“Tuve que ir a reconocer el lugar donde estuve cautivo. Entré tapado, encapuchado como me habían llevado los secuestradores. Y pude reconocer que ése era el lugar. Escuché la persiana que ellos levantaban porque el lugar aparentaba ser un lavadero de autos, el ruido de cómo entraban el auto de culata, cómo abrían la puerta, la pared, el pasamanos, la escalera, la cama en la que estuve, la televisión. Fue muy duro estar ahí de nuevo”. Así transmite sus sensaciones el empresario Daniel Rebagliati después de haber regresado al lugar donde pasó gran parte de su cautiverio.
Durante los ocho días que duró el secuestro, estuvo todo el tiempo encapuchado por orden de los delincuentes. Eso hizo que tuviera que agudizar sus otros sentidos. Esas impresiones y sensaciones que guardó en su memoria fueron esenciales para reconocer, el martes pasado, a pedido de los investigadores del caso, el lugar donde estuvo oculto. “La policía no me dejó ver adentro para que no me quedara con esa imagen, ya que preferían que me quedara con lo que me había imaginado”.
El primer lugar de cautiverio (de los tres que estuvo) fue un lavadero de autos en Perú y Lavardén, en Villa Pineral, Caseros, a unas treinta cuadras de su casa. “Nunca me imaginé que estaba secuestrado tan cerca de mi casa porque ellos me despistaron: dieron muchas vueltas y pasaron por dos peajes. Me llevaron a ese lugar y después de cuatro horas llamaron a mi hermano para pedir el rescate”.
—¿Qué sintió al estar nuevamente en ese lugar?
—Fue tremendo recordar todo. Cuando entré el corazón me latía a 200 por hora. Fue muy fuerte, pero es el granito de arena que aporté para que estas personas estén presas y no puedan hacerles a otras personas lo que me hicieron a mí.