OPINIóN
Ontología siglo XXI

En Argentina, la levedad del posmodernismo llegó a su fin

El posmodernismo, paradigma líquido y ecléctico de los 90, emergió cuando la humanidad se saturó de la densidad moderna. Alfonsín fue el último político moderno, seguido por partidos siempre en construcción. Cuando nos saturamos de vivir a la deriva, apareció Javier Milei prometiendo tierra firme...

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Náufrago. | shutterstock

La frase que Karl Marx aplicó al capitalismo de que "todo lo sólido se desvanece en el aire" (al romper los vínculos tradicionales) puede ser aplicada con más intensidad al posmodernismo, que postula que no hay verdades objetivas, sino solo construcciones subjetivas.

En la época posmoderna vivimos en la ironía que dice que no hay grandes relatos o sistemas (ambos conceptos icónicos de la posmodernidad, lo mismo que la palabra “icónico”) que den un sentido totalizador a la realidad, siendo ésta negación a su vez un gran relato con la misma fuerza de espíritu de época que cualquier otro. Eso lo vuelve un relato leve, pero relato al fin.

Es una época que ironiza sobre sí misma mirándose desde afuera y en la cual conviven conciencias que oscilan entre la desdicha y el entretenimiento, pero que nunca están del todo convencidas, tal como ocurría en la época moderna. En el posmodernismo, lo que no tiene ironía aburre, porque su forma irónica de ver el mundo no le encuentra sentido.

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Decimos que vivimos en un paradigma posmoderno, pero la ironía de la ironía es que el mismo concepto de paradigma es fuertemente posmoderno: al decir que estamos viviendo en uno, ya no lo creemos mucho (de ahí la sensación de vivir en una simulación – otra palabra posmoderna) y entramos en un loop (otra palabra posmoderna) de no creer del todo lo que creemos.

El posmodernismo como paradigma liviano (¿o líquido?) fue emergiendo al saturarse la humanidad de la densidad moderna (que a su vez era liviana respecto los paradigmas la antecedieron), y empezó a encarnar en la humanidad en la década del 80, difundiéndose a todo el planeta por medio de la globalización liberal de los 90.

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Los que fuimos criados en el paradigma moderno y experimentamos la época dramática de las luchas entre los grandes relatos, nos encontramos con nuevas generaciones posmodernas que nos descalifican por decir verdades que entendemos como objetivas (calificándonos de “densos”, al menos en mi país) y afirmando a continuación el lema relativista de que cada sujeto tiene su verdad, que es tan válida como la de otro (que paradójicamente es una afirmación absoluta).

Por lo tanto, la verdad (como correspondencia entre creencia y realidad que hace posible la comunicación entre sujetos) se volvió cada vez más indiferente. Y por lo tanto su ética, que también es liviana, tomó la forma de reglas sin contenido haciendo que la corrección gane preeminencia sobre la verdad.

La filosofía, la psicología y la religión también se volvieron leves, fusionándose y dando como fruto un nuevo arte de vivir más democrático, el “new age”. Las religiones densas del monoteísmo con su rezo apasionado empezaron a dejar lugar a las creencias livianas que abrevaron en Oriente. La virtud como arte de vivir fue dejada de lado, dando lugar a la técnica conductual, y el apasionado Freud, que trataba con cuerpos concretos, fue sustituido en el discurso por el estructural Lacan, que trataba con conceptos abstractos.

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Las relaciones se volvieron consensuales formando parte de una gran red de contratos sociales que se construyen y deconstruyen constantemente, formando una estructura liviana (a la que se le asigna la palabra icónica “red”, resignificada dentro del postmodernismo) sin nadie ni nada al mando, como internet.

El arte, por otro lado, también se volvió leve, tomando un marcado carácter de entretenimiento comercial, incluso en la provocación, a diferencia del arte de la modernidad, donde cada tradición y sus renovaciones luchaban encarnizadamente entre sí. El posmodernismo es ecléctico: todo estilo vale.

Borges, anticipándose, nos mostró cómo vivimos dentro de ficciones, construcciones arbitrarias de pensamiento que interpretan la realidad para darle un sentido. Su literatura nos deja entrever el malestar irónico de saber que nuestro saber es siempre una construcción incompleta, incluso el saber del propio Dios.

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El existencialismo también desde la modernidad, anticipó el postmodernismo alegando que dado que la vida no tiene sentido, cada uno de nosotros es responsable de darle un sentido a la propia vida. Aunque la palabra “responsable” todavía era muy moderna.

El estructuralismo y más aún, el postestructuralismo pusieron mucho énfasis en el relativismo cultural, donde toda cultura tiene el mismo nivel de valor, independientemente del contexto. Esto sentó unas bases fuertes para el terminante subjetivismo postmodernista.

Predomina en esta época la tecnología informática, que es solo lógica y donde el contenido es intrascendente, pasajero y consensual. A su vez, el mundo se fascinó con la ciencia cuántica, donde todo es tan liviano que se vuelve imposible de medir o predecir. Es la época donde la leve probabilidad domina a la sólida certeza.

Si bien la modernidad asumió el cambio constante, viéndose a sí misma como un progreso hacia una mejor humanidad (y por eso mismo había competencia entre relatos acerca de cuál era el mejor), en el posmodernismo se vive al cambio como un valor en sí mismo.

Posmodernidad política

La filosofía postmoderna, entonces, se dedicó a la crítica del positivismo a ciegas de la modernidad en que tuvieron lugar las dos Guerras Mundiales y el miedo nuclear. Sin embargo, solo propuso mejoras livianas, ya que cualquier propuesta en firme la sacaría del paradigma irónico y no sería aceptada. En resumen, se enfocó en el análisis pero olvidó la síntesis.

En política, a partir de los 90, el paradigma liviano finalmente encontró su forma en las democracia liberal y economía de mercado triunfantes, que consisten en reglas siempre en construcción y sin nadie al mando. La izquierda densa del comunismo y la derecha densa del conservadurismo, quedaron como los perdedores políticos de esta historia.

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El conservadurismo con su lógica basada en el par pureza-pecado, se refugió, también reactivamente, en el retorno a una religión ya no basada en las tradiciones sino en el entretenimiento combativo de los tele-evangelizadores y en el uso de diversas técnicas materiales y sociales, que diluyeron la densidad religiosa ancestral.

La izquierda, por otro lado, con su lógica basada en el par opresor-oprimido, en la que el débil siempre tiene razón, se vació de propuestas políticas positivas y encontró en el subjetivismo cultural (donde todas las culturas e identidades valen lo mismo) una nueva bandera para su lucha (reapareciendo un Gramsci liviano sin proyecto político). Pero al carecer de propuestas convincentes, esta actitud de validar todas las identidades por igual tuvo efectos disolventes en los valores de las sociedades en las que se desarrollaba sin aportar valores superadores.

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Esta lógica explica la simpatía o alianza de la izquierda con culturas que tienen valores opuestos al progresismo cultural que la caracterizó anteriormente, por lo cual terminó no siendo creíble.

Hay ejemplos como el de Michel Foucault, cuyo pensamiento sobre el micro poder intentó servir a las izquierdas. Pero al carecer de una propuesta política, su herramienta estructural vaciada de contenido, podía ser utilizada en su capacidad disolvente por cualquier ideología política. Es conocido su error político, en que al ponerse a ciegas del lado del débil, terminó apoyando la revolución de los Ayatolas.

Otro ejemplo es el de Ernesto Laclau, que utilizó los conceptos de lo real e imaginario de Jacques Lacan llevándolos al terreno político e intentando validar al populismo de izquierda como un fenómeno emergente de la realidad que, hasta ese momento, el imaginario institucional no había logrado conceptualizar. 

Por supuesto, por un lado, esta estructura vacía podía ser utilizada por populismos de cualquier ideología, o incluso carentes de ellas. Por otro lado, este mecanismo implica que el populismo cae en la paradoja política de ser un movimiento anti-institucional a cargo de instituciones de gobierno (como el peronismo).

Posmodernidad en Argentina

Argentina es un ejemplo claro de este fenómeno. El último político moderno fue Raúl Alfonsín, apareciendo posteriormente políticos livianos como Carlos Menem, los Kirchner y Mauricio Macri, que se dedicaron a construir relatos que ellos mismos no se creían del todo.

En ambos casos vemos confirmada la frase de Marx de que “la historia ocurre primero como tragedia (con la caída del liberalismo argentino en el nacionalismo del 30 y la violencia política de los 70) y después como farsa (una actuación de relatos vacíos que llevó a la debacle actual de la Argentina). 

La política postmoderna es una estructura de poder que se disfraza de lo que le conviene, careciendo de sentido y convirtiendo por lo tanto a sus creyentes en pragmáticos amorales. Perón fue moderno, creía en lo que decía, guste o no. Sus sucesores ya no creyeron en nada, solo en el poder.

El tejido social pasó a convertirse en una red de caudillos sin ideales y pseudo mafias, ya que, al no haber verdad objetiva, no solo no hay verdadera ley, diluyéndose hasta los códigos criminales. El crimen organizado en la Argentina es una laxa red de corrupción e informalidad (paradójicamente sin orden) que abarca casi toda la sociedad.

Como curiosidad, podemos mencionar que el “paradigma” del espectáculo del posmodernismo en la Argentina encontró su ícono en la figura de Marcelo Tinelli, cumbre del rating televisivo desde las 90, donde nunca está claro qué es en serio y qué es en broma, jugando con límites borrosos que oscilan constantemente entre la semitransgresión y la semicorrección y siempre ironizando sobre sí mismo.

Pero en los últimos tiempos la humanidad empezó a saturarse de vivir en la incertidumbre de una conciencia a la deriva y está queriendo volver a poner los pies en tierra firme. En filosofía aparece un nuevo tipo de realismo y en política surgen gobiernos “fuertes” respondiendo a pueblos desesperados por pararse sobre un piso sólido, de carne y hueso, con límites claros entre el bien y el mal, que les permita dar sentido a sus vidas, con lo bueno y lo malo que eso puede tener. Convicción es la nueva palabra.

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Dentro de este nuevo paradigma mundial, en la Argentina aparece Javier Milei, cargado de emociones concretas, totalmente convencido de lo que dice y dándole un carácter moral a la economía.

Su emocionalidad, cargada de rabia y melancolía, transmite una convicción “real y objetiva”, no actuada, que abreva en un terrible estado producto de largas décadas de disolución. Su rabia es tan extrema como extrema es la decadencia en que el país ha caído. Esta autenticidad atrae a los más jóvenes y a los más pobres. Parece decir, en buen idioma argentino: se acabó la joda.

Es importante señalar que, de los nuevos movimientos políticos “realistas y fuertes” del mundo, el de Milei es el único que no es nacionalista. Creo que eso puede deberse a que el problema central de la Argentina es la falta de una identidad real, una identidad que no haya sido construida como un relato con fines políticos.

Está falta de identidad surge de que es un país que tiene una población con masa crítica similar al primer mundo y una población con masa crítica similar al mundo más pobre, sumándose a esta división una división entre las identidades étnicas y culturales de cada grupo. Esos dos mundos se han disputado la identidad del país a lo largo de su historia, al principio con un altísimo grado de violencia y luego, debido a una inevitable y constante asimilación entre ambos, de forma más institucional.

La diferencia con otros países de Latinoamérica es la masa crítica de su clase media, que ha oscilado entre ponerse del lado del pueblo o de las elites, pero que nunca ha sido capaz de ejercer su voluntad de poder a partir de su propia identidad política.

Quizás el susto planetario que tuvimos de desaparecer durante la pandemia fue lo que le dio el golpe de gracia a este cambio hacia el realismo, porque nos dimos cuenta de que tenemos cuerpo y que con el cuerpo no se jode. De ahí el chiste de que cuando alguien dice que la realidad no existe fuera de la mente, otro le contesta “tirate por la ventana” y vas a ver cómo existe.

Hay necesidad de nuevas visiones del mundo, pero no de las que se construyen como una start-up (otra palabra postmoderna) sino que surjan de la Necesidad que cambia las épocas.

Espero que en esta nueva época aparezcan filósofos que no solo se dediquen al pensamiento crítico, sino a hacer propuestas concretas para vivir mejor con nuestros cuerpos y nuestras mentes y asuman la realidad de que hay verdades objetivas y verdades subjetivas y sepan diferenciarlas.

No sé si será una época mejor o peor, solo quiero alertar acerca de un cambio, pues ser consciente de ello ayuda a atravesar mejor las transiciones.