Mientras el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cursa su infección de Covid-19 y se aproximan las elecciones que decidirán quién conducirá los destinos de la primera potencia global, en el Cáucaso, la disputa territorial entre Armenia y Azerbaiyán por un enclave separatista –el Alto Karabaj– se intensificó.
Armenia es un Estado del Cáucaso Sur, ubicado entre Europa Oriental y Asia Occidental, que no posee salida al mar –como Paraguay y Bolivia (esta última tras la Guerra del Pacífico) en Sudamérica. Azerbaiyán, el otro protagonista de esta intranquila historia, es el Estado más grande en la región del Cáucaso. Limita al este con el mar Caspio, al norte con Rusia, al noroeste con Georgia, al oeste con Armenia y al sur con Irán.
El viejo conflicto entre ambos sujetos de derecho internacional, que, hoy devenido nuevamente en hostilidades cruzadas, había adquirido una fuerte presencia en la opinión pública mundial, en tiempos de la Unión Soviética, cuando a finales de la década de 1980, el territorio azerbaiyano de Nagorno Karabaj, poblado mayoritariamente por armenios, pidió su incorporación a la vecina Armenia.
La consecuencia de esta petición, fue el estallido de una guerra que dejó un saldo aproximado de 30 mil cadáveres y al menos un millón de desplazados.
El realismo político, es una escuela de pensamiento en materia de las relaciones internacionales, que percibe al Estado como entidad suprema y que supone (en su corriente clásica) que el mundo esta políticamente organizado por naciones que compiten y se enfrentan por poder.
Presupone el pesimismo antropológico, que los conflictos en última instancia se dirimen con el uso de la fuerza, es escéptico sobre la eficacia del derecho internacional en las interacciones internacionales, y concibe al sistema mundial como anárquico.
Según estos lentes teóricos, los Estados son actores racionales que actúan según sus intereses nacionales y la expansión territorial tan sólo se limitará mientras existan otros poderes en oposición.
Esta visión del mundo y el poder –totalmente opuesta al institucionalismo– aporta unos rayos de luz para entender un poco mejor, los oscuros sucesos de violencia que acontecen en la región del Cáucaso en la actualidad.
Cuando en 1991, la Unión Soviética se derrumbó y enterró a la extensa la Guerra Fría, las botas de acero del oso rojo de Moscú dejaron de pisar con fuerza las diferencias étnicas que había en el seno de las Repúblicas Socialistas.
Pero a pesar de la independencia y la libertad que lograron varias naciones, las viejas controversias reaparecieron. El enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán por el montañoso enclave del Alto Karabaj, es una prueba de ello.
En octubre de 2020, casi tres décadas después, los ataques militares y las acusaciones entre los Estados en discordia, en una porción territorial exsoviética, entristecen el paisaje. Y la matanza de civiles pone en duda, otra vez, la eficacia del derecho internacional público, en lo que atañe a conflictos internacionales.
Historia del conflicto entre Armenia y Azerbayán
La población de Nagorno-Karabaj (también llamado Artsaj, en armenio) siempre ha sido mayoritariamente armenia, aún en tiempos de dominaciones extranjeras. Luego de pertenecer al Imperio Ruso, Nagorno-Karabaj fue independiente hasta que un atropello de José Stalin, durante la sovietización, la convirtió en Región Autónoma dentro de Azerbaiyán Soviética.
En 1988, Nagorno-Karabaj, en una demostración de su pertenencia a la “armenidad”, pidió la transferencia de su jurisdicción a la Armenia Soviética. Las autoridades soviéticas de Azerbaiyán respondieron con masacres a la población armenia.
El 2 de septiembre de 1991 Nagorno-
se declaró independiente; el 21 de setiembre del mismo año se independizó Armenia; y en diciembre de 1991, lo hizo Azerbaiyán.
Luego Armenia y Azerbaiyán protagonizaron una guerra hasta que, en 1994, se firmó la tregua bajo los auspicios de la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa con la mediación de Rusia.
Desde entonces, Rusia, Estados Unidos y Francia conducen las negociaciones de paz como miembros del Grupo de Minsk, con el objetivo de hallar una solución pacífica al conflicto. Es importante señalar que la República de Nagorno Karabaj, no recibió aún el reconocimiento de ningún Estado miembro de Naciones Unidas.
En términos geopolíticos, el territorio de Nagorno Karabaj, comprende unos 4.400 kilómetros cuadrados, y si bien es cierto que posee recursos naturales como el oro, sus cantidades no son exorbitantes como para desencadenar un choque armado.
Tampoco la religión pareciera ser el combustible de esta violencia entre vecinos, ya que los azeríes musulmanes y los armenios cristianos han convivido durante siglos en la región.
No obstante, la internacionalización del conflicto, podría expandir pólvora y bajas humanas por todo el Cáucaso, desequilibrar al continente europeo completo, y ser la excusa para que se tejan alianzas que podrían hacer temblar la paz mundial.
Rusia tiene una alianza militar con Armenia y es su principal proveedor de armas. Ambos Estados son miembros de la Organización del Acuerdo de Defensa Colectiva (ODKV), lo que significa que Moscú debería intervenir en defensa de Armenia, si este país fuera el destinatario de una amenaza exterior.
Pero, como el Alto Karabaj formalmente no es parte de Armenia, Rusia no se ve en el compromiso de tener que ayudarla en contra de Azerbaiyán. La cuestión cambia, si Azerbaiyán atacara el territorio del Estado armenio, donde Rusia posee una base militar ubicada en el norte del país.
Es casi prohibitivo para los románticos de la política internacional, permitirse pensar que Moscú, puede mantener vínculos simultáneamente con Azerbaiyán y proporcionarle también equipamiento bélico.
Cuando este drama intelectual ocurre, el realismo político viene al rescate, y recuerda que los Estados no se mueven por amistad, sino por intereses nacionales. Entonces, el objetivo de Moscú pareciera ser muy claro: asegurar su influencia en la región.
Disparidad militar
En materia militar, el gasto en defensa de Armenia y Azerbaiyán ha crecido notoriamente en los últimos diez años. Actualmente el dinero destinado a este asunto, equivale al 4 % del PIB, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, según sus siglas en inglés).
Merced a la bonanza petrolera que ha vivido Azerbaiyán desde la década de los años 2000, Bakú ha modernizado sus fuerzas armadas y cuadriplicado su gasto militar hasta superar los 1.500 millones de dólares anuales.
Armenia posee una economía más pequeña, por tanto, su presupuesto militar es un tercio del de su rival. No obstante, el gobierno azerí expresa que en el último año Ereván habría recibido 500 toneladas de material militar ruso de alta tecnología.
Otro actor que se involucró en este conflicto es Turquía, que posee una tensa relación con Armenia, porque en la historia bilateral, pesa la sangre derramada en 1915, cuando Turquía ejecutó el genocidio de un millón y medio de armenios (en tiempos en los que Armenia aún no existía como Estado).
El gobierno turco está aliado con los azeríes –que antaño fueron parte del imperio otomano– y parece dispuesto a usar esta situación bélica como una oportunidad para incrementar su poderío en el Cáucaso y, tal vez, para obtener el control sobre los suministros de energía.
Este apoyo del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, a Azerbaiyán, es visto también como una posible señal a las minorías turco musulmanas diseminadas por el planeta.
El rechazo de Estados Unidos, Francia y Rusia
Hace unos días, los presidentes de Francia, Estados Unidos y Rusia expresaron en una declaración publicada por la presidencia francesa: "Pedimos un cese inmediato de las hostilidades". E instaron a los líderes de Armenia y Azerbaiyán a que se comprometan sin demora a reanudar las negociaciones de paz.
No sólo que nadie pareció escuchar el mensaje, sino que duele pensar que, si a este nivel de violencia reinante se sumara Irán, es posible que la escalada se potencie rápidamente.
Recordar un episodio de suma tensión mundial, que se superó gracias a la racionalidad de Nikita Kruschev y John Fitzgerald Kennedy –que salvaron al mundo de una tercera guerra mundial, durante la crisis de los misiles cubanos en 1962– invita a considerar con seriedad, la personalidad de los líderes de los países involucrados en el conflicto territorial del Alto Karabaj, como una variable fundamental en el desenlace de este enfrentamiento.
Se pondrán a prueba, una vez más, las palabras del politólogo David Singer: “bajo condiciones de tensión y ansiedad, los encargados de la toma de decisión pueden no actuar según patrones de utilidad racionales o de máxima utilidad esperada”.
Las últimas horas revelan que la ira, los deseos de venganza y el uso de la fuerza van ganándole la pulseada a la diplomacia. El presidente azerbaiyano días después de resaltar que recuperarán el territorio de Karabaj porque es su legítimo derecho restaurar la integridad territorial de su país y que además es un objetivo histórico, agregó con ímpetu que, para proceder al cese de hostilidades, las fuerzas armenias deben abandonar el territorio en disputa, reconocer la integridad territorial de Azerbaiyán, pedir disculpas y admitir que la región no es parte de Armenia.
Las palabras con tono y gestos amenazantes, lejos de poner paños fríos, dinamitaron todo intento de acercamiento. A su vez, el líder armenio aseguró que su país empleará todos los medios y recursos a su alcance, para cuidar las espaldas a Nagorno Karabaj.
El profesor Robert Gilpin, especialista en economía política y relaciones internacionales, en su obra War and change in world politics (1987), planteó que un Estado buscará la expansión territorial, política o económica hasta que los costos marginales igualen o sean mayores que los beneficios marginales. Ojalá los cálculos de los intereses nacionales que efectúen los gobiernos involucrados en esta controversia, los conduzcan a abandonar el uso de la fuerza.
Por ahora, las imágenes revelan que dos países que están en guerra desde 1988, y que pactaron un vacilante alto al fuego en 1994, retomaron las armas. Es pertinente recordar, que, en términos de derecho internacional, las guerras finalizan con un tratado de paz, y no con un armisticio.
Dicho esto, recién cuando las hostilidades cesen, se podrá apreciar la nueva distribución de poder en la zona del conflicto y en el tablero mundial. Pero lamentablemente, ahora, por el aire de ambos Estados vecinos, vuelan disparos, misiles y drones, y el olor a muerte, heridas y angustia, ronda por las calles de Stepanakert (la capital separatista) y de Ganyá (la segunda ciudad de Azerbaiyán). En síntesis: en el Cáucaso, la paz no deja ver su rostro.
*Analista internacional especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington; director y profesor de Gestión de Gobierno en la Universidad de Belgrano.