A casi setenta años de su muerte, Eva Perón continúa siendo un personaje difícil de definir, y dentro de los feminismos muchas veces se instala como una ídola en disputa. ¿Por qué este prologado debate y cuál es la raíz de su necesidad?
Una de las mujeres más relevantes de la historia argentina sigue transformándose a través de viejos y nuevos debates. En el feminismo, Evita se ha convertido en una figura en disputa. Su reivindicación o crítica encierra una pregunta: ¿es un problema de la política partidaria o del movimiento de mujeres?
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En el caso de Evita conviven los dos debates: el de un proyecto político y el de un movimiento feminista. Muchas veces el primero se viste del segundo. Por un lado existen sus contradicciones históricas, y por el otro una oportunidad actual de los propios partidos para utilizar el rasgo feminista de Evita. En palabras de María Moreno: “A Evita no se la desenmascara, se la inventa en función de un proyecto”.
Quizá su propio misterio habilita distintas lecturas. El problema reside en la necesidad de su definición: ser o no ser feminista, como si las contradicciones no existieran (y suponiendo que no se puede hacer nada con ellas).
Esta controversia es tomada por los proyectos políticos como un campo de batalla. Conquistar el significado y conquistar sobre todo, la definición: si Evita era feminista, le atribuiría al peronismo una gran lucha, y por el contrario, hacerla machista facilita el antiperonismo. Ahondemos en la puja.
El feminismo de la época estaba circunscripto a las socialistas y anarquistas; ya en 1896, uno de los primeros periódicos que las representaban, La voz de la mujer, fundó el tan conocido lema “Ni Dios, ni amo, ni marido”. Fueron las primeras en luchar por la emancipación femenina y continuaron ese camino hasta que en 1932, Alicia Moreau de Justo -perteneciente al partido socialista y creadora de la Unión Feminista Nacional-, redacta un primer proyecto de sufragio para la mujer. La lucha por la independencia no solo correspondía al voto, también incluía otras banderas como el acceso a la educación. A su vez convivían con el feminismo liberal, que buscaba las mismas conquistas con diferentes posturas sociales. La propia Victoria Ocampo, adelantándose a su época, ponía en agenda el aborto voluntario.
El día que Evita conoció a Perón
Muchos piensan que el peronismo, a través de Evita, encontró la capacidad de apropiarse de esas luchas. En conversación con Vanina Biasi, dirigente nacional del PO y del plenario de Trabajadoras,“ Evita combatió a todos los feminismos: al liberal, al socialista, a cada uno por sus razones, ella sostenía que la mujer tenía que ser el pilar de la familia, sostenía principios que hoy mismos repudiamos (…). En la Argentina, por conveniencia política de quienes hoy integran las filas del peronismo, hubo una falsificación de la historia para inscribir a Evita en un feminismo al que ella misma combatió políticamente, y se expresó en contra. El feminismo era una doctrina enemiga del peronismo en la década del 40. Cualquier intento de convertir a Evita en una ‘abortera’ es una falsificación histórica”.
Dentro del peronismo, en cambio, la definición de Evita como feminista se solventa en sus conquistas: el voto femenino, la creación del Partido Peronista Femenino (PPF), que incentivó la participación de las mujeres en la política con más de tres mil delegadas en las provincias. Para la politóloga Carolina Barry en su libro Evita Capitana. El partido Peronista Femenino 1949-1959: “Estas mujeres llegaron a tener, en algunas circunstancias más presencia que el gobernador de las provincias donde trabajaban”. Como resultado de las elecciones de 1951 y 1953, la composición del Congreso Nacional mostraba casi un 30% de mujeres. No solo otorgó el derecho a votar, también permitió la inserción política como nunca antes había existido (sus contemporáneos, los radicales, no tenían mujeres en sus listas, y tampoco mostraban mucha participación femenina nuestros países vecinos). Varias frases en sus discursos podrían ilustrarla como una mujer empoderada: “Ha llegado la hora de la mujer que comparte una causa pública y ha muerto la hora de la mujer como valor inerte y numérico dentro de la sociedad. Ha llegado la hora de la mujer que piensa, juzga, rechaza o acepta y ha muerto la hora de la mujer que asiste, atada e impotente, a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país, que es, en definitiva, el destino de su hogar”-Eva Perón, 12 de marzo de 1947-.
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Estas discusiones se enmarcan dentro de proyectos políticos. Es lógico que diferentes partidos se encuentren en la puja por una heroína de la historia, casi el destino de los personajes históricos bisagra. Ahora bien, por fuera de la discusión partidaria, ¿tiene sentido este debate dentro del movimiento feminista en sí y en la sociedad? ¿Qué aporta definir a Evita como real o falsa feminista? ¿No es acaso lo que sucede con el movimiento actual? Pareciera ser que las que nos englobamos dentro del feminismo (más si somos jóvenes) tenemos que cumplir con esa identidad todo el tiempo, sin contradicciones, sin dudas, ser “full” feministas, o no lo serlo. Se nos exige lo que se nos critica: del “se te escapó tu machismo” al “no se les puede decir nada”. Esa extraña obsesión de buscar la hilacha cuando una feminista devela su contradicción. Como si eso fuera signo de anulación.
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Es difícil luchar y no encontrarse con dilemas que nuestra propia historia y subjetividad tienen que sortear ante lo político, pero si no se permite la contradicción, ¿podrá ocurrir un cambio? Esto no es una defensa de los resabios machistas, sino más bien una crítica a los absolutismos, que no hacen más que coartar la posibilidad de liberarnos de esas estructuras.
Pareciera ser entonces que calificar es un lugar cómodo. A 69 años de su muerte, el debate continúa. Sin embargo cuánto cambiaría si la contradicción fuera un lugar habitable. Empoderada, conservadora y revolucionaria: facetas de una misma ídola en disputa.
* Inés Menéndez Hopenhayn. Comunicadora. Antropología en curso. Activista feminista.