Una lucha puede ser tan encendida y potente, y a su vez perder su norte por esa misma pasión. Esa idea tal vez sea aplicable a quienes defendemos el lenguaje no sexista.
Ya sabemos que la “E” llegó como un alivio para desbinarizar el lenguaje, y es una de las últimas enmiendas y recomendaciones en cuanto a reformulación del lenguaje. Una nueva propuesta que fue creada e implementada por grupos anarquistas, feministas y diversidades.
Pero es necesario detenerme en una digresión: presumo que la “E” no será la última propuesta por parte de quienes queremos un lenguaje democrático (de hecho, también existe la “I”). Habrá más creaciones en la intervención a la lengua porque el debate no ha concluido.
En los últimos tiempos he observado con atención que existe una tendencia que consiste en aplicar la “E” como un genérico universal (incluir a todos los géneros: mujeres, varones, diversidades); de esta manera se expresaría de forma resumida a todas las existencias con la “E”.
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En lo personal no veo que esta sea una estrategia justa, ya que otra vez estaríamos ocultando a las mujeres que vienen peleando contra la ginopia de la historia, de la política, del lenguaje. Mi postura no es biologicista ni transfóbica, sino política e inclusiva.
Una de las tantas estrategias para combatir el sexismo en el lenguaje, creada a fines de los setenta, fue la Incorporación de la “A”. Creo que podemos decir: todes y todas. Que la “A”, la “E” y la “I” (que viene circulando lentamente), son sinérgicas, ya que estas propuestas tratan de establecer una nueva gramática socio-política que debe entretejerse con ejercicios cotidianos de un lenguaje justo y democrático.
A pesar de las cinco décadas transcurridas desde que se iniciaron los debates en cuanto al sexismo del lenguaje, no hemos llegado aún, al menos en nuestro país, a un pleno uso normalizado del femenino. Semanas atrás fui expositora en un seminario internacional sobre lenguaje no sexista en los medios de comunicación, organizado por la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras, con sede en Roma y allí la filóloga española y docente de la Universidad de Catania, María Carreras i Goicochea se refería a que “se evidencia un estancamiento y una regresión (en el uso normalizado del femenino) porque en algunos casos la tendencia a remarcar lo femenino con intención denigratoria. O también se observa la negación de la existencia de una tradición para algunas formas como en el caso de ´presidenta´”.
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Sin ir muy atrás en el tiempo, en estas pampas podemos recordar la insistencia de Cristina Fernández cuando corrigió al Senador Mayans, subrayando: “Es presidenta, ta, ta“. La palabra Presidenta existe en el diccionario desde 1803 y sin embargo se sigue impugnando su uso.
Entonces, cabe preguntarnos: ¿hemos logrado erradicar el ‘masculino genérico’ que corresponde a una gramática tutelar y representativa del androcentrismo (el hombre-varón- como medida de todas las cosas)?; ¿la “A” consiguió un completa investidura?; ¿ya no es necesario fundamentar que científicos no es lo mismo que decir científicas?; ¿pasaremos de un genérico masculino a un genérico universal? Tengo mis respuestas.
Y no es una cuestión de terminaciones desinenciales que se explica con la gramática, no es cuestión de biologías ni esencialismos. Es cuestión de derecho al reconocimiento desde un lenguaje politizado.
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Hace muchos años que investigo, enseño sobre sexismo en el lenguaje y recuerdo haberme hecho eco de la frase “lo que no se nombra no existe”; afortunadamente los años, y las vivencias son un maridaje virtuoso que nos puede llevar hacia un revisionismo crítico y ahora tengo una frase propia para fundamentar el lenguaje inclusivo no sexista: “Existimos, por eso queremos ser nombradas/es”.
* Nor Loto. Mgtr. en Periodismo y Medios de Comunicación, docente universitaria, autora de Para Contarla Mejor, Aportes para optimizar las narrativas periodísticas de los casos de violencias contra las mujeres.