El 8 de diciembre de 1977, un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), al mando del teniente Alfredo Astiz, secuestró a once personas en la Iglesia de la Santa Cruz (Urquiza 925), en la Ciudad de Buenos Aires.
Entre ellas había dos monjas francesas, Alice Domon y Léonie Duquet. La historia de su asesinato recorrió el mundo como testimonio de la inseguridad jurídica y social que se vivía en Argentina, un país con una democracia quebrada y un plan sistemático para desplegar las más lacerantes violaciones a los derechos humanos consagrados por la ONU, en 1948.
Además de la monja francesa Alice Domon, entre los desaparecidos del 8 de diciembre se encontraban las Madres de Plaza de Mayo Esther Ballestrino de Careaga y Mary Eugenia Ponce de Bianco; y los militantes Angela Auad, Patricia Oviedo, Raquel Bulit y Gabriel Horane.
Ese mismo día, casi en simultáneo, secuestraron a Remo Berardo en su casa; y a José Fondovila y Horacio Elbert, en un bar donde solían encontrarse los habitués de la Santa Cruz.
Dos días más tarde, la operación se completó con el secuestro de la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, en su casa de Avellaneda; y la monja francesa Léonie Duquet, cuando estaba en Ramos Mejía. Quienes se la llevaron sintieron la tentación de manotear el dinero que tenía sobre la mesa “para un pasaje a Francia”, pero lo pensaron dos veces, para no despertar sospechas.
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Las monjas francesas
La de Santa Cruz no era más que una iglesia católica al lado de un colegio irlandés. Sin embargo, era el punto de reunión de varias personas que buscaban desesperadamente a sus familiares secuestrados por el gobierno militar de facto.
Se movían con sigilo, desde luego. El párroco Mateo Perdía contenía su desesperación y los apoyaba en todo. No estaba solo. El obispo de Quilmes, Jorge Novak, lo sabía y avalaba la solidaridad de Alice Domon.
Un día desembarcó entre ellas el entonces teniente Alfredo Astiz, fingiendo que tenía una hermana desaparecida. Y le creyeron. Alice Domon, conocida por su simpatía, se compadeció de “su penuria”, le prometió ayuda y le dio la bienvenida, como había hecho siempre. Lo llamaban "El Ángel Rubio", se hacía el buenito.
El grupo de familiares había realizado una colecta para publicar, al día siguiente, 9 de diciembre, una solicitada en un periódico con la lista de nombres de los desaparecidos. El golpe tenía que ser ese mismo día, había soplado Alfredo Astiz al entonces capitán Jorge Eduardo “Tigre” Acosta. Y fue así.
Exterminio de las monjas francesas
Las monjas Alice Domon y Léonie Duquet pertenecían a la orden religiosa Congregación de la Pasión de Jesucristo, comúnmente llamada “Pasionista”, integrada desde 1720 tanto por laicos como sacerdotes y hermanos de clausura, presentes en 61 países.
Según declaró el abogado Horacio Méndez Carrera, el letrado de los familiares de Domon y Duquet, durante los dieciséis meses de audiencias del juicio llevado a cabo en 2011, por los crímenes de lesa humanidad cometidos dentro de las paredes de la ESMA, la desaparición de las monjas no tuvo que ver con la colecta y la solicitada que organizaban.
Según el letrado, se remonta a Perugorría, el pueblo correntino donde Alice Domon había comenzado a trabajar con las “Ligas Agrarias”, los tabacaleros, pobres entre los pobres, que se estaban organizando para mejorar su situación económica-social deplorable.
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La respuesta a esa demanda fue que comenzaron a desaparecer; le advirtieron a Alice que debía irse, porque si se quedaba en Corrientes, todo sería peor. Por eso, en marzo de 1977, Alice Domon –la Hermana Caty- se trasladó a Buenos Aires y se vinculó con el Obispado de Quilmes para buscar, al principio, a los desaparecidos correntinos.
El obispo Jorge Novak, de Quilmes, tenía una oficina de Justicia y Paz y Alice trabajaba con él: anotaba quiénes eran los desaparecidos, acompañaba a sus familiares para solicitar habeas corpus y llevaba a sus hijos a la casita que Léonie Duquet tenía en Ramos Mejía, para que la otra monja les diera ropa, comida y ayuda para sobrevivir a la tragedia familiar. Tres meses antes del secuestro del 8 de diciembre, Alice se había instalado en Ramos Mejía con Léonie; vivían juntas.
Astiz, el "ángel exterminador"
“Para los marinos esa casita de Léonie era un aguantadero”, dijo Méndez Carrera en su declaración bajo juramento.
La crueldad de Jorge Rafael Videla, entonces presidente de facto, no tenía límites.
Cuando Alice Domon llegó de Francia, su primer trabajo solidario había sido “en la diócesis de Morón, donde atendía al hijo discapacitado del represor Jorge Videla”, según testimonió el abogado.
El hijo que el dictador había tenido con Alicia Hartridge era oligofrénico y estuvo internado hasta su fallecimiento en la Colonia Montes de Oca de Torres, cerca de Luján.
Cuando el Tigre Acosta y Videla le bajaron el pulgar a Astiz, ni Alice ni Léonie seguían siendo monjas –habían solicitado ser relevadas de los votos de la congregación Pasionista, sin renunciar a su misión y su fe. Durante sus declaraciones, el Tigre Acosta subrayaba este detalle, refiriéndose a ellas como “las mujeres”. Despojarlas de su investidura religiosa las bajaba de categoría, eran “mujeres comunes, enemigos que debían ser exterminados”.
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El 17 o 18 de diciembre de 1977, luego de haber sido torturadas durante alrededor de diez días (hubo testimonios que aseguraron haberlas visto vivas el 13 de diciembre en el campo de detención que funcionaba en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA, actual Espacio Memoria y Derechos Humanos), en Av. del Libertador 8151.
En los testimonios se dijo que Alice preguntaba a cuantos podía por "el chico rubio”. Había pisado tan bien el palito que estaba convencida de que Astiz también era uno de los secuestrados.
Sedadas con penthotal, fueron trasladadas a un aeropuerto y subidas a uno de los tristemente célebres “vuelos de la muerte” para arrojarlas con vida en el Río de la Plata.
Los cuerpos de Léonie Duquet, Azucena Villaflor, Esther Ballestrino y María Eugenia Ponce de Bianco fueron hallados flotando cerca de una playa de Santa Teresita, entre el 20 y el 29 de diciembre de 1977.
Con el regreso de la democracia, en 1983 pudieron ser identificados. El 29 de agosto de 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense reveló que el cuerpo de Léonie tenía una fractura ósea producto de un golpe. La religiosa había sido torturada. Los cuatro cadáveres habían sido enterrados en una tumba NN en el cementerio de General Lavalle.
En 1990, un juicio por contumacia (sin la presencia del acusado en el proceso judicial) realizado en un tribunal de Francia condenó a reclusión perpetua a Alfredo Astiz por el secuestro, tortura y muerte de las dos monjas Léonie Duquet y Alice Domon.
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El 25 de septiembre de 2005, se realizaron las exequias de la Hermana Léonie Duquet en el jardín de la Iglesia de Santa Cruz, la Casa de Dios donde habían sido secuestradas.
Durante la ceremonia, el Embajador de Francia en Argentina, Francis Lott, leyó un mensaje escrito por el presidente Jacques Chirac. Ese mismo año, el Ayuntamiento de Francia decidió dar el nombre de Alice Domon y Léonie Duque a una calle del distrito XIII de París.
El 26 de octubre de 2011, la justicia argentina, a su turno, condenó a Alfredo Astiz a reclusión perpetua por crímenes de lesa humanidad.
La monja francesa que sobrevivió
Domon y Duquet tenían otra compañera francesa que trabajaba con ellas en Argentina, Ivonne Pierron. Cuando sus dos compañeras desaparecieron, logró huir disfrazada da anciana en una silla de ruedas. La Embajada de Francia la metió en un avión y estaba dispuesto el mismo plan de emergencia para Léonie, pero ella no quiso irse, pensando que Alice saldría en libertad (cada tanto, en alguna redada en Plaza de Mayo la detenían y luego la soltaban). Dos días más tarde, también ella desaparecería.
En los 90, Ivonne Pierron regresó al país y se radicó en Misiones para abrir una escuelita que albergara a los hijos de los productores muy pobrs y en edad escolar. En 2017 murió luego de sufrir un accidente cerebro vascular.
Cuando los forenses lograron identificar el cuerpo de Léonie Duquet, Ivonne dijo: “Yo nunca perdí las esperanzas. Se sabía que estaban en el mar y el mar siempre trae de vuelta”.
“Vinimos para ser uno más del pueblo y luchar con la gente contra los atropellos. Luchadoras. Eso eran”, dijo alguna vez sobre sus compañeras asesinadas.
“Que hayan encontrado a Léonie es una buena señal. Ahora se sabe lo que les hicieron. Ellos pensaron que nadie se iba a dar cuenta y una vez más se equivocaron”, se alegró después de todo.
El cuerpo de Alice Domon permanece desaparecido hasta hoy.