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Tuiteando con Rivarol

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Aveces me pregunto si la obra de un usuario de Twitter no podría alcanzar una calidad literaria o filosófica extraordinaria. No conozco ningún ejemplo, pero di con la breve antología Pensamientos y rivarolianas, de Antoine de Rivarol, una demostración de que la literatura podría producir genios confinados a 140 caracteres. Rivarol no escribía epigramas, pero de su prosa se extraen cientos de miniaturas brillantes, clásicos como “vale más callarse y pasar por un tonto que hablar y demostrarlo” que nos harían morir de risa en Twitter y cuyos ecos resuenan en cada humorada que se nos ocurre. Claro que no debe confundirse a Rivarol con los graciosos que abundan en Twitter. El mismo nos previno contra ellos: “Dicen que el ingenio es algo corriente, pero ése es un rumor que han hecho correr los tontos”.

Rivarol (1753-1801) excede largamente el casillero de los ingeniosos en el que es tentador confinarlo. Remy de Gourmont (otro escritor enorme y secreto, quien fue con Saint-Beuve responsable de rescatarlo) dijo de él que quienes lo conocían lo ocultaban y quienes hablaban de él no lo habían leído. Tal vez su biografía ayude al equívoco: hijo de pequeñoburgueses de provincia, se inventó un título nobiliario para entrar en los salones parisinos, donde descolló por su conversación mientras se dedicaba al periodismo y componía una obra desopilante como el Pequeño almanaque de nuestros grandes hombres, en el que se dedica a destruir a una cincuentena de escritores bajo la apariencia de elogiarlos. (“Castor y Costard: estos dos poetas se parecen tan prodigiosamente que el trabajo que hay que tomarse para distinguirlos ahoga el placer que nos proporcionan”). Refugiado en la pereza y en el prestigio de su brillo mundano, a Rivarol lo sorprendió la Revolución Francesa en el lugar equivocado. Era un monárquico reformista, moderado, escéptico, al que no querían ni los jacobinos ni los reaccionarios mientras que él detestaba la mediocridad que ridiculizó en su Petit dictionnaire des grands hommes de la révolution. Cuando llegó el Terror, entendió que algunos de esos grandes hombres podían llevarlo a la guillotina y se exilió para siempre, después de escribir durante dos años los artículos compilados en el Journal politique national, al que Gourmont califica no sólo como el mejor testimonio de los años 1789-90 sino como una obra maestra de la literatura y la filosofía política. El pensamiento de Rivarol anticipa muchas cosa, desde Marx (“Los filósofos son más taxidermistas que los médicos, disecan y no curan”) hasta Sarmiento (“Hay que atacar la opinión con sus armas. No se dispara contra las ideas”) y nunca se privaría de boutades como “Qué mala suerte Marat, una vez que decidió darse un baño” que hoy, ante la muerte de déspotas equivalentes, provocarían un escándalo. El texto de Gourmont sobre Rivarol abre la puerta para un pensamiento herético sobre las revoluciones: “Tenemos la ilusión de que los revolucionarios, frecuentemente excesivos, fueron grandes aun con sus excesos. Eso es actuar como el espectador ingenuo que confunde la magnitud de la tragedia con la calidad de los actores”. Rivarol lo decía más corto: “En esta revolución tan celebrada, príncipes, militares, diputados, filósofos, pueblo fueron de mala calidad, incluidos los asesinos”. Y no se hacía ilusiones, sabía que “la política es una esfinge que devora a quienes no resuelven sus enigmas”. Así lapidó a los opositores que se dejan devorar: “Ils sont toujours en retard d’une année, d’une armée et d’une idée”. Lo dejo en francés para no herir susceptibilidades. Son 66 caracteres.

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