OPINIóN
Historia

Las primeras impresiones que Estados Unidos se llevó de Argentina

Un libro de Henry Brackenridge registra las primeras impresiones que se llevaron los estadounidenses: Buenos Aires parecía Nueva Orleans; las mujeres, siempre de negro, caminaban solas; y todas las clases tomaban “yerba paraguaya o mate”.

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El candidato a presidente Javier Milei saluda al embajador de EEUU, Marc Stanley. | Twitter @USAmbassadorARG

Este año conmemoramos 200 años de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Argentina, a instancias del presidente James Monroe, el 8 de marzo de 1822. Para adoptar esa importantísima decisión, habían sucedido antes algunos acontecimientos.
Henry Marie Brackenridge fue un abogado y viajero norteamericano que arribó al Río de la Plata en 1817, como secretario de la South American Commission. Esta comitiva venía a conocer la situación política local, para aconsejar a su gobierno sobre la conveniencia o no de reconocer la independencia argentina.

Brackenridge tenía 35 años. Levantó notas y apuntes de lo que vio, escuchó y con quiénes se entrevistó. Cumplida su misión, llegó a Londres, donde dio forma de libro a sus anotaciones: Voyage to South América, performed by order of the American government in the years 1817 y 1818 in the frigate "Congress" (Viaje a Sudamérica, realizado por orden del gobierno norteamericano en los años 1817 y 1818 en la fragata '"Congress"), publicado en 1819. Allí cuenta muchas curiosidades que le llamaron la atención:

“Las calles estaban llenas de gente. Venía a mi memoria con mucha frecuencia mi anterior lugar de residencia, Nueva Orleans, con excepción de que la gente de color es en comparación muy poca, pero entre las clases inferiores noté muchas de procedencia india; esto se descubría en la tez y en las facciones.

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“Los habitantes, en general son una sombra más morenos que los de América del Norte, pero vi un gran número con buenos colores. Son gente hermosa. Nada tienen en su aspecto y carácter de la índole sombría celosa y vengativa, que nos hemos acostumbrado a atribuir a los españoles. Los hombres se visten en mucho como nosotros, pero las mujeres son aficionadas al vestido negro para la calle.

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“El modo de vestir, en ambos sexos, me informaron ha mejorado mucho, desde que se tratan libremente con extranjeros. Los viejos españoles, cuyo número es considerable, se distinguen fácilmente por su tez más morena, la roñería estudiada de su ropa, y la bronca y grosera expresión del semblante provienen de que son tratados como una especie de judíos, por aquellos a quienes estaban acostumbrados a considerar grandemente sus inferiores.

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“También se distinguen por no llevar la escarapela azul y blanca, universalmente usada por los ciudadanos de la República... Difícilmente habría una afrenta mayor para un americano del sur, que llamarle español. “Un joven me dijo, en tono de broma, que los monjes, los frailes y los españoles, eran en general viejos y morirían pronto, lo que, decía, era un gran consuelo", continúa el relato del estadounidense Henry Brackenridge.

“Me llamó mucho más la atención la multitud de bellas mujeres, yendo y viniendo de las iglesias, y la graciosa elegancia de su porte. Caminaban con mayor elegancia que cualquier mujer que yo antes hubiera visto. Están generalmente en grupos de familia, pero conforme a la costumbre del país, rara vez acompañadas por caballeros. Hay generalmente unos cuantos pordioseros cerca de las puertas de las iglesias, todos ciegos, o decrépitos por la edad. Me informan que hay dos conventos en la ciudad, pero no fui a verlos, pues me dijeron que todas las monjas eran viejas y feas…

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Ciertamente es un pueblo más entusiasta y quizás más guerrero que el nuestro; si tuvieran, con estas cualidades, algo de nuestros hábitos juiciosos, y un caudal de instrucción general, creo que casi nos igualarían”.

La misión llegó a Bs. As. el 27 de febrero de 1817 en el desvencijado bergantín Malacabada. No podían desembarcar por mal tiempo: “nos vimos obligados a permanecer otra noche sobre el agua. Por la tarde (del 28), nuestros compañeros, después de beber un vaso de algo estimulante, rompieron con una de sus canciones nacionales, que cantaron con entusiasmo como nosotros entonaríamos nuestro ‘Hail Columbia’”, relata el texto de Henry Brackenridge.

Hail Columbia era por entonces la canción patriótica más difundida en Estados Unidos, pues el actual himno, The Star-Spangled Banner, recién lo sería en 1931.

“Me uní a ellos en el fondo de mi corazón, aunque incapaz de tomar parte en el concierto con mi voz. La música era algo lenta, aunque audaz y expresiva”. Luego, el autor transcribe la primera estrofa y el coro del Himno Nacional Argentino.

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“Este himno, me dijeron, había sido compuesto por un abogado llamado López, ahora miembro del Congreso, y era universalmente cantado en todas las provincias del Plata, en los campamentos de Artigas y en las calles de Buenos Aires… se enseña en las escuelas como parte de la esencia de la educación de la juventud… Hay cuatro o cinco estrofas adicionales, que respiran los mismos fuertes sentimientos de libertad e igualdad, tan peculiarmente adaptados al suelo americano”.

Seguidamente, Henry Brackenridge tuvo “oportunidad de ver y saborear la yerba paraguaya o mate. Se llama mate por el nombre de la vasija; generalmente una calabacita para la gente más pobre, y también de madera (casi de la misma forma), encajada en cobre para los ricos. Un puñado de hojas pulverizadas de yerba, mezclada con palos, pues no se la prepara con la limpieza y el cuidado del té de la India, se pone en tres medias copas de agua caliente”.

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Luego narra cómo se prepara esa extraña infusión: “Cuando se usa se renueva ocasionalmente el agua y para tomarla utilizan un tubo de pocas pulgadas de largo, con un bulbo perforado en la punta, y colador. A veces se le agrega azúcar. El sabor es amargo agradable y tiene semejanza con el té chinesco.

No forma parte de ningún manjar compuesto, ni se come nada con ella; se toma a toda hora del día, aunque generalmente en ayunas y por la tarde, y después de haber soportado alguna fatiga corporal. La cocción posee, según dicen, calidades estimulantes y reconfortantes. Como no hay mates bastantes para cada uno, vi que, sin repugnancia, usaban el mismo por turno, pero después observé que ya no sucedía así en la sociedad más fina”.

Así, este simpático norteamericano pudo, esa misma tarde, experimentar dos de las pasiones más arraigadas de los argentinos: tomar un mate y cantar, entusiasmado, las estrofas de nuestro Himno Nacional.