El país está en llamas, en sentido literal por los incendios forestales que afectan a 11 provincias y arrasaron más de 150.000 hectáreas, y en un sentido metafórico por los focos de enfrentamientos sociales a causa de las tomas de tierras, los terraplenes levantados en los límites de algunas provincias para impedir el paso, el aumento de casos de robos en el conurbano, de violenta represión policial, de asesinatos de detención, muerte y desaparición de personas acusadas de violar la cuarentena.
El estado de indefensión, angustia y desesperación. Eleva aún más la atención a causa de las preocupaciones económicas, agravadas a su vez por el desborde de los contagios, a pesar del encierro mental y físico más prolongado del mundo.
Los costos de la reforma judicial
El país está en llamas y los políticos discuten una reforma judicial para librarse de responsabilidades sobre los delitos que cometen. Cualquier persona les diría: señores, qué están fumando, qué tomaron? Dejen de retocar un Poder Judicial que se supone independiente, de sumar más y más cargos, de aumentar los presupuestos. Ocúpense de lo que pasa, de lo urgente. No es la teoría, la que falla es la práctica. No son las instituciones, son las personas. Si son decentes, si cumplen su palabra, no hay nada que reformar. Si no hubieran tenido que mentir tanto, corromperse tanto, cometer tantos delitos para llegar a donde están, no sería necesaria tanta discusión ahora sobre cómo hacer para salvarse solos.
En una consulta, un médico psiquiatra les preguntaría: señores ¿saben que muchos ciudadanos decidieron armarse porque sienten que nadie los defiende. Saben que esos, hasta ahora pacíficos ciudadanos, están dispuestos a hacer justicia por mano propia, sienten el temblor de la multitud indignada que se avecina, perciben la calentura de las voces airadas?
Reforma Judicial: muchas dudas, pocas certezas
Los funcionarios pirómanos riegan las broncas con declaraciones naftero, desde las alturas del poder. Como si no fueran pocas las divisiones, las grietas, el ministro de Educación habla de nosotros y ellos. El porteño presidente siente culpa y promueve una reacción contra la opulenta Capital. ¿Qué queda, qué hacer, un bolso, un atado de ropa con lo indispensable y llenar una valija, si da tiempo, echar una última mirada al país que pudo ser y no fue, al de las promesas nunca cumplidas, al sueño chamuscado, a los deseos incinerados. Hay otra, esperar que lleguen los bomberos? ¿Qué bomberos?
La única, por ahora, es gritar, reclamar, insistir, llamar la atención, levantar un muro de razones que funcione como cortafuegos a los que pretenden avivar aún más la furia y proponen soluciones extremas, golpes de Estado, alzamientos o más represión.