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RUMBO OFICIALISTA

Falla el GPS

Ante el cachetazo opositor, el Gobierno debe redefinir sus apoyos en la sociedad.

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OBSESION, Mauricio Macri | temes

La política entró al galope en la escena. Infligir al Gobierno una derrota parlamentaria en un tema crítico, en un momento crítico, fue una oportunidad para casi todo el arco opositor. De paso, una oportunidad para tratar de reconstituir el tejido dañado del peronismo y redefinir el lugar y el papel de Massa y el Frente Renovador. También al oficialismo le permite cerrar filas y reconsiderar sus lazos internos.

El mensaje que la política argentina le da al mundo es que ni el crecimiento de la economía ni los incentivos a la inversión productiva son sus prioridades. Lo que la Argentina está preparada para ofrecer al mundo es más de lo mismo.

Pase lo que pase en el Senado, lo mejor sería morigerar esta ley en sus efectos y bancárselos. Si se la veta, habrá que remontar el costo. Y proponer nuevos paquetes legislativos que permitan reconstituir la trama. De hecho, hay todavía bastante tela para cortar. Están los gobernadores –una reserva con la que cuenta, hasta cierto punto, el Gobierno–, y un justicialismo muy golpeado por sus divisiones, por los objetivos divergentes de distintos dirigentes y por la Justicia que acecha.

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Ante esta súbita politización de la situación, el Gobierno mantiene algunas cartas fuertes bajo la manga (indefinición de liderazgos en el espacio opositor, fuerte competencia entre distintos sectores, desconfianza de la sociedad en la dirigencia política). Eso debería llevarlo a mostrarse seguro; no es lo que aparenta estos días. A la línea del diálogo y la negociación –que había venido ejerciendo con buenos resultados y escasos traspiés– el Presidente ahora suma la línea de la diatriba, aplicada en este caso a Massa. Es una novedad en el estilo Macri. ¿Puede este nuevo camino ser efectivo ante el más importante interlocutor, el electorado? Ahí está la cuestión de fondo.

Este es un juego que disputan tres partes: el Gobierno, la dirigencia opositora y el electorado. En definitiva, ganarse al electorado es el objetivo del Gobierno y de los opositores; el Gobierno, además, debe gobernar. Algunos teóricos definen un cuarto jugador, añadiendo a la prensa; ésta no busca votos pero busca a los votantes como público. Lo importante es que el electorado también juega.

Está claro que en nuestra tradición intelectual estamos más entrenados y mejor preparados para observar e interpretar al gobierno y a la dirigencia opositora –y hasta a la prensa– que a los votantes. Es el predominio del enfoque que pone más atención en el lado de la oferta que en el lado de la demanda política. De ahí las grandes –y, aparentemente, crecientes– sorpresas que se producen en las votaciones en tanto lugares del mundo.

Perfil del electorado. Entonces, ¿en qué están los votantes en la Argentina de hoy? No hay más remedio que acudir a las encuestas, hoy muy vapuleadas. Sabemos que Cambiemos ganó la elección del año pasado y Macri llegó a la presidencia por un vuelco marginal –esto es, muy pequeño– de votantes que dudaban hasta casi el final. Esos votantes constituían un grupo electoral que no se sentía ni kirchnerista ni antikirchnerista; por eso dudaban entre dar su voto a Macri o a Scioli. ¿Quiénes eran esos votantes? Difícil encontrar un término apropiado para unificarlos. Eran más bien de clase media no acomodada, pero había también algunos más “afluentes” y algunos más pobres. Estos últimos, de hecho, ayudaron a torcer la tendencia cuando en octubre decidieron negar su voto en Buenos Aires a la candidatura a gobernador de Aníbal Fernández, y en varios casos a sus intendentes peronistas. Son votantes que están bastante hartos del estilo político del punterismo local (aunque tradicionalmente confían más en los políticos peronistas que en quienes no lo son) y, en su mayor parte, aspiran a encontrar en su vida canales de movilidad social para salir de la pobreza.

Si uno se pregunta quiénes son los individuos que el miércoles 7 de diciembre salieron entusiastamente a hacer de la Ciudad un verdadero infierno, manifestando y cortando avenidas y puntos neurálgicos, le cuesta encontrar una respuesta fácilmente. Eran distintos tipos de personas; había gente típicamente de clase media, gente pobre, pocos obreros; en general, tenían en común su confianza en que protestando pueden lograr algo, su convicción de que lo que sea que van a obtener para colmar algunas de sus aspiraciones lo obtendrán por obra de decisiones de los gobernantes. Los manifestantes del miércoles no eran muchos, pero son bastantes los argentinos que piensan como ellos; al parecer, bastantes, pero un poco menos que los que no piensan como ellos.

Una gran parte de los argentinos de clase media y de los segmentos pobres son “clientelísticos” y “no competitivos”. Otra parte son, en cambio, los que tienen actitudes “competitivas”, que los hay entre los pobres, menos en la clase media media, y más en la clase media alta. Parte del problema de la sociedad argentina es que la clase media alta, la más productiva, la que obtiene mejores resultados en relación con su esfuerzo –su trabajo, su inversión en educación–, mantiene desde hace tiempo escasos compromisos políticos y se ha habituado a tomar la política como un show televisivo: me gusta, no me gusta, lo miro, hago zapping. Por lo tanto, no constituye una fuerza previsible en los procesos electorales.

Este gobierno, cuya marca identitaria es Cambiemos, tiene que establecer con mucha claridad dónde buscará sus apoyos en la sociedad. Da la impresión de que le falla el GPS y por eso no tiene claro cuáles son los senderos de políticas públicas que debe elegir para avanzar en una dirección consistente. Son todos senderos salpicados de obstáculos, cubiertos de maleza tupida, donde acechan las fieras del bosque –los adversarios políticos, los medios de prensa– y los votantes movilizables y los que no lo son, que cada día más se expresan fluidamente a través de las redes sociales conformando una opinión pública volátil y difícil de aprehender. El Gobierno necesita ese diagnóstico, tiene que recalcular para afrontar los tiempos difíciles que vienen con más claridad y menos voluntarismo.