CULTURA
NUEVA TRADUCCION DE UN CLASICO

Esquirlas de un feminismo contrahecho

Se reedita “Manifiesto para Cyborgs”, cuya legitimidad hoy día está en disputa: ante los entornos digitales, sus palabras consiguieron la inmortalidad de lo prehistórico y, como los huesos de dinosaurios, han conseguido fosilizarse sin criticar sus fundamentos teóricos. Un loop que se repite en una isla desierta.

CLAVES. Donna Haraway –posmodernista, neomarxista y posgenerista– es profesora de Historia en la Universidad de California.
| CEDOC.

Se define como posmodernista, neomarxista y posgenerista. Nació en 1944 en Denver, Estados Unidos. Se llama Donna Haraway. Es profesora del Departamento de Historia en la Universidad de California en Santa Cruz. Hay algo curioso de entrada en el discurso de Haraway, su cruce de feminismo con ciencias naturales: estudió zoología. Con docilidad, sus textos logran ese enjambre de
conceptos que tienen la procedencia de la teoría de género a la par que ideas emanadas de las ciencias biológicas. No es algo que se encuentre todos los días en el parnaso, a menudo insoportable, el gueto  de los intelectuales. Recientemente se editó una nueva traducción de su libro icónico: Manifiesto para Cyborgs (Puente Aéreo Ediciones).

El subtítulo de este libro es sintomático: ciencia, tecnología y feminismo socialista a fines del siglo XX. Publicado originalmente en 1985 y revisado en 1991, este breve ensayo integró un libro mayor de Haraway que se publicó bajo el nombre Simians, Cyborgs and Women. Anclada en una tradición propia de su zeitgeist, Haraway dialoga con el posfeminismo estadounidense y europeo que encarnaron nombres como Judith Butler, Monique Wittig, Teresa de Lauretis o Luce Irigaray. Su lugar  en los estudios de género da cuenta de nódulos como la cuestión de la identidad y el rol de la mujer en los últimos años de la Guerra Fría. También del llamado capitalismo posindustrial en una peculiar cruza con el discurso de la ciencia ficción, en especial con sus monstruos, como alegorías de lo femenino en el ocaso del siglo XX.

Al comienzo del ensayo, la autora demarca los linajes que pretende reconstruir o, mejor, deconstruir:  l feminismo, el socialismo y el materialismo. El cyborg aludido es, lógicamente, un híbrido de máquina y organismo, una criatura social y de ficción que postula una sexualidad barroca. La biopolítica de Michel Foucault es citada, en un recurso algo repetido ya a esta altura, como premonición de esta concepción del cyborg. Pareciera que para Haraway todos somos cyborgs; este artefacto se
constituye en nuestra ontología.

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Dice: "El cyborg es una criatura en un mundo posgenérico. No tiene relación con la bisexualidad ni
con la simbiosis preedípica, con el trabajo no alienado u otras seducciones propias de la totalidad orgánica, mediante una apropiación final de todos los poderes de las partes a favor de una unidad mayor. El cyborg está fuertemente comprometido con la parcialidad, la ironía, la intimidad y la perversidad. Es opositivo, utópico y, de ninguna manera, inocente. Al no estar estructurado por lo público y lo privado, el cyborg define una polis tecnológica basada parcialmente en una revolución de las relaciones sociales en el oikos, el hogar”.

Estos seres de carne y silicio son, para Haraway, grandes concentraciones simbólicas del nuevo feminismo, procedente de la teoría queer en gran medida. La filósofa demarca que las feministas del cyborg tienen que apelar a un “nosotras” pero sin unidad homogénea. La visión de la autora critica la   naturalización que tanto el feminismo marxista como su expresión más radical han logrado, naturalizando y desnaturalizando la categoría “mujer”. Entonces, ¿quiénes son las mujeres
cyborg? Serán aquellas que rompen con la esencialización del feminismo clásico: mujeres negras, indígenas, travestis y transexuales son algunas de ellas. 

Es otro orden de cosas al que apela Haraway para su programa intelectual. Un proyecto solidario con las anteriores autoras mencionadas. Cito: “En la ciencia ficción feminista, los monstruos cyborg definen posibilidades políticas y límites bastante diferentes de los propuestos por la ficción mundana del Hombre y de la Mujer. Un cuerpo cyborg no es inocente, no nació en un jardín; no busca una identidad unitaria y, por lo tanto, genera dualismos antagónicos sin fin, da la ironía por sentado”. En esa dirección, películas de ciencia ficción como Alien y Terminator –contemporáneas al texto de Haraway– dan cuenta visualmente de lo que marca la filósofa: sus heroínas (Ripley y Sarah Connor) son mujeres cyborg no sólo por la interacción con el factor alógeno, con el silicio o el extraterrestre que ellas contienen en su interior, sino por su rol, por generar y detonar al mismo tiempo los dualismos. 

La última frase del Manifiesto de Donna Haraway comprime quizá todo el arsenal teórico y la imaginería que despliega un texto con ideas de potencia pero que buscan actualización a comienzos del siglo XXI. Dice: “A pesar de que los dos bailan juntos el baile en espiral, prefiero ser un cyborg que una diosa”.