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Polemistas en el Senado fueron Cristina y Sanz. | cedoc

Al salir de su internación en el Sanatorio Otamendi, Alberto Fernández relativizó la posibilidad de debatir con Macri como lo dispone la ley electoral porque “no se puede polemizar con un mentiroso”, como lo demostrarían las promesas incumplidas de Macri en aquel debate con Scioli. Alberto Fernández elige atribuir el incumplimiento al cinismo y no a la falta de capacidad de Macri (¿proyección?) porque quizá sea más difícil polemizar con un mentiroso que con un incompetente.

Sobre la erística o el arte de la discusión, ya Platón recomendaba no polemizar con los sofistas, verdaderos atletas en los combates de la palabra cuya destreza en el arte de la polémica obedecía a que solo les interesaba el triunfo discursivo pero no llegar a la verdad, ya que descreían de su existencia y se enrolaban en el relativismo.

Cambiemos fue una opción electoral en 2015, y tendría que ser coalición de gobierno en 2019 si fuera reelecto.

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Dada la cortedad oratoria de Macri y la importancia que tiene en la fórmula de Alberto Fernández Cristina Kirchner, el verdadero debate podría ser el que protagonizaran los vicepresidentes si Cambiemos decidiera colocar en su fórmula acompañando a Macri a alguien con experiencia en la vida pública, peso político propio y, también, buen orador.

Eso habría sido posible si finalmente Ernesto Sanz hubiera modificado su negativa a aceptar el ofrecimiento de ser candidato a vicepresidente representando al radicalismo en la fórmula de Cambiemos, algo que luce inmodificable a pesar de las esperanzas de muchos que desean ver a Cambiemos como un verdadero partido.

Lúcidamente, Sanz lo explicó este martes cuando estuvo disertando en el Congreso Anual del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, y sin pelos en la lengua dijo: “El PRO nunca creyó en una coalición. No lo digo como crítica ni como un reproche, es parte de una cultura de su naturaleza. El PRO nació siendo un partido, al principio portuario, que después intentó expandirse y que además se encontró en el camino, no se encontró por suerte sino porque lo trabajó, por primera vez en muchísimos años, con tres factores de poder impresionantes: la Nación, la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires. Entonces decidió seguir un modelo de construcción política desde arriba hacia abajo. Y sin creer en un modelo de coalición política pretendió que, con el tiempo, esa construcción de arriba hacia abajo fuera a construir territorialidad y ese gran partido nacional que pretendía sustituir a la UCR en su vieja representación de la clase media”.

Más adelante agregó: “Ya no hay tiempo para ampliar Cambiemos; en cambio, espero que entre la primera y la segunda vuelta haya un acuerdo político entre las fuerzas democráticas de la Argentina” porque “será muy difícil transitar los próximos cuatro años sin un acuerdo político, que el Gobierno tendría que haber realizado en enero de 2016 o en octubre de 2017, pero que ya se hizo imprescindible”. Y apoyó su pronóstico en que “la experiencia es una bofetada, una piña de nocaut que nos han pegado y que hace que tengamos que construir una verdadera coalición: los radicales, el PRO y la Coalición Cívica, pensando en Cambiemos”.

Conceptualmente, Cambiemos fue en 2015 solo una coalición electoral. De ser reelecto en 2019, tendría que pasar a ser una coalición de gobierno. Y de querer perdurar más allá de Macri, tendría que transformarse en una estable coalición de partidos, como la Concertación en Chile.

Pocas personas tienen las credenciales políticas y la autoridad moral de Ernesto Sanz para llevar adelante esa tarea. Primero porque Cambiemos fue principalmente su obra al cargarse al hombro la verdaderamente difícil convención radical de 2015 en Gualeguaychú, donde las voluntades a favor de Macri eran menos: 184 a favor y 113 en contra en 2015, mientras que en 2019 fueron 261 a favor y 14 en contra, además de 29 que se retiraron en protesta o ausentes.

Segundo porque, después del fracaso de De la Rúa, los líderes del radicalismo se fueron concentrando en ganar su territorio provincial dedicando menos energía a lo nacional, y Sanz se destacó en la ciudad de Buenos Aires, donde brilló ocupando su banca de senador durante los 12 años del kirchnerismo y presidiendo la Unión Cívica Radical la mitad de esos años.

Sanz fue la voz más perenne e institucional de la oposición durante el kirchnerismo porque atravesó todo el período, desde cuando el PRO no existía o era apenas una fuerza política incipiente. Y mientras Sanz coincidió en el Congreso con la entonces senadora Cristina Kirchner, le tocó ser su contrapunto cuando su marido era presidente, polemizando muy exitosamente y más de una vez con ella. Un debate de candidatos a vicepresidente entre Cristina Kirchner y Ernesto Sanz realmente valdría la pena; además, seguramente, la soberbia de la ex presidenta le impediría rechazar ese desafío si le fuera planteado. Pero para ello primero tendrían que tener éxito quienes creen que todavía pueden convencer a Ernesto Sanz de que revea su decisión y apuestan, una vez confirmada la alianza de Massa con el kirchnerismo, a hacer un último intento sobre Sanz apelando a la necesidad patriótica de contar nuevamente con su colaboración para que no progrese lo que él mismo extirpó.

Sueño radical: que Sanz acepte integrar la fórmula con Macri y haya debate de vices con Cristina Kirchner.

Va a ser difícil, porque Sanz dio por concluida su vida política para poder rechazar seguir intoxicándose con el fingimiento, el engaño y la trampa, además de no querer desarrollar capacidad de tolerancia frente a la hipocresía. Lo que para algunos es una armadura protectora, que demuestra fortaleza de carácter, para personas como Sanz esa “coraza” sería un síntoma de escisión del yo que refleja debilidad.

Ojalá Sanz esté equivocado y quede aún espacio en la política para valores más parecidos a los de Obama que a los de Trump. Argentina precisa tanto de una tercera vía robusta como de un Cambiemos que definitivamente trascienda al PRO. Para que, así, la mejora del conjunto de la política también obligue al kirchnerismo a elevar sus prácticas y solo tengan futuro aquellos dirigentes verdaderamente democráticos y republicanos.