La esclerosis múltiple es una enfermedad autoinmune que afecta el sistema nervioso central (el cerebro, la médula espinal y el nervio óptico), en la cual los glóbulos blancos que habitualmente nos protegen de diferentes infecciones “se confunden”, atacan la mielina y la destruyen. La mielina es la cubierta de grasas y proteínas que recubre los nervios y asegura la conducción del impulso nervioso a una adecuada velocidad. Como consecuencia, el impulso nervioso se conduce más lento o por vías aberrantes. Surgen así diferentes síntomas que comprometen el sistema nervioso, conforme donde se localice la lesión: visión doble, disminución de la agudeza visual, pérdida de equilibrio, pérdida de fuerza en un brazo o una pierna, pérdida de la sensibilidad, fatiga extrema, entre otros. En el mundo se estima que 2.500.000 personas presentan esclerosis múltiple. En la Ciudad de Buenos Aires se estima que existen de 36 a 40 personas con esclerosis múltiple por cada 100 mil habitantes. No sabemos si estos datos son extrapolables al resto del país; pero si así fuera, se debería pensar que en Argentina existen en 12 mil y 16 mil enfermos. La enfermedad afecta sobre todo a personas entre los 20 y los 40 años, más frecuentemente a las mujeres, en una proporción 3:1 con respecto a los hombres. Dada la edad de comienzo, la enfermedad tiene un impacto no solo médico sino también socio-económico, pues no solo compromete al paciente sino también a su entorno. Desde su descripción formal en 1868 hasta 1993 (125 años) esta enfermedad no tuvo ningún tratamiento específico destinado a prevenir episodios neurológicos recurrentes. Si bien hoy no existe cura definitiva, durante las últimas dos décadas se han desarrollado alrededor de veinte diferentes tratamientos que permiten disminuir el riesgo de discapacidad y mejorar significativamente la calidad de vida de las personas con esclerosis múltiple, tornándola en una enfermedad crónica.
La pandemia por Covid-19 es una extrema circunstancia de aislamiento para la sociedad en su totalidad, que se acentúa aún más en toda patología crónica. A esto debe sumarse que el aislamiento condiciona e interrumpe no solo los vínculos personales habituales, sino también todas aquellas prácticas asociadas a la rehabilitación de la persona con esclerosis múltiple, tanto físicas, como emocionales. Las posibilidades de contagio limitan la asistencia a los centros de rehabilitación, lo cual representa no solo una pérdida en lo físico, sino también en las interacciones personales con otras personas en situaciones similares. De la misma manera, la pandemia condiciona el funcionamiento de los grupos de apoyo para pacientes y familiares, y obviamente la asistencia psicológica que muchas personas requieren.
El problema de la pandemia suma una importante complicación adicional: por el terror al contagio muchas consultas médicas son tardías. La pandemia por Covid-19 debe enfrentarse con respeto por la posibilidad del contagio, cumpliendo todas las normas que limiten la diseminación viral, pero no con terror. El terror paraliza, y esa parálisis en la acción hace que los pacientes lleguen en ocasiones muy tarde a la consulta con síntomas que se tratan tarde, que podrían haber sido reversibles, y cuya dilación determina secuelas definitivas. En ocasiones, algunas consultas pueden resolverse de manera virtual, y la telemedicina ha cobrado un gran desarrollo en los últimos meses. Sin embargo, en diversas situaciones es inexorable la consulta presencial, tomando todos los recaudos pertinentes. Las patologías no asociadas a la infección por coronavirus continúan existiendo y requieren tratamiento oportuno. En definitiva, y al decir del doctor Alfredo Miroli, esta situación se debe enfrentar con “prudente temor pero no con patológico terror”.
*Médico. Jefe del Servicio de Neuroinmunología y Enfermedades Desmielinizantes de Fleni.