"Me dijeron que usted es de izquierda. Entonces, vamos a tener un problema, porque yo soy de derecha", lo apuró George Bush a Néstor Kirchner en la Casa Blanca, cuando el texano y el santacruceño tuvieron su primer encuentro a solas, a mediados de 2003.
"No se preocupe, conmigo no va a tener ese problema –respondió el argentino–. Yo soy peronista".
El peronismo de Kirchner, sin embargo, no logró amalgamar una buena relación con Bush, y dos años después de aquella reunión en la que abundaron sonrisas en los jardines del poder norteamericano, el presidente de los Estados Unidos visitó la Argentina para participar de la Cumbre de las Américas en Mar del Plata y terminar de comprobar que las relaciones entre Washington y Buenos Aires estarían plagadas de nubarrones.
Bush nunca le perdonó a Kirchner el feroz antiamericanismo que el santacruceño tuvo en el discurso de apertura de esa cumbre continental, y tampoco olvidó durante todos sus años al frente de Estados Unidos, el apoyo que el gobierno argentino le dio a los movimientos sociales y piqueteros para que pudieran despacharse a gusto contra el imperialismo en la Contra Cumbre marplatense.
En los registros del poder estadounidense todavía persistían esos recuerdos cuando Barack Obama juraba en Washington y Cristina Kirchner se sacaba una foto con Fidel Castro para luego reunirse con Hugo Chávez, los dos mayores íconos antinestadounidenses en América Latina.
Néstor y Cristina siempre se esforzaron por anular aquella infantil definición de "relaciones carnales" que el menemismo inmortalizó a medida que aumentaba el seguidismo acritico con los Estados Unidos. Pero el matrimonio presidencial argentino terminó recostándose en otros calores para convertir a Venezuela en su principal aliado político y económico. Cambió el eje, pero la falta de autonomía de Argentina sigue siendo la misma.
Pero mientras los Kirchner se mostraron dispuestos a mojar la oreja del poder estadounidense con retórica vacía y fotos de ocasión, otros dirigentes regionales le pusieron tope a los atropellos de Estados Unidos de una manera mucho más contundente. Lula fue el mayor escollo para que Bush avanzara en su intento de obtener un área de libre comercio que sólo beneficiaría a Estados Unidos. Y Michelle Bachelet es la presidenta de un país que votó en contra de Washington en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuando la arrogancia norteamericana buscaba el respaldo internacional para invadir Irak en una guerra con olor a pólvora.
Los presidentes de Brasil y Chile supieron cuidar las formas y Obama los distinguió cuando los llamó por teléfono desde la sede del país más poderoso del mundo. Cristina se tuvo que conformar con una carta del presidente estadounidense. Esa es la forma que tiene la diplomacia para mostrar diferencias y dejar bien en claro cuáles son los verdaderos líderes de esta región.
(*) editor de Internacionales de DIARIO PERFIL