COLUMNISTAS

La bella y la bestia

“Perón / Evita / la patria socialista.” ¿Cuántas veces habrá entonado Cristina esa expresión de deseo? “Ni yankis / ni marxistas / peronistas.” ¿Cuántas veces habrá respondido Moyano con ese grito de batalla?

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“Perón / Evita / la patria socialista.” ¿Cuántas veces habrá entonado Cristina esa expresión de deseo? “Ni yankis / ni marxistas / peronistas.” ¿Cuántas veces habrá respondido Moyano con ese grito de batalla?
Allá por los 70, Cristina era igualmente bella, y Hugo igualmente bestia. La bella y la bestia: el romance del año. Ella era de izquierda, de la gloriosa Jotapé. Cantaba el himno emocionada con su brazo extendido haciendo la ve de la victoria y no con la mano derecha en el corazón, como ahora. Militaba en la JUP de Derecho de La Plata.
El era de derecha, de la Jotaperra. Castigaba el bombo como hoy la bolsa de boxeo cuando practica por las tardes en su casa y –si era necesario– pegaba palazos y trompadas para defender su territorio y no mandaba a otros, como ahora. Militaba en la Juventud Sindical Peronista de Mar del Plata.
Podrían haber estado, uno en cada bando, en medio de los tiros, jugándose la vida por Perón en la masacre de Ezeiza. De hecho, ella sintonizaba con los Montoneros. Y él idolatraba e idolatra a José Ignacio Rucci, que fue asesinado precisamente por Montoneros. Ni Cristina ni Hugo se horrorizaban ante las armas que podían portar, ellos o sus compañeros de ruta. Eran tiempos violentamente dulces. Tiempos de maravillosas utopías y malditas irracionalidades, en los que –lamentablemente– el asesinato fue una herramienta política que desembocó en el terrorismo de Estado.
La Presidenta lo reconoció, delante del capo de la CGT, en el acto de los camioneros. “Nosotros no fuimos comentaristas en los años 70. Los vivimos como protagonistas, tal vez desde lugares diferentes, fuimos militantes y vimos cómo el país se desmoronó. Aprendimos que cuando hay demasiada tensión entre el capital y el trabajo, ganan los que quieren la riqueza de pocos y la miseria de muchos. Después, en 1976 tuvimos que padecer la decadencia del atraso y el genocidio”. Hoy, Cristina y Moyano han girado hacia el centro, para encontrarse y dejar esos lugares diferentes. Metafóricamente, han depuesto las armas.
Si se dejara llevar por sus afectos más profundos, a Cristina le gustaría ver en la máxima conducción de la CGT a Francisco “El Barba” Gutiérrez, viejo compañero de la Juventud Trabajadora Peronista que compartió la cárcel con el canciller Jorge Taiana y que hoy es intendente de Quilmes. Pero Moyano es lo que hay. Y lo que necesita.
Si Moyano pudiera dar rienda suelta a sus ganas sin analizar con frialdad táctica su conveniencia, preferiría ver en la Presidencia de la Nación a Adolfo Rodríguez Saá, a quien apoyó en las elecciones de 2003 con todo su aparato. Pero Cristina es lo que hay. Y lo que necesita.
¿Es bueno para la Argentina este matrimonio con escenas de peronismo explícito y pragmatismo feroz? Por un lado, no. Porque consolida un modelo político y sindical que se eterniza en sus cargos y que apuesta más a la prepotencia de los hechos consumados que al debate institucional y republicano, y que –encima– anda flojo de papeles a la hora de mostrar con transparencia sus declaraciones juradas y justificar sus patrimonios.
Por otro lado, sí. Porque le da una poderosa base de sustentación a un modelo económico productivo y exitoso para bajar la desocupación y aumentar el consumo, y porque cierra definitivamente –sin negociar la sangre derramada– esa herida histórica que se había abierto entre lo que ambos representan.
Para Cristina y Moyano, es un gran negocio lo que pasó esta semana. Ella puede confiar en él como dique de contención de las demandas excesivas de los gremios, y él seguirá años al frente de la CGT y en el PJK se sentará a la derecha de Dios Padre. Por complicidad opaca, conveniencia mutua o convicción política, arrancó un escenario distinto, con nuevos heridos a izquierda y derecha. Víctor de Gennaro y Luis Barrionuevo, como emblemas de sindicalismos antagónicos, deberán repensar sus estrategias. Uno tal vez se acerque desde la CTA al socialismo de Binner. Y el otro, desde las cenizas del menemismo, intentará reagrupar a los Gordos que siguen apostando a ese esquema lastimoso de gremialistas ricos y obreros pobres.
Cristina vibrará de emoción cada vez que escuche los sikus combativos de Huerque Mapu, y Moyano se sentirá el guapo del barrio cuando suenen los acordes de un tango viril en la voz de Hugo Marcel. Ella seguirá admirando al Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz y la excelencia de las universidades norteamericanas, y disfrutará la elegancia de los zapatos y las carteras de Luis Vuitton. El será feliz cada vez que cuente la historia del líder camionero norteamericano Jimmy Hoffa como si fuera la propia, mantendrá inalterable su pasión por Bochini y andará siempre con la camisa medio afuera.
Cristina será feliz entre el glamour de la Internacional Socialista. Moyano celebrará que el peronismo se borre del mismo sello que albergó a Margaret Thatcher y a Carlos Menem. No los une el amor ni el espanto. Tal vez la herencia de Ofelia, la madre de Cristina que fue sindicalista, o de Eduardo, su padre con el transporte como medio de vida. Tal vez la veneración que Moyano siente por los caudillos y la caja. Son dos productos muy distintos con el mismo código genético peronista. Se cuentan las costillas y siempre van en forma urgente a ayudar al que tiene el poder. Eso los une: no se conciben a sí mismos lejos del lugar donde se cocina todo, y sienten arcadas ante la presencia de Menem.
Aquellos eran jóvenes que saltaban por encima de los límites de la democracia liberal, formal o burguesa, para soñar un país distinto. Hoy ella tiene 55 años y él 64. Si sumamos a Néstor Kirchner, se conforma el triángulo más poderoso de la Argentina.
Salvando las distancias, el juego de la justicia social que articula el trabajo y el capital sin lucha de clases comienza de nuevo, con más madurez y sin metralla. Se puede decir que los mismos proyectos que ayer mataron a Rucci, hoy lo resucitaron.