COLUMNISTAS
el drama cotidiano de la hiper inseguridad

O juremos afanados morir

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Alberto es remisero por las vueltas de la vida y, pese a varias de esas mismas volteretas, es un tipo feliz. El miércoles pasado, las vueltas de la vida lo pararon en la cola de un banco de Morón para cobrar su primera jubilación: ocho lucas de un saque, retroactivos incluidos. Pensó en jugarle al ocho. En celebrar con un asado y un blanco bien fresquito. Y en esos y otros bueyes perdidos pensaba cuando se vio frenando el remís de vuelta en casa. Cuando cerraba la puerta del auto, una voz lo hizo darse vuelta:

—¡Dame la plata!

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—¿Qué plata? Si yo no tengo plata... –le dijo al chabón que lo apuraba con el compinche esperando en la moto encendida.

Ni una palabra más. La piña le partió la nariz, el tirón para arrancarle la plata le desgarró el pulóver y terminó de desestabilizarlo. Alberto quedó tendido sobre un charco de sangre y la vida dándole vueltas a mil por segundo en la cabeza. No fue noticia, pero sí bien atendido de urgencia con tomografía y todo en el tan desvencijado como heroico Policlínico Posadas. El tema del día era la toma de rehenes en un departamento de Palermo, mientras los senadores le ponían los puntos al Gobierno por el Indec y los diputados hacían lo propio por los glaciares.

El Gobierno ya no dice más que la inseguridad es una “sensación”: ahora dice que está “sobredimensionada” y que es un problema de los jueces, porque son blanditos, permeables. Los jueces dicen que es culpa del Gobierno, porque no hay prevención. Es decir, porque no hace nada de lo que debe hacer. La oposición... la oposición anda en que Lilita está chapita o Cleto es un pelandrún o Ricardito transa con los K o que mejor Solá que los movimientos productivos de Duhalde o el tatuaje del Colorado o el eterno “ni” del Lole y Macri que no pega una ni en el Ludomatic y ¡mueran los salvajes pingüinos!

Los que mueren de veras o están a punto comiéndose un garrón por cuadra resultan ser, curiosamente, los que votan. La mayor preocupación de los porteños y quienes se amontonan del otro lado de la General Paz es la inseguridad. Coronados de cuiqui vivamos o juremos afanados morir.

Si las estadísticas del Indec están viciadas de manipulación, las que permitirían dimensionar el verdadero incremento del delito callejero, directamente, brillan por su ausencia. En las comisarías, que aportan con frecuencia sus propios asesinados al luto, suelen desalentarse las denuncias de víctimas de robos que no llegan a mayores, un poco por desborde y otro poco para no perjudicar a “la dependencia” en un ranking extraoficial de efectividad que, como las brujas, que lo hay, lo hay, y pone los pelos de punta.

La novedad es que la truculenta moda de las salideras está provocando medidas concretas en un par de municipios bonaerenses (Tigre quiere poner más cámaras de video y en Avellaneda nadie entrará a un banco sin dejar antes sus huellas digitales), mientras el Banco Central y la Comisión de Finanzas de Diputados (no el Ministerio del Interior ni la Comisión de Seguridad) hacen sus indagaciones para ver cómo se quita el problema de los bancos y se lo traslada a otra parte. Los chorros deberán pensar un poco más.

Casos como el de Alberto tenemos a montones todo el tiempo. Ni “sobredimensionados” por los “medios sensacionalistas, opositores y destituyentes” ni tomados en cuenta por las estadísticas oficiales, pasan a ser de inmediato episodios anónimos, inexistentes a los ojos del otro, y, cuando se desinflan los hematomas, con suerte, se entrelazarán con las anteriores vueltas de la vida. El consuelo generalizado de “y bueno, ponete contento que la sacaste barata... la plata es un detalle, che” ya se irá haciendo cicatriz, después callo y anécdota más tarde. Sobrevivir para contarla, esa es la cuestión. Sin vueltas.