sin embargo hay un empecinamiento por copiar la similitud impuesta. El discurso único, la verdad única y los cuerpos hegemónicos van destrozando la belleza de lo singular, de lo diverso; las diferencias que nos diferencian. 

Se promocionan modos de ser y de estar, seres en serie administrados por los intereses del mercado de los deseos. Así, la existencia humana va siendo moldeada por las ideologías de la época que ponen de moda no solo la ropa sino también las ideas, como los cuerpos: las curvas, los labios y los pechos. Sin embargo, si no aceptamos la diversidad no aceptamos lo humano.
 
El bienestar implica un equilibrio psicofísico, y si bien no es sencillo, y menos en tiempos donde se impone la inmediatez, es fundamental encontrar esa armonía porque se sabe que el cuerpo y la mente se influyen y retroalimentan ya sea para la salud como para la enfermedad. En un cuerpo muy flaco o muy gordo hay un desajuste que afecta la vida cotidiana y, desde luego, el campo psicoemocional. 

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En primera instancia es importante investigar las razones de este desequilibrio. Descartada alguna patología mental o enfermedad biológica, hay que analizar si esa alteración no es consecuencia del estar detrás de responder a los imperativos de belleza impuesto, alcanzar el mandato del cuerpo de moda. 

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Priorizar el bienestar, una vida saludable, es reconocer que el cuerpo no es solo un envase o una imagen en el espejo; habitamos un cuerpo que también es psicoemocional. Como la cinta de moebius, el adentro y el afuera están interconectados.

Cuando aparecen los primeros síntomas, ya sean físicos o mentales, es la posibilidad de repensar cómo estamos viviendo. Suele escucharse: “No paro de comer porque estoy ansioso”. “Estoy angustiado y se me cierra el estómago”. “Ya ni me quiero mirar al espejo”. “No quiero sacarme la remera delante de nadie”. 

Preguntas, planteos, dudas, malestares físicos y emocionales que se van traduciendo en síntomas; síntomas que son señales que indican, que proponen atendernos antes de que sea demasiado tarde y la salud se resienta más. 

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Desde las redes sociales, en las propagandas y medios masivos de comunicación hay una violencia estética impuesta. Gordofobia, idealización de cuerpos flacos, jóvenes y blancos, labios, colas y pechos similares; formatos instalados desde discursos y prácticas, explícitas e implícitas, que discriminan a toda persona que no tenga el cuerpo “idealizado” socialmente, el estándar de belleza establecido.

Discriminar es el punto de partida de prácticas violentas cada vez más crueles. Cuando se discrimina, la víctima se va aislando, se siente no querida ni deseada, por lo tanto disminuye su autoestima, construyendo así una personalidad insegura. 

Y dañada su salud mental, puede llevarla a dos tipos de respuestas: Las autoagresivas: algún tipo de adicción, autolesiones, y en grado extremo el suicidio; es decir un ataque hacia sí mismo. O, la otra respuesta posible, hacer activo el maltrato sufrido, convertirse en un ser agresivo, dañar a los demás.   

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En adultos víctimas de cualquier tipo de maltrato, en principio se recomienda hablar con la persona que está maltratando, y si no remite, contar lo que se está padeciendo a alguien de confianza y evaluar la posibilidad de denunciar. 

El silencio es cómplice de los violentos y facilita que la violencia crezca en intensidad. Es fundamental comprender que la discriminación empieza muchas veces de manera sutil, como un “chiste”, en los discursos y en los actos de la vida cotidiana, y puede terminar en formas cada vez más violentas. 

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Cuando los maltratos acontecen en la etapa de la niñez, lo padecido puede aparecer de diversas maneras, en los juegos y dibujos, o en síntomas psicofísicos y regresiones en las adquisiciones alcanzadas; sustitutos de la palabra que las niñas y niños no saben o no pueden expresar. Y el camino de sanación dependerá de adultos que tengan la capacidad de detectar a tiempo esas expresiones alternativas. 

¿Y cuál es la solución? Por un lado, denunciar esas ideologías, desarmar toda violencia estética que intente imponer qué es un cuerpo “bello” y por dónde deben ir los deseos. Y por el otro, trabajar seriamente con lo singular, con la autoestima, con el reconocimiento del propio cuerpo, las emociones y los pensamientos. 

Trabajo que llevará a lo más importante, a un autoconocimiento y por lo tanto a la aceptación, que no significa resignación, todo lo contrario, se trata de hallar y sostener un equilibrio psicofísico, una armonía que nunca será definitiva sino producto de la observancia, del cultivo personal, de una atención amorosa y constante sobre nuestro ser cotidiano.