PERIODISMO PURO
Entrevista

Moisés Naím: "Argentina es campeón mundial en la necrofilia política"

El intelectual venezolano más influyente habla de su país y las enseñanzas que puede tener para otras naciones de la región: no caer en el discurso fácil de los charlatanes y estar atentos a los autoritarismos dormidos que puede haber en la sociedad.

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El poder de lobby de los medios. “Lo normal en el mundo es que los medios de comunicación más importantes estén al servicio o sean propiedad de grupos económicos muy grandes”. | Pablo Cuarterolo

—¿Qué hizo mal el equivalente al establishment venezolano para que pudiese prosperar el chavismo y luego el madurismo?

—La complacencia tiene que formar parte de la conversación cuando uno habla de qué pasó en Venezuela. Pero también se trataba de un fenómeno nuevo, del que no había precedentes. Hubo formas en el chavismo, el militarismo, que poco a poco fueron incrustándose. Son formas nuevas de intervenir, muy furtivas. Hugo Chávez fue un charlatán encantador de serpientes que hizo que le dieran dos cheques en blanco; el cheque de la popularidad y del apoyo irrestricto, y del mercado internacional de petróleo le llegó un cheque financiero en blanco. Entonces estaba el país enfrentado a un líder que tenía un gran carisma, una gran conexión con el pueblo, con todo el dinero del mundo que podía gastar sin restricciones, sin rendir cuentas, sin regulación de ningún tipo. Y lo hizo: lo gastó eficazmente para sus intereses, pero dejó a Venezuela en la senda que nos lleva a la tragedia mundial que es mi país hoy en día.

—En 1993, escribió “Paper Tigers and Minotaurs”, en el que explicó su visión. Pasaron casi tres décadas de aquello, ¿Cambió algo hasta llegar a Maduro?

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—Ese libro era casi una autopsia del gobierno de Carlos Andrés Pérez. Hubo un golpe de Estado para intentar derrocarlo y luego un golpe civil que lo sacó del poder. Pérez anticipó que esto podía ocurrir y las consecuencias y secuelas que sobrevendrían. El título, Minotauros y tigres de papel, tiene que ver con el hecho de que, cuando se está en el gobierno intentando hacer reformas estructurales muy profundas que cambian creencias importantes e hilos de vida en la sociedad, aparecen todo tipo de resistencias y rechazos. Los tigres de papel resultaron ser las fuerzas sindicales, las del sector privado, la sociedad civil. Y los minotauros, a los que nadie en el gobierno les prestaba atención, eran los militares. Gente de derecha, de izquierda, los políticos, los intelectuales, los periodistas, los empresarios, todos suponían que en Venezuela los militares estaban en las guarniciones y que no eran actores políticos, porque Venezuela ya había tenido una experiencia con regímenes militares y tenía una democracia arraigada, una de las más largas de América Latina. Hubo un enorme descuido en no entender que había una facción. Hugo Chávez era uno de los líderes y estaba organizándose y trabajando para derrocar a un gobierno democráticamente electo. Fue un gran error no ver eso, no entender que los minotauros escondidos eran los militares.

“En Venezuela fue un gran error no ver que los militares trabajaban para volver al poder.”

—¿Qué responsabilidad les cupo a los medios de comunicación para dar las condiciones de posibilidad al surgimiento del chavismo? ¿La pérdida de independencia de los medios de comunicación fue una de las condiciones de posibilidad del chavismo?

—Estos grupos que estaban en el Congreso, además de tener poder económico y poder mediático, también tenían el poder político de tener senadores y diputados que eran empleados suyos. Y estos grupos simplemente continuaron con sus patrones normales con su rivalidad entre ellos. Un conflicto que también había en el sector bancario, en el sector financiero en general. Había rivalidades entre grupos económicos muy importantes. La esencia era el prestar atención a lo que hacía su competidor y que no le llevara la delantera. En ese ámbito se cargaron al Estado y a la democracia.

—Que el propio medio de comunicación intervenga en política lo hace dependiente de sus propios intereses. No puede ser crítico y objetivo quien al mismo tiempo integra uno de los poderes del Estado, como el Legislativo.

—Es la trágica normalidad del mundo. Lo normal en el mundo es que los medios de comunicación más importantes estén al servicio o sean propiedad de grupos económicos muy grandes. Eso ocurre. También dependen de ideologías o de agendas específicas. Se observa en América Latina. También en Europa los grandes periódicos tienen tendencias, afiliaciones, cercanías. No hay que ir muy lejos. En Estados Unidos, el Canal Fox, de la familia Murdoch, es importantísimo y un actor político determinante. Pasó en Venezuela, pero es una tendencia mundial lamentable y triste, que hay que enfrentar.

—Quizá lo que pasó en Venezuela fue la diferencia entre el erotismo y la pornografía. En Venezuela directamente tenían sus propios legisladores, no solo poder de lobby. En Argentina y Brasil hay un verbo nuevo: “venezualizar”, ¿Qué características tuvo la descomposición de la democracia de su país, que permitió que se produjera la venezualización?

—Petróleo, Cuba y Chávez. No se puede hablar de Venezuela sin hablar de petróleo y las consecuencias que eso tiene sobre una sociedad. Sin hablar del rol de un carismático charlatán que era Hugo Chávez y sin hablar de que Venezuela es un país ocupado. Fue ocupado por Cuba en gran parte gracias a Hugo Chávez. Había un vínculo muy humano y profundo entre Hugo Chávez y Fidel Castro, que Fidel supo aprovechar para saquear Venezuela. En Venezuela no hay gasolina porque no se produce petróleo y porque destruyeron las refinerías. Lo poco que se produce sale muchas veces para Cuba en vez de satisfacer la demanda local. No puede haber más evidencia de un país ocupado, expoliado, saqueado por una potencia extranjera. Cuando se dice “esto es Venezuela” o “va a ser como Venezuela”, se alude a una catástrofe hecha por seres humanos. Se hizo más daño que en una guerra o un accidente climático mayúsculo, que ninguna de las tragedias que puedan transformar a un país en mucho más pobre. Venezuela junto con Argentina son ejemplos de países prósperos que se transformaron en miserables.

“Cuando me hablan de peronismo, lo primero que necesito es que me definan qué es.”

—En la Argentina se utiliza otra figura: “little Venezuela”. ¿Qué puntos de comparación puede encontrar usted entre el proceso venezolano y el argentino?

—La anti política es muy importante, como la proliferación de charlatanes, También la disposición a socavar la democracia de manera furtiva. Limitar, restringir, diluir, ablandar los pesos y contrapesos que debe haber en una democracia. Disminuir controlando e influyendo sobre los medios de comunicación, comprando conciencias, voluntades y votos en el Parlamento y en los tribunales. Los fundamentos de una democracia están socavados y corroídos.

—En la Argentina se observa un incipiente proceso de emigración de jóvenes y empresas. Este fue un mecanismo que usó primero Cuba y luego Venezuela para exportar disidentes. ¿Sería otro paralelismo posible?

—La emigración en muchos países de América Latina es de clase media, de clase media baja. Son profesionales que quieren abrirse camino en un país en el que que creen que pueden porque en su país no hay movilidad social. El caso de Venezuela es el de 5 millones que simplemente se fueron. La gran mayoría se fue caminando, sin nada. Apenas con una valija y una mochila. Fueron ancianos, niños, mujeres en estado de gravidez, gente enferma. Caminaron y caminaron hasta Brasil, hasta Colombia, y de ahí a Ecuador y de allí a otros países. Gente pobre, gente muy pobre que no tiene nada y que tuvo que escapar del hambre, de la muerte, de la violencia, de la falta de salud pública y de la falta de acceso a la medicina. La emigración venezolana es de una tragedia humana. Es una situación poco entendida y poco conocida. Son dos fenómenos distintos el de los emigrantes que buscan hacer su futuro en otro país y el de la emigración de Venezuela. Uno está empujado por la esperanza de poder hacer una vida mejor, mientras que el otro está impulsado por la desesperación y el miedo. Se busca protección y refugio en otros países. El Estado, en vez de formar parte de la solución, es causa de la muerte, del hambre y de la peste.

“Trump ni siquiera sabía claramente qué es el Banco Interamericano de Desarrollo.”

—¿Cómo cambió la pandemia la situación de la resistencia venezolana? Da una sensación de que se fue apagando su ímpetu.

—No necesariamente el ímpetu se apagó por la pandemia. Lo que se apagó fue el hecho de que había altas expectativas. Y altas expectativas conducen a alta frustración. Se tenía la ilusión de que Juan Guaidó, electo legítimamente como el presidente interino de Venezuela, iba a poder generar la salida del régimen usurpador del dictador Nicolás Maduro. No lo logró, era dificilísimo hacerlo. Y además, no puede hacerlo solo. Es una gran mentira que el problema de Venezuela es de los venezolanos. Es una falacia. Los venezolanos en las calles y la oposición, que no están armados, no están organizados, están siendo reprimidos, torturados, encarcelados, exiliados por la dictadura. No pueden solos contra esto. Necesitan ayuda, y de muchos tipos. Esto es como reclamarles a los disidentes rusos durante la época de Nikita Krushchev o Leonid Brezhnev por qué no habían logrado derrocar al régimen de la Unión Soviética. No es equivalente. No es fácil sacar a un régimen muy atrincherado, que tiene una dimensión criminal internacional importante y que tiene apoyos de superpotencias extranjeras, como por ejemplo Rusia, China, Cuba. Y con vínculos con Irán y con Turquía, entre otros.

Moisés Naim, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
"Venezuela y Argentina son ejemplos de países prósperos que se transformaron en miserables”. (Foto Pablo Cuarterolo)

—¿Pueden tener influencia los informes de Naciones Unidas?

—Son retóricas, pero la retórica tiene consecuencias. Primero aclaremos de qué estamos hablando: es un informe muy cuidadosamente llevado a cabo, muy objetivo, liderado por Michelle Bachelet, la comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. La señora Bachelet no tiene una trayectoria de simpatía, afinidad y entusiasmo por la oposición venezolana. Cuando fue presidenta se negó a recibir en el Palacio a dirigentes de la oposición. No hablamos de un personaje que es afín a la oposición. Y, sin embargo, el reporte que dignamente ella promovió y firma es una acusación muy definitiva, severa y documentada de las atrocidades cometidas por el presidente asesino Nicolás Maduro y sus compinches. Veremos qué pasa. Espero que haya un pronunciamiento del papa Francisco respecto a la documentación definitiva de las torturas y de los crímenes de lesa humanidad que se cometen en Venezuela. Todos queremos saber qué piensa la Iglesia sobre este informe y cómo va a reaccionar.

“El fenómeno nuevo no es la polarización, sino que ahora está digitalizada y globalizada.”

—¿Ve algún paralelismo entre el papel que cumplió Juan Pablo II en la reorganización del este europeo con el que podría cumplir el papa Francisco en Latinoamérica?

—No lo sé. No es fácil alinear los procesos con el rol de una sola persona. El papa Juan Pablo II fue importantísimo en la liberación de Europa oriental y en la caída del Muro de Berlín. Pero no fue el único. Había fuerzas tectónicas mucho más fuertes que trascienden la actividad de una sola persona. Tuvo mucha importancia, pero afirmar que fue quien produjo la caída del Muro de Berlín es excesivo. Lo mismo respecto a pedirle al papa Francisco que transforme las polarizaciones, la conflictividad social, las dificultades, la miseria que hay actualmente en América Latina.

—En la Argentina se dice que el papa Francisco es el primer papa peronista.

—Para responder eso necesito una definición de peronismo. Ya me perdí al respecto.

“Por el ‘ismo’ erradamente se piensa al populismo como una ideología.”

—Quizá sea una forma de populismo más sofisticada que la tropical. No del nivel excesivo que se podría plantear en Chávez, a lo mejor con sesgos más europeos, italianos y españoles de la época de Francisco Franco o Benito Mussolini. Se dice que Donald Trump es el primer presidente populista al estilo de Juan Perón.

—Erradamente se piensa el populismo como una ideología. Como termina con “ismo” es fácil ponerlo junto con el comunismo, el socialismo o el fascismo. No es así. El populismo es una estrategia, es un conjunto de tácticas para alcanzar el poder y retenerlo. En América Latina, los presidentes más populistas que tenemos son dos: uno de extrema derecha, Jair Bolsonaro, en Brasil, y otro de izquierda, en México, Andrés Manuel López Obrador. Ambos son extremadamente populistas y ambos están en los polos opuestos en cuanto a sus ideologías.

—¿Le preocupan estos enfrentamientos militares que hubo en la frontera entre Venezuela y Colombia? ¿La situación de Venezuela puede terminar en un conflicto violento?

—Todo puede pasar. La realidad nos educó para nunca decir que algo no puede pasar. Cosas inauditas, inimaginables, terminaron siendo reales. Me cuido mucho de hacer pronósticos. La larguísima y no muy protegida frontera entre Colombia y Venezuela tiene una larga historia de enfrentamientos. Hay grupos criminales de todo tipo, guerrillas, las secuelas de las FARC, los contrabandistas, los iraníes, los cubanos, los venezolanos. Todo el mundo armado hasta los dientes y organizado. Quizá la sorpresa sería decir que no haya enfrentamientos armados más frecuentes en vista del caldo de cultivo que hay para los choques armados. Es sorprendente que no los haya con más frecuencia.

“El populismo es una estrategia, es un conjunto de tácticas para alcanzar el poder y retenerlo.”

—¿Cuál es su pronóstico sobre el futuro político de Venezuela ante unas elecciones muy controvertidas?

—En ningún país del mundo se aceptaría ir a elecciones con las condiciones de Maduro. En estos momentos los partidos de oposición están fuera de juego, fueron tomados y saboteados. Sus principales líderes políticos están encarcelados, inhabilitados, exiliados o muertos. Las fuerzas armadas torturan y reprimen a la población impunemente. Los medios de comunicación están completamente dominados por el régimen. No hay forma de que un líder de la oposición o de que las noticias críticas de la dictadura lleguen a la gente. En ningún país del mundo haría elecciones en estas condiciones. No es debate si hay que ir o no a elecciones. Hay que ir a elecciones cada vez que se pueda. Pero hay que tener condiciones que permitan un mínimo de transparencia, la posibilidad de tener elecciones libres y claras. Esa es la primera cosa. La segunda es que Venezuela deberá salir de la dictadura. Cuando suceda, quizá venga un gobierno de transición seguido por una elección libre que escoja a un grupo de personas o a un presidente, a líderes de temperamento democrático y que, con una gran ayuda internacional, Venezuela sea relanzada. Ese es uno de los proyectos más excitantes, interesantes, bonitos si se quiere, que hay en el mundo: la reconstrucción de Venezuela, el repensar, el redefinir, el rehacer, el relanzar a toda una nación. Es un proyecto maravilloso en el cual se pueden sumar todos los venezolanos, tanto si están en el país como afuera. Hay un proyecto maravilloso a la espera de que unos líderes demócratas lo tomen y lo lleven adelante.

—Está trabajando en un ensayo sobre Estados Unidos. Cuéntenos un poco al respecto.

—Está aún en proceso, pero básicamente, identifico el hecho de que Estados Unidos es una superpotencia desequilibrada: socialmente, políticamente, internacionalmente, militarmente. Donde uno ponga el ojo encontrará estadísticas, datos, evidencias terribles. En la parte social, es un país que prometía salud, vivienda, educación, progreso social. Y realmente hubo resultados muy menguados. Este es un país que gasta el 17% de su producto interno bruto en política sanitaria. Sin embargo, hay 27 millones de ciudadanos estadounidenses que no tienen acceso, que no están cubiertos por un seguro de salud, a pesar de que es el país que más gasta en el mundo en salud. El 33% de los estadounidenses no puede ver a un doctor cuando tiene necesidad. Con vivienda es lo mismo. Entre 1960 y 2007 los costos de la vivienda aumentaron un 121%, mientras el ingreso de la gente que tiene que comprarse una vivienda creció solo un 29%. La educación universitaria aumentó 14 veces su costo mientras que la inflación ha aumentado cuatro veces. Hay más movilidad social, por ejemplo, en Canadá o en Francia. En Estados Unidos la gran mayoría de la gente tiene el mismo poder de compra que hace cuarenta años. La mitad de los estadounidenses que nacieron en 1980 ganan menos que sus padres. En 1940 el 92% ganaba más. La mitad de los americanos hoy ganan menos que sus padres americanos nacidos en 1980. En 1940, casi todos los hijos terminaban teniendo ingresos mayores que sus padres. En la parte internacional, Estados Unidos está sufriendo un accidente autoinfringido, un gol en contra, respecto a la ruptura al no aceptar las grandes alianzas que había y que necesitaba. Donald Trump no tiene una alianza internacional que le guste. Ni la OTAN, ni las Naciones Unidas, que tienen los defectos normales casi crónicos de las organizaciones multilaterales. Militarmente en estos momentos Estados Unidos está embarcado en una carrera armamentista atómica, nuclear, invierte literalmente miles de millones de dólares en fortalecer su arsenal nuclear, en hacerlo más miniaturizado, preciso, potente y devastador. A eso se suma lo que vemos que sucede en la política. El Congreso de Estados Unidos no logra tomar decisiones, está bloqueado. Donald Trump no es la causa de todo esto: es la manifestación del tipo de líderes que produce o vota una superpotencia desequilibrada.

“Chávez fue un charlatán encantador de serpientes que hizo que un país entero le diera cheques en blanco.”

—¿La crisis del coronavirus aumenta la posibilidad de que la guerra comercial entre Estados Unidos y China desemboque en una guerra real en la que un Partido Comunista venza a ese Estados Unidos desequilibrado?

—Son dos cuestiones diferentes. La primera es la “trampa de Tucídides”, el general griego que participó en las Guerras Púnicas y escribió uno de los primeros libros que analizaba cómo ocurrían las guerras, cómo se ganaban o perdían gracias a la estrategia y no al mandato divino de los dioses. El general advirtió que cuando hay una potencia establecida aparece una potencia en auge que la reta. Esa circunstancia terminó unas 16 veces en guerras abiertas. Las circunstancias actuales son similares. Hay una potencia establecida, Estados Unidos, y otra en auge, China. Por supuesto que tienen conflictos de todo tipo. ¿Llegarán a una guerra abierta? Ojalá que no. Es prioridad de toda la humanidad impedir que eso ocurra. Es posible evitar la “trampa de Tucídides” integrando a China de una manera mucho más sistemática, coordinada, regulada, a la economía mundial. Pero deben cambiar hábitos y costumbres respecto a su economía, a sus constantes violaciones a los derechos humanos. Es un país que se especializa en robar tecnología de otros. Tiene prácticas comerciales inaceptables para la mayoría de los países. Eso deberá cambiar. Estados Unidos deberá entender que las alianzas, que trabajar con otros países, es necesario. En un mundo globalizado, hay que coordinarse. El multilateralismo no es una mala palabra. Nuestros problemas no son susceptibles de ser solucionados por ningún país actuando a solas, por más grande que sea. El cambio climático es un ejemplo. Es necesario que los países colaboren, coordinen, sincronicen sus actividades. Es deseable un Estados Unidos mejor integrado al resto del mundo, coordinado, con alianzas fuertes con otros países y más dispuesto a tratar de evitar la “trampa de Tucídides”.

—¿Podrá vencerlo China comercialmente, si no se llega a la situación militar?

—Xi Jinping, el presidente de China, dijo que no hay ganadores en las guerras comerciales. En las guerras comerciales todos pierden. Hasta ahora, la guerra comercial que lanzó el presidente Trump contra China demostró que tenía razón en eso.

—En la época del G2 entre la ex Unión Soviética y Estados Unidos, la discusión era sobre el sistema económico. Hoy se discute el sistema político.

—¿Cuánta gente conocemos con ganas de mudarse a China a vivir para siempre y criar a sus hijos allí? ¿Cuánta gente hay con ganas de mudarse a Bielorrusia o a Rusia y vivir allí con su familia? No hay mucha gente interesada en dejar su país para ir a vivir a China o a Rusia. Es un dato que no hay que perder de vista. La democracia y el capitalismo contemporáneo tienen defectos importantes que hay que reparar. Pero no hay que abandonarlos. Se puede repararlos, fortalecerlos, ayudarlos a ser menos inestables, más igualitarios, menos aliados con intereses empresariales tradicionales. Hay cosas que se pueden hacer para mejorar su funcionamiento y hay cosas imperativas para mejorar el funcionamiento de las democracias. Son retos indispensables para los próximos años.

“El informe de Bachelet es una acusación definitiva, severa y documentada de las atrocidades.”

—El respetado filósofo político chino Jiewi Ci le pidió al Partido Comunista que tomara la iniciativa de llevar a China por el camino de la democracia antes de que fuera demasiado tarde. Con Xi Jinping, potencialmente establecido como presidente de por vida, ¿será posible esa democratización?

—No de la manera como la conocemos. Habrá transiciones importantes, sí. El poder no se cede unilateralmente a base de exhortaciones. Ese filósofo y otros mil pueden hacer las exhortaciones y las más persuasivas argumentaciones acerca de por qué les iría mejor con un sistema político más abierto y eso no tendría ninguna consecuencia. Es posible que haya reformas dentro del sistema de partido único de China que permitan mayor diversidad de voces, de intereses, de forma de actuar.

—¿Cambiaría algo para Latinoamérica que Trump fuera reelecto o que Joe Biden fuera el próximo presidente?

—No mucho. América Latina no está en las prioridades de Estados Unidos. Cualquiera de los dos que gane llegará a la Casa Blanca con una agenda de emergencias inmensa, que van desde la pandemia hasta la catástrofe económica, más las rivalidades y fricciones con países autoritarios como China, Irán, Corea del Norte o Rusia. La diferencia que podría haber es que Biden anunció que su equipo de relaciones internacionales ya está pensado y cuenta con profesionales de primer nivel, admirados y conocidos, en contraste con los improvisados que acompañan a Trump. Además, tanto Biden como su equipo comprenderán más que los problemas que tiene Estados Unidos no se pueden resolver actuando solos. Hay mucho para hacer internamente. Pero lo internacional no debe hacerse solo.

—¿Existe alguna posibilidad de que la disputa comercial entre China y Estados Unidos vuelva a colocar a América Latina en una tensión entre dos polos, tal como sucedió en la Guerra Fría?

—Puede haber algo de eso, pero no con respecto a América Latina. Es algo respecto al mundo. En el caso del presidente Trump y su política, hay una visión mundial en la que todo pasa por el prisma de contener, limitar y debilitar a China. Lo que sucedería en América Latina sería simplemente el reflejo de una política que tendría la Casa Blanca a nivel mundial.

Los libros de Moisés Naim, protagonista de Periodismo Puro, con Jorge Fontevecchia.
Escritor prolífico. Su libro El fin del poder fue elegido por Financial Times y The Washington Post como uno de los mejores del año.

—Recientemente hubo una disputa en la que Argentina quería que el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo fuera su candidato y Trump rompió por primera vez con la tradición de que el presidente del BID fuera un latinoamericano. ¿Argentina fue ingenua al creer que México acompañaría su posición y no entender que México tomará decisiones alineado con Estados Unidos?

—No lo creo, porque lo que pasó no forma parte de una estrategia. No es que haya una política hacia América Latina de la administración Trump y como parte de esa política es bueno tener el control del Banco Interamericano de Desarrollo y se propone un candidato estadounidense rompiendo una regla sagrada hasta hace pocas semanas. El presidente del Banco debía ser alguien de los países usuarios, los clientes del banco, los países de América Latina en los que Estados Unidos jugaba un rol y tenía al vicepresidente ejecutivo. Esto forma parte más bien de apetencias personales, de rivalidades también personales, de oportunismo, de falta de estrategia. Tengo la información de que el presidente Trump ni se enteró, que ni siquiera sabía claramente qué es lo que era el Banco Interamericano de Desarrollo. No lo vería como parte de una estrategia refinada hacia América Latina. Lo vería como la improvisación y el oportunismo. Del otro lado, hay una América Latina muy dividida, fragmentada, asustada y distraída por el coronavirus. Ese es el contexto de lo que pasó.

—Las cuarentenas son las formas más eficientes de frenar la propagación del virus, pero tienen un enorme coste económico. ¿Dónde está el límite ético y moral entre desacelerar el virus y destruir la economía?

—El límite no es ético. El límite será tecnológico y biológico, el día que haya una vacuna, más tests, que existan maneras de trazar y seguir e identificar a quienes están contagiados y están afectados por esto. Son cuestiones muy concretas, científicas, médicas, biológicas o investigaciones. Lo que vimos al principio donde estaba el gran dilema de “cerramos toda la economía para todos durante todo el tiempo para poder enfrentar al virus” o “no enfrentamos al virus y dejamos que la economía vuelva a crecer”. Fue un dilema que ocurrió al principio producto de la sorpresa, de la improvisación y de no saber realmente qué estaba pasando. Muchos países están en eso. Pero antes de fin de año vamos a tener una o dos vacunas. A comienzos del año que viene tendremos más. Entonces, el reto será de distribución, de logística, de equidad, a quién le tocan las vacunas, a qué precio, cómo se accede. El debate del cierre de la economía versus la pandemia es de comienzos del año 2020 y todavía está y va a estar con nosotros pero no con la misma intensidad. Se van a poder hacer ambas cosas.

“La sociedad en los Estados Unidos es tremendamente desequilibrada.” 

—¿Cómo va a afectar a las elecciones de Estados Unidos y de Brasil este año, y de Argentina el año próximo, el grado de eficacia en la lucha contra el coronavirus de sus distintos?

—Es muy temprano todavía para decirlo. Acuérdate de que a Zhou Enlai, el premier chino, le preguntaron qué pensaba él de la Revolución Francesa y su respuesta fue que era muy temprano como para tener una opinión. Hablamos de varios siglos de distancia. Lo mismo sucede aquí. Es muy temprano para saberlo. Lo que sí está muy claro, según las encuestas y según lo que se ve, es que hay un cierto apetito por líderes más genuinos, competentes, que no mientan. Será un requisito cada vez más creciente.

—Lo que se ve permanentemente en toda América es un aumento de la polarización. ¿Cuánto inciden los medios de comunicación en ella?

—La polarización existió siempre. Parte importante de la democracia es que hay grupos que tienen ideas políticas, propuestas y bases de apoyo diferentes y que compiten entre sí para ver cuál de sus ideas tiene más apoyo, y así llegar al poder. Eso es polarización, son países polarizados. Incluso, hay algunos que tienen dos partidos que llevan años enfrentándose de manera polarizada. Hasta ahí no hay nada nuevo bajo el sol. Lo nuevo es la digitalización y la globalización de la polarización. Ahora la polarización es global, está en todas partes. Está potenciada, enardecida, exagerada por las redes sociales y por los jugadores políticos mundiales que se aprovechan para sembrar el caos y la confusión en otros países. Que los bots rusos, que la cibernética rusa interviniera en el Brexit, en las elecciones de Estados Unidos y en los problemas de Cataluña en España parece una cosa de ciencia ficción. Pero es una realidad. Pasó y contribuyó a la polarización. Y ahí la fuerza no es solo tecnológica; también hay una potencia extranjera que usa las redes sociales y la polarización para sembrar el caos, la confusión y ver cómo debilita a gobiernos.

—¿Saldremos mejores de esto?

—Ninguno de los familiares del casi millón de muertos que produjo la pandemia pensaría que tiene efectos positivos. La pandemia es una tragedia como no habíamos visto; no ha terminado, esto todavía sigue. Lo que sucedió con la pandemia es que cosas, circunstancias, instituciones, ideas que creíamos permanentes demostraron ser transitorias y frágiles. Ideas que pensábamos que eran transitorias como el trabajo remoto, terminaron siendo mucho más permanentes. Nuevamente, es muy temprano todavía para hacer un juicio definitivo. Lo que está claro es que trae consecuencias permanentes, transformadoras, unas malas y otras que simplemente no son ni buenas ni malas, sino que son nuevas realidades.

—¿Cuál es tu pronóstico sobre cómo va a evolucionar la política norteamericana y sobre las elecciones de este año?

—No lo sé. Las últimas elecciones nos dieron la lección de no creer en las encuestas. Todas las encuestas indicaban que Donald Trump sería el perdedor y terminó ganando. A pesar de que hoy absolutamente todas las encuestas indican que va a perder, nadie se atreve realmente a hacer ese pronóstico basado solo en ellas. Ya hay mucha desconfianza sobre la credibilidad y capacidad de las encuestas para pronosticar. Y todavía estamos en septiembre, las elecciones son en noviembre. De aquí a allá puede pasar de todo, como acaba de suceder el fallecimiento de Ruth Bader Ginsburg, la magistrada de la Corte Suprema de Estados Unidos, que va a producir una batalla campal en el sistema político estadounidense por ver cuándo y quién tiene el derecho de presentar su candidato a reemplazarla. A pesar de que faltan solo unas cuantas semanas, será un período muy largo, conflictivo e impredecible.

—¿Cuál sería su mensaje para la sociedad argentina respecto a generar anticuerpos que eviten la venezualización?

—Dos. Uno es encontrar consensos, convergencias, y buscar la unidad, no solo de los partidos políticos, sino en toda la sociedad. Y dos: luchar hasta donde más se pueda todos contra la necrofilia política. Este es un término que acuñé para referirme a la propensión de ciertos gobiernos, de ciertos regímenes políticos, a producir, a proponer, ideas probadas una y otra vez que siempre fracasaron, pero siempre vuelven a estar de moda. Argentina es campeón mundial en la práctica de la necrofilia política. Como sabemos, la necrofilia es una perversión entre algunos seres humanos enfermos que tienen un amor y un atractivo enfermizo por los cadáveres. Hay una versión política de la necrofilia que es un amor apasionado por ideas muertas, ideas que terminan en corrupción y muerte, y saqueos, pérdida de prosperidad y pérdida de esperanza. Hay que inocularse contra la necrofilia política y no consumir tantos charlatanes. Vivimos una era de oro de los charlatanes, de los demagogos, de los fraudulentos, de quienes prometen cosas que se sabe que no van a cumplir o que se sabe que son malignas. Los países tienen que crear anticuerpos para detectar charlatanes. No reconocer ni apoyar la necrofilia política y las ideas que solo fracasan una y otra vez. Para eso hace falta unidad.

—¿Esa necrofilia en países que fueron ricos como Argentina es una melancolía de éxitos del pasado, que se vuelva continuamente a recetas sin ver que no funcionan?

—Puede ser. Pero lo veo desde el ángulo de la búsqueda del poder. De alguna manera son ideas seductoras. Suenan bien, son atractivas. La gente quiere creer eso, que va a tener prosperidad, a tener esas posibilidades. Los jóvenes de los que hablábamos, que abandonan su país, ni siquiera saben realmente detalles de cómo era la situación mundial cuando Argentina era próspera y uno de los grandes países del mundo. Esa nostalgia puede existir en algunos segmentos de la población de mayor edad, pero para la mayoría no es realmente el tema. El tema es la desesperación por tener más estabilidad económica, posibilidades para los hijos, acceso a buena educación, buena salud, buen transporte público. Es el tipo de cosas concretas que hay que buscar.