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Polémica en las letras

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Hace poco debuté como productor de cine. No fue una tarea difícil porque la película se filmó a cien metros de casa, la dirigió mi mujer y no costó nada, de modo que no tuve que poner plata ni conseguirla, que son cosas que hacen los productores. El único gasto significativo de 15 días en la playa fue imprimir unas tarjetas que difundían el estreno en el Festival de Mar del Plata. Quedaron muy bonitas, y todo el mundo coincidió en que eran un elegante souvenir marino. El problema fue que el diseñador, nuestro viejo amigo Luis Goldbarb, tuvo un ataque de indignación cuando vio la película porque todos los textos –es decir, los títulos, una cita del escritor Xavier de Maistre y dos o tres subtítulos– usaban tipografía Helvetica, lo que a Flavia le parecía una elección totalmente inocente y universalmente aceptable.
Nada de eso: el fundamentalismo tipográfico puede ser tan virulento como el político o el religioso. De pronto nos enteramos de que para Luis –como para muchos de sus colegas– Helvetica no, nunca, pis y caca. Y una eterna maldición para todo aquél que se atreva a usarla.

Intenté averiguar los motivos de este rechazo y así me encontré con un libro y una película. La película es de 2007, la dirigió un tal Gary Hustwit y se llama Helvetica. Allí entrevistan a los grandes diseñadores de fuentes tipográficas y les preguntan por qué la Helvetica, una tipografía relativamente nueva (se empezó a usar masivamente en los 60) se convirtió en hegemónica de un modo apabullante: no sólo las empresas la eligieron para sus logotipos (American Airlines, Panasonic, BMW, Evian, Toyota...) sino que, como dice alguien en la película, se ha convertido en “el perfume de las ciudades” por su presencia masiva en la comunicación visual (Amsterdam, entre otras, es una ciudad realmente helvética). Las objeciones que se le hacen a la tipografía son en primer lugar ideológicas: es la marca preferida de las corporaciones y su simulada modernidad encubre el peor conservadurismo. Pero los enamorados de la Helvetica, que son mayoría, explican que por su neutralidad y su transparencia modernista reemplazó a las viejas tipografías expresivas, que su simplicidad le dio elegancia, solidez y belleza al mundo. Uno solo de los diseñadores odia la Helvética porque las letras están irreversiblemente aisladas una de la otra e impiden que fluya la lectura. Ese es uno de los argumentos del libro The Elements of Typographic Style del poeta, historiador y diseñador Robert Bringhurst, excelente introducción al diseño tipográfico, en el que se descalifica la Helvetica cada vez que se la nombra. Bringhurst dice que es falsamente original, de poca legibilidad, sin ritmo y que evoca una tosquedad difícil de aligerar. La remata con esta frase: “Es un recuerdo cultural de los días más oscuros de la Revolución Industrial”. Fue Goldfarb quien me regaló el libro de Bringhurst, y ahora tiendo a estar de acuerdo con él por la sofisticación general de The Elements... Alguien que conoce y ama de tal modo su tema no puede estar equivocado. Aunque, como dice uno de los entrevistados en la película, “si uno no es un diseñador y tiene que hacer un volante, elige una Helvetica Bold y le queda más o menos bien”. Vuelvo en diez años, después de estudiar el tema como se merece.

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