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desilusiones

Brujas y brujas

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Mi amiga dice que sí, que Dios juega a los dados, pero que una no puede saber qué sale cuando su mano hace el gesto y los dados caen sobre la mesa (sobre una nube muy especial, porque no me lo veo a Dios sentado frente al paño verde) y que sea escalera o generala, hay que averiguarlo para poder movernos en la vida. Como no es fácil, ella recurre a los que saben.
Las que saben, es decir brujas, y como ayer fue viernes 13, miel sobre hojuelas y mi amiga me llamó reclamándome que la acompañara a lo de su bruja de turno. Sí, porque suele cambiar de bruja si la que tiene no llena sus expectativas de misterio adobado con felicidad y desdicha. La amiga que suele ir con ella está engripada. “Andá sola”, le dije. No tuve éxito y fui. Qué desilusión. Todavía lo siento. Creo que yo tenía mi propia leyenda acerca de brujas ciudadanas, casi domésticas. Pues no.
Nada de sombras, cortinas de terciopelo azul noche, bolas de cristal, suspenso, misterio, susurros, gatos negros saltando sobre la mesa, lechuzas ominosas en una percha para loros y demás aditamentos clásicos, sin contar la escoba que eso está totalmente demodé. Casita de barrio sencilla y convencional con una puerta y dos balcones, hall de entrada con mesa ratona y flores artificiales en florero tipo copa, del gato ni los rastros y de la lechuza menos. Saloncito a la derecha, alfombrado, eso sí, con mesa redonda, tres sillas, un poco penumbroso y listo. Otra desilusión: nos ofreció café. ¡Café! ¡La bruja nos ofrecía café! Liliana dijo que sí, de modo que yo también y estaba muy bueno, mucho. Pasemos a la ceremonia: sin bola de cristal la bruja le pidió la mano a Liliana no para leerle el destino en las líneas, no: simplemente le agarró la mano y empezó a hablar. Lo que le dijo es secreto profesional, supongo. Pero la desilusión viene de que todo fue como, qué sé yo, como ir a lo del dermatólogo por ejemplo. No hay caso: ya no se puede creer en nadie.