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El jardín secreto

Tabbia recorre el arco que va del chisme amable al descubrimiento de inesperadas grandezas, como la colosal biblioteca que creó Grace Kelly.

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Hay pocos títulos tan justos para un libro como el de Palacio del olvido, de Alberto Tabbia, que acaba de editar La Bestia Equilátera. En primer lugar porque Tabbia y el olvido son consustanciales. Hasta su nacimiento parece haberse traspapelado: la solapa lo sitúa en 1929, mientras que el artículo de la Wikipedia lo hace en 1939, nada menos que diez años más tarde. Allí se dice que fue crítico y teórico de cine y, por esa actividad, relativamente conocido antes de morir repentinamente en 1997. En los últimos años se editaron dos antologías de sus textos cinematográficos, pero este libro es el que permite entender su rango como escritor. Y allí viene a tener sentido la palabra “palacio” porque estamos ante un libro suntuoso, cuya unidad emerge entre la variedad de los textos porque no hay una frase que sea ajena a un estilo original que reúne brillantez y discreción, humor y contundencia. Tomo un ejemplo, que podría reemplazarse por muchos otros. Entre las fragmentarias biografías (incluida la propia) que estructuran Palacio del olvido figura la de una mujer que se llamaba a sí misma Mary Meerson y fue la compañera de Henri Langlois, el legendario fundador de la Cinemateca Francesa. Escribe Tabbia: “Puede entenderse la vida de Mary Meerson como una tenaz, obsesiva lucha contra los datos precisos, contra toda información que pudiera ser verificada, no solo por la administración pública, sino por cualquier autoridad”.

Debemos a Edgardo Cozarinsky, su gran amigo y heredero, la insistencia para que finalmente podamos leer a Tabbia, de quien Luis Chitarroni dice en el prólogo: “Demasiado inteligente, demasiado sabio y perezoso, se tomó el trabajo de dejar páginas dispersas” (...) “Nada, la precedencia de publicaciones, una reputación musitada o vociferada, excepto tal vez lo más importante –un pacto de amistad– garantizaba que algún día alguien más las leyera”. La gran pregunta que el prólogo menciona es por qué Tabbia hizo lo posible para que su mérito como escritor permaneciera oculto. Creo que el autor lo responde en el comienzo del libro. A partir de unos versos de Darío que cita otro de sus amigos, José Bianco (“Y a pesar de no ser lo que yo hubiera sido / la pérdida del reino que estaba para mí”), Tabbia se siente aludido y hace dos interpretaciones. Una es que fue un lector sensible pero sin talento o “sin la mezcla de audacia y tenacidad necesaria para realizar toda ambición”. La otra es más misteriosa, pero permite entender la consistencia y la originalidad de Palacio del olvido como un proyecto consciente, deliberado. Y es que el resignar la ambición lleva a una ambición más profunda: asociar un destino de escritor a los olvidados y “formular preguntas para las que no hay respuesta”, especialmente por fuera de las pasiones de las masas. La idea del escritor olvidado gracias a su vocación de registrar el olvido cierra el ciclo de una vida y una obra.

En esa búsqueda, Tabbia recorre el arco que va del chisme amable al descubrimiento de inesperadas grandezas, como la colosal biblioteca irlandesa que creó Grace Kelly en Mónaco. “En medio de la vida más artificial y artificiosa que pueda imaginarse, la soberana de un principado casi ficticio supo cultivar un jardín secreto”. Palacio del olvido es exactamente eso, pero hoy tiene acceso al público.

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