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Gol de Tevez

Entre la humorada y la corrección política, yo tiendo a tomar partido en favor de la primera y en desmedro de la segunda.

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Entre la humorada y la corrección política, yo tiendo a tomar partido en favor de la primera y en desmedro de la segunda, porque la primera por lo general estimula el pensamiento, y la segunda por lo general lo obstaculiza. Y, no obstante, en esta ocasión me sentí ciertamente complacido por el fallo que dio la razón a Carlos Tevez y estableció una indemnización monetaria por las mofas que se le infligieron en un programa de televisión, burlándose de su aspecto y de su extracción social.

¿Es por Boca? No es por Boca. O no es solamente por Boca. La literatura nos ha ilustrado (El matadero nos ha ilustrado, Echeverría nos ha ilustrado) de lo feroz que puede llegar a ser el divertimento popular si se ensaña con el cajetilla: es diversión, sí, pero concluye en muerte. Dice menos, sin embargo, es más cauta y es más parca, sobre el indigno entretenimiento del cinismo de los nenes bien, que gustan de ejercitar su crueldad con las desgracias de los oprimidos (con las desgracias de sus oprimidos).

Esa clase de risa (esa risa de clase) me resulta miserable, pues no sólo no le encuentro la gracia, tampoco se la quiero encontrar. No me divierto ni un poquito con el hecho de que exista gente que no cuenta con agua potable, no opino que sean feos, no me importa cómo hablan inglés. El vivo de la broma cheta, la estrella de la transgresión fifí, me resulta un gil a cuadros; celebro cuando una Tita Merello, celebro cuando un Carlos Tevez, los coloca en su lugar.

Y celebro cuando la Justicia, por una vez, los hace pagar: pagar con plata, que es la cosa que más valoran. A propósito de Tevez y a propósito de Boca, un alto dirigente de la institución declaró alguna vez lo siguiente: “Boca es tan grande que hasta Tevez parece lindo”. A Tevez ese gracejo pituco le cayó por cierto muy mal; y a mí, si se me permite sumarme, me cayó muy mal también. Pero ese disgusto, por lo que después se vio, no fue compartido por la mayor parte de la ciudadanía, no sé si porque aprobó tamaño desprecio o si porque consintió en pasarlo sencillamente por alto.

A veces pienso que es urgente la inclusión de El niño proletario de Osvaldo Lamborghini en la currícula de literatura argentina de los establecimientos de enseñanza media de nuestro país. Lectura obligatoria, sí. Que se imparta en las aulas. Que se discuta en los recreos. Que se recite en los actos. Que se comente en las casas.