Hay heridas que no se pueden borrar, que dejan cicatrices en el cuerpo de por vida, y eso fue lo que la resolución 125, destinada a elevar las retenciones agrícolas, provocó en el kirchnerismo, una marca indeleble. En su enfrentamiento con el campo, el Gobierno magulló la imagen positiva de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, varios funcionarios renunciaron por el tema y, aun peor, el Frente bloque del para la Victoria en el Congreso entró en coma.
Imagen no positiva. El capital político que el kirchernismo poseía antes del conflicto rondaba el 70% de imagen positiva. No habían dudas, la presidenta y su marido, el ex presidente Néstor Kirchner, gozaban de la confianza de la mayoría de los argentinos. La 125 cambió ese panorama. En mayo, apenas cinco meses después de asumir el poder, la imagen de la presidenta ya se había derrumbado un 30% por la pelea con los ruralistas.
En julio, después del voto no positivo de Julio Cobos que sepultó las retenciones, su popularidad tocó fondo, y en septiembre se estabilizó en 30%. Todo lo contrario ocurrió con los lideres del campo, quienes tras la derogación de las retenciones se colocaron al tope de las encuestas de opinión, encima de cualquier político argentinos. El principio de 2009 no trajo buenas noticias para el matrimonio presidencial. La imagen de los Kirchner arrancó el año con una caída: sólo el 23,3 por ciento de los consultados aprueba la gestión de CFK.
Renuncias y sangría oficial. El conflicto no solo machacó la imagen presidencial, también devoró varios funcionarios. La primera víctima de las retenciones fue el joven ministro de Economía, Martín Lousteau, que renunció el 24 de abril y fue reemplazado por Carlos Fernández que, haciendo honor a su apodo (le dicen "mudo") casi no ha hablado en público tras 11 meses a cargo del ministerio. Le siguió el secretario de Agricultura, Javier de Urquiza, interlocutor con el campo, cuyo lugar fue ocupado por Carlos Cheppi, viejo conocido de Néstor Kirchner, de su época en Río Gallegos.
A medida que el conflicto avanzaba, en el seno del Gobierno se comenzó a hablar de halcones y palomas. Los primeros, inflexibles a la hora de negociar con el agro, estaban representados por Néstor Kirchner, Julio De Vido y Guillermo Moreno. Las palomas, el poder formal, eran Cristina Kirchner, Alberto Fernández y el dialoguista Julio Cobos. Tras la votación en el Senado y su rechazo al proyecto oficial del 17 de julio, Cobos se convirtió en un opositor dentro del Gobierno. Seis días después, el hombre más emblemático del kirchnerismo, el jefe de Gabinete Alberto Fernández, presentaba su renuncia. Era el fin de una era.
Los últimos golpes al oficialismo llegaron en el Congreso: Felipe Solá y Carlos Reutemann se fueron del FpV y, junto a ellos, una sangría de parlamentarios K dejó al oficialismo al borde de perder el quórum la Cámara Alta. El panorama envalentonó a la oposición que planea arrebatarle al matrimonio presidencial el control del poder legislativo. El último cachetazo llegó con la victoria del cobismo en las elecciones de Catamarca. La derrota oficial en el primer test electoral hace pensar que el futuro del kirchnerismo D.C. (después del campo) se definirá en octubre, con o sin Kirchner como candidato.
(*) Redactor de Perfil.com