La Universidad en Argentina nace, crece y se desarrolla en el vínculo histórico y material entre comunidad universitaria, Estado y sociedad. Y quienes nos dedicamos a pensar la Universidad Pública como tarea cotidiana y desafío sabemos que todo análisis de la actividad universitaria se ancla y articula en dicho enlace. Universidad y democracia conforman el sello de una unión que en los últimos treinta años ha devenido sólida, una amalgama férrea cuyo balance arroja un saldo positivo y plantea expectativas.
Trazando una sencilla línea esquemática, podemos señalar que durante la presidencia de Raúl Alfonsín, junto con la democratización, logramos la puesta en valor del sistema de educación superior. Este fortalecimiento permitió que las universidades opusieran una actitud defensiva frente a las políticas neoconservadoras impuestas durante el gobierno del presidente Carlos Menem.
La debacle posterior impidió que durante el gobierno de Fernando de la Rúa se alcanzara una definición de política para el sector. Finalmente, durante el período que inaugura el presidente Néstor Kirchner se habilita nuevamente la redefinición de la tríada universidad, Estado y sociedad. Así, expansión territorial y crecimiento presupuestario se convierten en puntales del sistema. Se renuevan los desafíos y hoy cabe preguntarnos: ¿cuál es el próximo desafío de las universidades nacionales?
Dotar al sistema de calidad y eficacia para ponerlo al servicio del desarrollo nacional es hoy nuestra mayor meta. Hacerlo con actividades que por su pertinencia y valor social y económico contribuyan a mejorar las condiciones políticas, económicas y sociales del país, nuestra herramienta ineludible.
Pensar la Universidad es pensar también el signo de la etapa política que se inaugurará a partir de diciembre de 2015. Una etapa que necesariamente deberá estar signada por la transformación de las políticas de crecimiento en políticas de desarrollo. Y es ésa la clave, la Universidad argentina puede y debe hacer su aporte científico-tecnológico para que el desarrollo resulte determinante.
Los gráficos nos revelan (ver gráfico adjunto) cómo se desarrollaron los Productos Brutos Internos (equivalentes en los años 60) de Argentina, Brasil y México y cómo ha evolucionado la cantidad de titulaciones de doctores y de solicitudes de patentes en las mismas economías. La relación entre generación de riqueza y ejemplos de índices relevantes del sistema de ciencia y transferencia de tecnología son contundentes. Entonces, la siguiente pregunta que nos cabe es: ¿con qué instituciones de educación superior enfrentaremos este reto?
Frente a los objetivos del desarrollo y la gobernabilidad democrática, numerosas voces claman que los modelos universitarios clásicos van quedando atrás.
Por un lado, las universidades tradicionales ya no son el único espacio de formación y existe un conjunto de instituciones que enfrentan estos desafíos, como la Singularity University (en el Silicon Valley), TED conference (Technology, Entertainment, Design), organización sin fines de lucro dedicada a las “ideas dignas de difundir”; la Minerva University, promoviendo la educación virtual, que prescinde de elementos tan centrales para la comunidad universitaria como territorio e instalaciones, instituciones entre muchas otras que apuestan a hacer circular las ideas innovadoras por fuera de las universidades tradicionales.
Por el otro, estas mismas instituciones reciben fuertes críticas por su carácter elitista pero atrapan cada vez más la atención de la sociedad por su versatilidad para enfrentar y resolver problemas.
Formar a nuestros jóvenes para ser creativos, colaboradores, trabajar en equipo, asumir la complejidad, la ambigüedad, la innovación, llevar sus ideas a la práctica y comunicarlas en un mundo signado por un acceso amplio al conocimiento y la tecnología pero también profundamente desigual, hace necesario un nuevo ajuste en el pacto Estado-sociedad-Universidad.
¿Por qué creemos indispensable que estos procesos sucedan dentro y desde las universidades públicas? Porque éstas garantizan inclusión, calidad y pertinencia académica y están en condiciones de formar ciudadanos más allá de sus habilidades profesionales. La formación en valores, la solidaridad, la participación en instituciones de construcción colectiva y en tareas asociadas a la realidad social completan una cosmovisión integradora de la competencia técnica y el rol social de los universitarios.
El cambio trascendente será profundizar la integración entre sector académico, sector productivo y gobierno, de modo de coordinar políticas, estrategias y financiamiento para generar conocimiento competitivo a nivel público y privado. En este contexto, la comunidad científica debe considerar que la ciencia, la tecnología y la innovación no son fines en sí mismos sino que son instrumentos para el desarrollo de actividades que beneficien al conjunto de la sociedad, mejoren su calidad de vida y cuiden el medio ambiente.
Los incentivos institucionales deben acompañar a las universidades en este camino. La creación de programas articulados con el Estado y la sociedad para mejorar sus rendimientos académicos asociados a niveles de eficacia institucional: más y mejores graduados en carreras prioritarias, el desarrollo de posgrados e investigaciones vinculados a las principales metas que tiene por delante nuestro país en medio ambiente, alimentos, energía, seguridad, pobreza, educación, salud y territorio, constituyen el corazón del nuevo desafío.
Debemos persistir en las tareas asociadas a la innovación tecnológica, la diversificación de la economía y la generación de riqueza, debemos trabajar para incrementar la competitividad, para fortalecer la economía y el empleo, sin descuidar la percepción social en torno a la conservación, protección y restauración ambiental desarrollando lo que las universidades mejor hacen desde siempre: crear, conservar y trasmitir el conocimiento a partir de la formación integral de las personas.
*Rector de la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (Unnoba).