Sobre los cuerpos de las mujeres se habla, se teoriza, se opina, se critica y se escribe. En todos lados, a lo largo de los relatos, de todas las formas que puede construirse la historia, aparecen ideas que siempre están ancladas a estándares que definen lo que debemos y, fundamentalmente, lo que no debemos ser. Lo aceptable y lo que se espera de nosotras, en torno a las exigencias impuestas por un sistema de valores y normas que convierte las diferencias, siempre, en desigualdades.
El tan nombrado “patriarcado”, al que los movimientos feministas y de la diversidad refieren con frecuencia es el que da forma a ese sistema y legitima las prácticas que rigen las relaciones sociales entre los géneros y el modo en que transitamos el mundo. A través de patrones de consumo se reproducen las desigualdades al mismo tiempo que se traza un abanico de lo deseable para entrar en el “sistema”: una marca, un estilo, un color, una orientación sexual, un tipo de vínculo, un tipo de cuerpo. Una suerte de “juego de la vida” para encajar en el mundo que nos propone el mercado y salir sin lesiones evidentes.
La vara para los cuerpos de las mujeres está siempre alta, porque necesitamos demostrar que nos esforzamos lo suficiente para satisfacer las demandas de lo que se espera de nosotras. Si estamos por fuera de la norma, sobreviene la crítica desmedida o la sobreactuación por nuestro heroísmo: la supuesta valentía de habitar un cuerpo disidente. Y si cumplimos la norma, también se habla de nosotras o, mejor dicho, se habla de nuestros cuerpos.
Nos propusimos trabajar fuertemente en aprender a desaprender; habilitar y alentar la pregunta y cuestionar los mandatos sobre nuestros cuerpos y sobre lo que socialmente se impone para nuestros proyectos de vida. Contribuir a una vida libre de violencias por motivos de género nos convoca (a todxs) a repensar y cuestionar el modo en que construimos el relato sobre quiénes somos y sobre el deber ser. En este camino, levantamos en alto uno de los gestos más subversivos del movimiento de mujeres: poner en palabras aquello que históricamente nos mandaron a callar. Alzar la voz, sumarnos a la conversación, exigir que nuestra mirada también forme parte de el modo en que se mira al mundo.
El camino hacia la igualdad entre los géneros nos llama a revisar nuestras prácticas cotidianas en cada ámbito en el que desarrollamos nuestros vínculos y relaciones interpersonales. Advertir que en este camino hay imágenes que entran en el orden de lo deseable para el sistema de valores dominante es empezar a ver el problema, comprender que este sistema nos impone exigencias y limita nuestra libertad, sobre todo a las mujeres y personas LGBTI+, es la llave para entrar de una vez por todas en la conversación definitiva sobre la libertad que tenemos todas las personas de este mundo para construir proyectos de vida libres, autónomos y con las mismas oportunidades para todos, todas y todes.
*Directora General de Prensa y Comunicación del MMGyD.
**Directora de Contenidos del MMGyD (Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad).