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La cifra de la pobreza no movilizó al Gobierno ni a dirigentes. Urgencias.

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MAURI 3 CV | Pablo Temes
Ysi el gobierno de Macri fuera un auto, ¿qué auto sería? Pregunta el profesional, moderador del Focus Group, con la solvencia de quien descubre una técnica proyectiva reveladora.
—Ehhh… mmm… sería un auto raro, muy caro –responde un señor, comerciante pisando los cincuenta.
—Sí, pero un auto con partes viejas y partes nuevas, partes gastadas, partes con ganas, partes con hambre de poder –contesta un hombre joven, monotributista.
—Y parece que va rapidísimo, pero va bastante lento, a veces parece que da vueltas en círculos –dice una mujer profesional independiente.
—Pero eso sí, lo pintan y lo decoran todas las semanas –cierra entre risas una voz casi inaudible.
Este breve extracto resume algunas características que los ciudadanos van observando de la experiencia política con pocos precedentes que es el gobierno de Mauricio Macri. La composición de su gabinete, sus políticas y sobre todo las declaraciones de los funcionarios, voceros oficiales y paraoficiales muestran a un gobierno que recién comienza a delinear una identidad propia, y donde todavía la principal fuente de legitimación de su accionar se vincula a la demonización del gobierno anterior, abriendo la pregunta sobre si se puede ganar elecciones desde una identidad negativa, cuando muchos problemas antiguos se vuelven a revelar, como la inseguridad y la pobreza.  

Sin solución. La agenda de la seguridad vuelve a escalar a las primeras planas de los medios de comunicación y en la preocupación de la sociedad.
Esta cuestión comienza a instalarse en la agenda pública hacia los finales de los 90, cuando Argentina aún era alumno estrella del FMI, en plena era menemista, y se transformaría en un ariete de desgaste hacia el kirchnerismo, tras la célebre frase de “sensación de inseguridad”. Minimizar el problema es la respuesta de la política cuando no sabe cómo enfrentar un conflicto multidimensional y molecular como éste, y donde las herramientas primarias del Estado como las fuerzas de seguridad, la Justicia y el sistema penitenciario son parte inherente al problema, en parte cautivados por cajas blancas y negras. Se probaron muchas fórmulas en estas décadas: mano dura, garantismo, reformas del Código Penal, achicar, ampliar o desdoblar la Policía Bonaerense, crear policías locales, involucrar a fuerzas militarizadas como Prefectura y Gendarmería, saturar de cámaras, etc. También la sociedad tomó sus precauciones. Rejas, perros, seguridad privada, más cámaras, y alambres de púas son parte del paisaje urbano. Pero es claro que el problema no sólo no mengua, sino que se va agudizando y mutando.    

Una forma rápida de encarar mediáticamente el tema es vincular linealmente pobreza y delincuencia, cosa peligrosa e inexacta por tres motivos. Primero, grandes desfalcos han sido llevados a cabo por personas de excelsa formación y elegante vestimenta. Segundo, si pobreza y delincuencia fueran sinónimos, se estaría en una guerra civil desde hace muchos años. Tercero, este discurso habilita acciones punitivas 
sobre los sectores más vulnerables. No obstante, la pobreza extrema persistente es el medio conductor de la marginalidad social y un espacio productor de mano de obra para bandas criminales, como el narcotráfico, aunque también da lugar para la generación de delincuencia amateur, muchas veces de carácter más violento que la “profesional”. Ante la encerrona, quizá sea el momento de arriar las banderas marketineras sobre la cuestión, para articular políticas coordinadas para diez o quince años con presupuesto acorde y control ciudadano.

Tic tac efímero. Con el carácter fugaz con que las cuestiones son tratadas en nuestro país, pasó el informe sobre pobreza e indigencia presentado por el Indec días atrás. En forma esperable, el primer debate que se abrió fue la comparación con los números planteados por Cristina Fernández de Kirchner, especialmente en la exposición que dio en la 39ª Conferencia de la FAO, en junio de 2015. Ese día, la ex presidenta dijo textualmente: “... una combinación de políticas muy fuertes, muy activas, que nos han permitido hoy tener un índice de pobreza por debajo del 5% y de indigencia del 1,27%, si mal no recuerdo...”. Estos números contrastan radicalmente con el 25,9% de personas pobres y el 6,3% de indigentes que dio el Indec. Ambos números no pueden ser ciertos al mismo tiempo, sólo una guerra podría producir tal derrumbe. Algunos sostienen en estos días que los valores que dio el Instituto estarían inflados, lo cual sería a todas luces asombroso. De todos modos, sin datos verosímiles la valoración de los años del kirchnerismo pasa a ser subjetiva, emocional, y sugiere a las claras que los organismos productores de datos deben convertirse (incluso hoy) en embajadas blindadas en el propio país.
De todos modos, se debe mirar con detenimiento las cifras dadas por el Indec. La pobreza es un concepto relacional, se es pobre respecto de algo. En este caso hay que superar con los ingresos del hogar la canasta básica alimentaria para no ser indigente, y la total para no ser pobre. La primera sólo lleva alimentos, y la segunda incorpora otros elementos como transporte, vestimenta y gastos del hogar, entre otros. Siguiendo el propio informe, se observa que 1.705.000 personas en 425 mil hogares son indigentes, es decir no tienen los ingresos suficientes para comer. Este sector constituye la pobreza estructural, ya que como tampoco accede a necesidades básicas como educación o vivienda, no podrá superar su situación de desesperación. No hay derrame posible para estos hogares.

El país podría volver a crecer a tasas chinas por diez años sin que nada cambie. La mitad de los hogares indigentes está en el Gran Buenos 
Aires, un territorio como Siria a pocos kilómetros de la Casa Rosada. Sorprendentemente esta revelación no movilizó ni al Gobierno ni a la clase dirigente, que parecen tener pocas ideas para trazar un plan de contingencia para que casi 2 millones de compatriotas puedan comer. Un cálculo rápido indica que duplicando la asignación por hijo estos sectores encontrarían un alivio, y tendría un costo 
fiscal al alcance de nuestro país, otro recurso sería volver al Plan Alimentario Nacional de los años de Alfonsín. Obviamente, son salidas insuficientes pero imprescindibles para una situación que no permite espera.

*Sociólogo, analista político.
(@cfdeangelis).