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UN TIEMPO NUEVO

Sangre, sudor y lágrimas

En la última semana algunos sectores del oficialismo llamaron a la oposición a dialogar para enfrentar esta crisis, que parece tener impredecibles consecuencias. Lo curioso es que el Gobierno solamente tiene una línea permanente: el fanatismo. En la situación que vive América Latina, se necesita menos sectarismo para enfrentar la realidad, pero muchos políticos viven peleando en las montañas de la locura.

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Winston Churchill. | pablo temes

Cuando Winston Churchill asumió como primer ministro del Reino Unido, pronunció una frase que se convirtió en la muletilla de los grupos políticos que creen que la gente quiere sacrificarse, cuando vive una crisis profunda de cualquier tipo. Los que hacen la elegía de la pobreza, suelen pronunciar sus discursos en catedrales de oro. 

En ese momento la situación de los aliados era crítica y el conservador dijo que solo podía ofrecer “sangre, trabajo, lágrimas y sudor”, aclarando que para conseguir la victoria sobre el Eje había que transitar un camino difícil.

Churchill supo dirigir a su país hasta llevarlo al triunfo. En cuanto terminó la guerra, se celebraron en 1945 elecciones, en medio de la euforia del éxito. Churchill perdió. La gente estaba feliz por los resultados, pero no le gustaron los sacrificios. De hecho, nunca hubo manifestaciones multitudinarias que pidieran más sangre, más sudor y más lágrimas. Parece raro, pero a la gente no le gusta sufrir. 

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En nuestra prolongada práctica analizando la política de América Latina, escuchamos decir muchas veces que la gente entiende que la demagogia le ha hecho daño y busca un líder que ordene la economía, porque, aunque eso sea doloroso, en el mediano y largo plazo el país se desarrollará. 

Caos político en la pospandemia

A veces las encuestas, aplican preguntas con respuestas políticamente correctas que no reflejan la realidad. Normalmente hay una contradicción entre enunciados generales que se refieren a buenas intenciones y posturas nobles, con las actitudes reales de la gente que tienen que ver con sus intereses concretos. Cuando trabajamos para la paz final en la guerra de Ecuador con Perú constatamos ese conflicto. Por un lado, más del 80% de los ecuatorianos decía que estaba dispuesto a realizar cualquier sacrificio, con tal de recuperar los territorios en litigio. Por otro, ni siquiera el 10% admitía que se incremente el precio de la nafta en un pequeño porcentaje para financiar la guerra. Que los otros hagan cualquier sacrificio era bueno, pero que no se metan con el precio de mi nafta.

El libro de Michael Lewis, The Undoing Project, relata la vida y las ideas económicas de dos psicólogos israelíes, Daniel Kahneman y Amos Tversky, creadores de la economía del comportamiento. Con su original enfoque, Kahneman consiguió el Premio Nobel de Economía en 2002.

Lewis hace una síntesis de sus ideas. Empieza refiriéndose a un tema sobre el que insistimos reiteradamente en esta columna, aplicado a la política. Más que lo que dice un vocero, la gente y las instituciones creen o no en las propuestas, no tanto por la coherencia lógica, sino por las características del mensajero que las hace. No importa tanto lo que proponga Alberto Fernández para superar la crisis, lo que importa es, que es él quien lo propone, después de haber cumplido con su palabra, en la forma en que lo ha hecho durante su gobierno. 

La política de lo efímero

Uno de los dirigentes más importantes de Argentina carece de credibilidad porque con los gestos de su mensaje corporal, comunica permanentemente que miente. Se lo comentamos personalmente hace más de diez años, pero nunca hizo algo para superar su problema. Siempre que se menciona su nombre en un focus con gente común, o en una reunión social, todos, incluidos sus partidarios, dicen que seguramente guarda alguna carta debajo de la manga para sacar una ventajita. El lector seguramente lo identifica, sin necesidad que mencionemos su nombre.

No importa tanto qué se dice, sino quién lo dice y cómo lo dice. Uno de los principales problemas de la política económica del actual gobierno argentino, tiene que ver con su credibilidad. Aunque escriba un programa económico perfecto, después de todo lo que ha hecho, nadie cree que lo vaya a aplicar. 

El tema no tiene que ver solamente con las palabras. El Gobierno, para ser creíble, debería tener una estrategia que haga coincidir lo que dice con lo que hace. El Presidente carece de credibilidad cuando dice que quiere incrementar la producción y sugiere que quiere expropiar el dinero de los productores. Tampoco cuando hace un llamado a la unidad nacional de los argentinos, al mismo tiempo que patrocina juicios disparatados en contra de Mauricio Macri y uno de sus voceros extraoficiales, anuncia que dejará su sangre en las calles y que habrá saqueos si el Gobierno no expande el negocio de sus empresas pobristas. El anuncio es más grave cuando quien lo hace tiene lazos con el vocero más conocido del kirchnerismo en el mundo, quien además es muy amigo de Raúl Castro.

Kahneman y Tversky fueron quienes teorizaron acerca de la economía del comportamiento, creada en los años 70, que cobró más importancia con el tiempo que la tercera revolución industrial. 

En situaciones de crisis, lo último que quiere la gente es ahorrar y pensar en el futuro

Uno de los temas que atraviesa la obra de Kahneman y Tversky es que las personas no eligen entre “cosas” sino entre “descripciones de cosas”. “Nadie toma una decisión por un número”, dijo Kahneman. “La gente necesita una historia”. Las actitudes de los individuos no tienen que ver solo con cifras objetivas, sino con sus actitudes frente a situaciones percibidas.

Normalmente el ser humano es conservador, prefiere no correr el riesgo de perder cien dólares, que intentar ganar otros cien, aunque tenga las mismas probabilidades de que se produzca uno u otro resultado. Hay una asimetría en la toma de decisiones. Por lo general, la gente tiene problemas para contextualizar la información, evalúa opciones de manera aislada, bajo situaciones de alta incertidumbre y con información incompleta. La aversión a perder supone estrategias más fácilmente sumidas, mientras que la autoconfianza incentiva a tomar más riesgos. 

Una investigación realizada por la Universidad de Columbia demostró que los analistas económicos tienden a difundir más fácilmente noticias negativas que positivas sobre el mercado, porque temen impulsar a los lectores a comprar activos y hacerles perder dinero. Prefieren transmitirles prudencia y que pierdan la oportunidad de obtener nuevas ganancias que supongan un riesgo.

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Pasa lo mismo con amplios sectores de ciudadanos que prefieren conservar servicios de mala calidad, que arriesgarse a que mejoren y puedan ser más caros. En investigaciones que realizamos en Argentina en el 2004, una mayoría de encuestados dijo que prefería que las empresas de internet sean estatales. Creían  que así progresarían poco y darían servicios de mala calidad, pero serían baratos y no se arriesgarían a progresar proponiendo cosas nuevas que podían incrementar su precio. 

Reiteradas investigaciones hechas en todo el mundo dicen que en circunstancias de crisis, lo último que quiere la gente es ahorrar y pensar en el futuro. Cuanto mayor es la angustia, más se desata el deseo de vivir el presente y la necesidad de gastar en cosas placenteras, aunque sean efímeras. 

Los dos autores eran escépticos acerca de un ser humano que actúa racionalmente analizando hechos. Cuando le preguntaron a Tversky por la inteligencia artificial, respondió: “los psicólogos estudiamos la estupidez humana”. Era muy crítico por la escasa capacidad de los seres humanos de actuar con visiones estratégicas de los problemas. Todos estamos copados por lo urgente y no dedicamos tiempo a lo importante. “Todos desperdiciamos muchos años, por no ser capaces de desperdiciar unas horas pensando y planificando”.

El libro con el que Kahneman obtuvo el Premio Nobel, Pensar rápido, pensar despacio, y sus estudios que ponen en evidencia cuán subjetiva es la percepción de los hechos económicos, ayudan a analizar de manera realista las actitudes de la gente frente la economía, motivadas no tanto por hechos, cuanto por las percepciones que cada grupo social y cada individuo tiene acerca de lo que ocurre.

El Gobierno, debería tener una estrategia que haga coincidir lo que dice con lo que hace 

Las encuestas son instrumento para conocer lo único que importa en la política: cómo la gente percibe la realidad. Esa percepción no tiene que ver con hechos o mensajes aislados, sino con el conjunto de lo que hacen y dejan de ser, lo que dicen y dejan de decir los principales voceros de un gobierno.

Este gobierno ha tenido consultores en comunicación de alto nivel, con experiencia internacional, pero la responsabilidad de lo que ocurre no es de los asesores sino de los funcionarios. Cuando estos no están capacitados para entender a los expertos, se guían por la intuición y el fanatismo ideológico. Es evidente que los últimos meses la comunicación del Presidente y sus voceros tiene un nivel lamentable. Para que exista una comunicación coherente se necesita que exista una estrategia política que unifique a los principales dirigentes en una sola línea.

No cabe una estrategia de comunicación exitosa con un gobierno que dice que promueve la producción y al mismo tiempo, hostiga y persigue a los productores, que viviendo una crisis de esta magnitud, en vez de crear puentes con los que no pertenecen a su secta, persigue y ofende a todo aquel que no obedece su línea. No se puede entender cómo al mismo tiempo pretende ser un gobierno nacional y patrocina la acción de un grupo terrorista que pretende escindir de la Argentina a varias provincias para constituir un nuevo país, uniéndolas a una provincia chilena, expulsando a todos los argentinos que habitan esa región. Debe ser el único caso de un gobierno cuyos funcionarios auspician a personas que quieren acabar con la unidad nacional.

En la última semana algunos sectores del Gobierno llamaron a la oposición a dialogar para enfrentar esta crisis, que parece tener impredecibles consecuencias. Lo curioso es que el Gobierno solamente tiene una línea permanente: el fanatismo. Un rato pretenden ser el puente de desembarco de Putin en América y después exigen que Rusia deje de agredir a Ucrania. Pide que la Justicia sea neutral, al mismo tiempo que tratan de usarla como arma para perseguir a sus opositores. Son fanáticos de cualquier idea, porque realidad no tienen ninguna.

En la situación que vive América Latina, se necesita menos sectarismo para enfrentar la realidad, pero muchos políticos viven, como dijimos en otra nota, peleando en las montañas de la locura. 

 

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.