SOCIEDAD
Relato de sobrevivientes

Naufragaron en el Pacífico entre "ballenas asesinas", permanecieron a la deriva 38 días y sobrevivieron

Cuando el velero fue atacado por un grupo de orcas, Douglas corrió a inflar un par de balsas. Subsistieron gracias al consumo de agua de lluvia y carne deshidratada de tortuga, hasta que un barco pesquero japonés rescató a la familia.

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Los náufragos | DOUGLAS ROBERTSON

Hace medio siglo, Douglas Robertson y su familia protagonizaron una expedición de máximo riesgo en las aguas del Pacífico. Con el agua a la altura de las caderas, Robertson advertía cómo se hundía su velero, mientras un grupo de ballenas asesinas merodeaba alrededor del navío averiado.

La impactante historia de esta familia amante de los viajes en altamar se remonta al año 1972. En el portal de BBC News reprodujeron las declaraciones del náufrago. “Todavía me acuerdo del terror, vimos cómo las ballenas asesinas subían a la superficie; una se había abierto la cabeza y la sangre regaba el mar”, rememoró Douglas a cincuenta años del incidente.

Las ballenas embistieron contra el velero y comenzó la pesadilla. Douglas y su familia quedaron flotando a la deriva en el Océano Pacífico durante 38 días.

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En este lapso, se alimentaron de carne deshidratada de tortuga y debieron racionar el consumo de las escasas reservas de agua potable que tenían a disposición.

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Los náufragos. Foto: Douglas Robertson/BBC

El sueño de atravesar el Pacífico en un velero pertenecía en realidad al papá de Douglas, Dougal Robertson, un capitán veterano que quería imitar la gesta del británico Robin Knox-Johnston, cuyo nombre se popularizó en 1969 tras convertirse en el primero en dar la vuelta al mundo en un velero sin acompañantes.

El padre de Douglas planificó la osada expedición a lo largo de tres años, hasta que decidió vender la granja de su familia en el centro de Inglaterra y empleó los ingresos para comprar a Lucette, una goleta de 13 metros de largo que, desgraciadamente, terminaría en el fondo del lecho marino.

Douglas la recuerda con aire nostálgico: “Era vieja, pero estaba en perfectas condiciones".

Dougal estaba sumamente entusiasmado con la travesía que iban a emprender en familia. "Mi padre insistió, dijo que teníamos que navegar alrededor del mundo porque era algo muy distinto a la vida que estábamos viviendo”, precisó Douglas según el sitio de la cadena BBC.

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La primera parte del trayecto los condujo a Lisboa, en Portugal, y luego a Tenerife, en las Islas Canarias.

El destino siguiente fue Jamaica y a continuación atravesaron el Canal de Panamá.

Allí se produjo el encuentro con “una ballena grande, de 15 metros" que terminó convirtiéndose en una premonición.

El cetáceo se aproximó a la embarcación y "había infestado todo el barco con su olor".

El tamaño de la criatura atemorizó a la familia, pero a los 15 minutos se alejó y siguieron viaje.

La siguiente parada serían las Galápagos, y desde este punto emprendieron un trayecto de 45 días a las Islas Marquesas, en la Polinesia francesa.

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El ataque feroz de las orcas

Douglas recordó que “eran las 10 de la mañana del 15 de junio de 1972 cuando escuchamos ‘bang, bang, bang’. No sabíamos qué nos había golpeado”.

Tanto él como su hermano estaban en cubierta, desde donde divisaron un grupo de orcas salir del agua, una de ellas con sangre fluyendo de una herida que llevaba abierta en la cabeza, después de haber golpeado la embarcación.

“Levantó la embarcación completamente del agua, la sacudió totalmente”, consignó el testigo.

Douglas corrió a buscar a su padre, quien estaba bajo la cubierta, con el agua en los tobillos. Antes de que su papá le pudiera explicar que el barco se estaba hundiendo, el agua ya había ascendido hasta su cintura.

“Fue ahí cuando dijo ‘abandonen la embarcación’, pero mi pregunta fue ‘¿abandonarla a dónde?’”, observó Douglas.

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Poco a poco, el terror empezó a apoderarse del joven náufrago: “Empecé a pensar que todo tenía que ser un sueño, que me despertaría y todo estaría bien”.

“Pero no todo estaba bien”, razonó Douglas.

Cuando logró salir de su estupor, corrió a inflar un par de balsas que habían comprado en las Islas Canarias, y empezó a cargarlas con lo básico para sobrevivir.

En los pocos minutos que le tomó a la embarcación desaparecer bajo los pies de los Robertson, Lyn (mamá de Douglas) logró tomar algunas cosas esenciales: un cuchillo, 10 naranjas, 6 limones y algunas bengalas.

“Fui el último en subirme a la balsa, y vi que los gemelos estaban llorando, pero no estaban llorando de miedo: estaban llorando porque acabábamos de perder a Lucette”, advirtió el protagonista de la impactante historia.

Mientras las orcas desaparecían en la distancia, la familia quedó a la deriva en dos pequeñas balsas, en la inmensidad del Pacífico.

Cuestión de vida o muerte

Lo dramático fue que el suministro de agua les iba a alcanzar para 10 días y el sitio más cercano, las islas Galápagos, se encontraba a unos 20 días de distancia.

Pero afortunadamente llovió.

En cuanto a la comida, una tortuga se acercó a la balsa y debieron sacrificarla para poder alimentarse y subsistir.

“La tenía muy cerca, y le di con el remo en la cabeza. Los ojos se le llenaron de sangre y simplemente se fue nadando. La segunda, la atrapé pero no tuve en cuenta las aletas afiladas que tienen, y se me escapó de las manos. Solo fue hasta la tercera tortuga que pudimos capturar a la presa, y darnos cuenta que podíamos tomarnos la sangre porque no era salada. Pensamos que podía reemplazar el agua”, sostuvo Douglas.

En el transcurso de aquellos 38 días aprendieron a deshidratar la carne en el sol para que durara más y a utilizar el agua de lluvia.

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Douglas agregó que cuando el agua empezó a escasear nuevamente, su madre tuvo una idea para poder usar el agua de lluvia sucia mezclada con sangre y grasa que se había acumulado en el piso de la balsa: administrarla a través de enemas.

“Así fue que pudimos consumir esa agua, a través del enema, porque tu intestino absorbe el agua, pero, como está ingresando por el otro lado del estómago, no está absorbiendo ninguna de las toxinas. Es casi como un filtro”, explicó el náufrago.

Hasta que a Douglas se le ocurrió utilizar las bengalas para llamar la atención de un barco.

“Encendió la segunda bengala, y vimos cómo el barco alteró su curso, unos 20 grados, en nuestra dirección, pero no hacia nosotros. Luego, cuando viró otros 20 grados pensé ‘los barcos en altamar no alteran trayectoria así sin propósito’ y fue cuando sonó la bocina".

"Nos iban a rescatar, el momento que estuvimos esperando 38 días”, dijo el sobreviviente.

Fue un barco pesquero japonés el que finalmente rescató a la familia Robertson.

El regreso final

Cuando llegaron a la Ciudad de Panamá, la historia comenzó a circular y a llamar la atención de la prensa internacional. Los sobreviviente fueron trasladados al restaurante del hotel, y comieron hasta la saciedad. Lógicamente, estaban anémicos y deshidratados, pero llenos del felicidad por el milagroso rescate.

Después de unos días, regresaron en barco a Inglaterra.

Cuando narró los detalles de la historia, Douglas reconoció que considera que sus padres nunca superaron el trauma de haber puesto a sus hijos en esta situación de peligro y por eso terminaron divorciándose.

Lyn volvió a la granja. Dougal escribió un libro sobre la travesía y pasó el resto de su vida en un bote en el Mediterráneo.

En cambio, Douglas ingresó a la Marina y luego vendió yates. Escribió también un libro sobre la travesía llamado "El último viaje de la Lucette".

 

CA/ED